"Te
amo", repite el viento
a todo cuanto hace vivir.
(René Char).
El
Chorrillo, 1 de mayo de 2021
El
amigo JM me hace un grato regalo esta tarde. Ando cojo estos días porque el
pasado jueves, o el miércoles, no sé, se me escapó la motosierra de las manos y
a punto estuvo de pasar algo verdaderamente grave, y de cuya situación, no
obstante, salí con un considerable tajo en la pierna que poco le faltó para
tocar la rótula, lo que no impide que con la pierna rígida atienda a algunas
pequeñas tareas de la parcela. Bueno, pues que venía de currar arrastrando la
pierna y me sonó el teléfono y mira por donde, ahí estaba V en un vídeo dándole
a los pedales hablándome de un tema que me viene intrigando últimamente,
digamos que de manera leve porque yo me lo aplicaba a las partidas de ajedrez
en que entro últimamente y que a veces me producen cierta sensación de fracaso
cuando los despistes se repiten. Diráse que total, fracasar en una partida de
ajedrez, y más con jugadores que no conoces y que pueden estar al otro lado del
mundo frente a un ordenador, un brasileño anoche, un ruso el día anterior o un alemán
el pasado lunes, es poco fracaso, pero no, tan fracaso como cuando tienes un
despiste conduciendo que podría haber derivado en accidente. Descontadas la
posibles consecuencias, el hecho como tal es similar, has relajado el estado de
vigilancia y la sensación de frustración te induce a echarte una pequeña bronca
en el silencio de la noche.
Catherine
Destivelle después de escalar una expuesta y peligrosa montaña sin nombre de
cuatro mil metros con su compañero Erik Decamp en
![]() |
| ¡Ojo con la motosierra! |
Tienes
un despiste y el contrario te zampa la dama o te da jaque mate. Fracaso de
menor peso éste pero que me sirve para hilar algunas ideas al lado de las que
el amigo V exponía en un vídeo mientras bufaba con la bici estática con una
resistencia que me parecía de pendiente de treinta grados. Hablaba de que tal
vez una vida plena, ser feliz, esas cosas, consistía en ir de fracaso en
fracaso y de éxito en éxito, sin inmutarnos, conviviendo con ellos. Oyéndole,
aquello enseguida me sonó al Tao, al Yin y el Yang de la cultura oriental, dos
principios que no son autónomos, sino que se complementan uno al otro, que se
implican mutuamente, y configuran un principio al que los chinos denominan Tao.
“El éxito contiene el fracaso y viceversa, pero el camino contiene al éxito y
al fracaso”. Tengo un gran amigo en mi biblioteca que se llama Alan Watts,
cuyos libros profusamente subrayados (mi fama de subrayador es grande al punto
de que cuando alguien me presta un libro ya se está llevando las uñas de los
dedos a los dientes pensando que le voy a dejar el libro hecho una lástima. Tengo,
no obstante amigos condescendientes como Paco, que hasta me autoriza a subrayar
algún libro prestado, uno que acabo de recibir por correo de él, por ejemplo, Quizás vivir sea esto, de Jorge Egocheaga,
un título tan sugestivo que seguro me inducirá a afilar el lápiz varias veces);
tengo, decía, a Alan Watts, que siempre es un fondo de sabiduría de la vida y
que me proporciona sustanciosas referencias encaminadas al buen vivir, ese
asunto que tanto interesa también a mi otro amigo V, desde Alicante.
Por
cierto, que si no subrayara no sé quién iba a ser capaz de retomar montones de
ideas brillantes que uno se encuentra en sus paseos por los libros. Cuenta
Watts que en el budismo zen hay un koan que dice: “¿Cuál es el sonido de dar
una palmada con una sola mano?”. Con una sola mano no puede darse una palmada. Si
dos manos golpean crean la palmada. No sabemos quienes somos, escribe más
adelante, si no es por el contraste. El corazón no hace “pum, pum, pum, pum”,
sino “pum-pum, pum-pum, pum-pum”. Quizás en la vida suceda algo parecido y ésta
necesita el “swing” que crea la alternancia entre éxito y fracaso, la luz y la
sombra, el Yin y el Yang.
Sin
ánimo de cargar el peso sobre la importancia o no de los hechos que nos llevan
al éxito o al fracaso, sino más bien dejándolo en el simple detalle de
expectativa fallida o su contrario, es decir, considerando el fracaso como el resultado
adverso de algo que esperabas que concluyera de acuerdo con tus expectativas, o
favorable en el caso contrario, lo que me parece interesante es poder detenerse
ante ese “incidente” en que tales cosas suceden para intentar ver de qué están
compuestas por dentro las sensaciones que genera.
El Tao
abomina de quien para ver de qué está compuesta la vida, mata la vida, es
decir, arranca la flor o mata un animal y lo disecciona; sin embargo aquí no
hay que matar nada, basta, cuando el fracaso o éxito llega, cerrar los ojos en
soledad y, mientras nuestro cuerpo, o el alma, como cada cual guste llamar, se
impregna con las sensaciones que van llegando, mirarlas como quien contempla
una escena de teatro que se está representando dentro de nosotros. No sé si el
que lea esto lo ha experimentado alguna vez, pero aseguro que es sumamente
divertido, divertido e instructivo. Divertido mirarlo como se mira una
escultura de bulto redondo, de frente, de lado, por arriba, por abajo…
Poner
distancia entre los hechos que han suscitado nuestra sensación de fracaso o
éxito y el resultado de los mismos, para contemplar la pura sensación que se
deriva de ellos, además de proporcionarnos una valiosa información sobre
nosotros mismos, nos puede inducir a desarrollar uno de los aspectos de nuestra
personalidad más ricos y gratificantes. ¿Cuál?: el sentido del humor, la
posibilidad de esbozar una sonrisa ante la respuesta que da nuestro yo, cuando
no se cumplen determinadas expectativas, nos puede poner sobre aviso sobre esa
faceta de ridículo que habita a todo ser humano y que todos llevamos escondida
bajo la sobrepelliz de nuestra intimidad.


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