sábado, 1 de mayo de 2021

El éxito y el fracaso, el Yin y el Yang.

 



"Te amo", repite el viento
 a todo cuanto hace vivir.

(René Char).

El Chorrillo, 1 de mayo de 2021

 

El amigo JM me hace un grato regalo esta tarde. Ando cojo estos días porque el pasado jueves, o el miércoles, no sé, se me escapó la motosierra de las manos y a punto estuvo de pasar algo verdaderamente grave, y de cuya situación, no obstante, salí con un considerable tajo en la pierna que poco le faltó para tocar la rótula, lo que no impide que con la pierna rígida atienda a algunas pequeñas tareas de la parcela. Bueno, pues que venía de currar arrastrando la pierna y me sonó el teléfono y mira por donde, ahí estaba V en un vídeo dándole a los pedales hablándome de un tema que me viene intrigando últimamente, digamos que de manera leve porque yo me lo aplicaba a las partidas de ajedrez en que entro últimamente y que a veces me producen cierta sensación de fracaso cuando los despistes se repiten. Diráse que total, fracasar en una partida de ajedrez, y más con jugadores que no conoces y que pueden estar al otro lado del mundo frente a un ordenador, un brasileño anoche, un ruso el día anterior o un alemán el pasado lunes, es poco fracaso, pero no, tan fracaso como cuando tienes un despiste conduciendo que podría haber derivado en accidente. Descontadas la posibles consecuencias, el hecho como tal es similar, has relajado el estado de vigilancia y la sensación de frustración te induce a echarte una pequeña bronca en el silencio de la noche.

Catherine Destivelle después de escalar una expuesta y peligrosa montaña sin nombre de cuatro mil metros con su compañero Erik Decamp en la Antártida, un gran éxito, llega a la cima y se dispone a posar para la foto de la cumbre. La cuerda está desperdigada por la nieve; Erik, a varios metros de distancia, se dispone a tomar la foto, Catherine da un paso atrás, cede el borde de una cornisa y se precipita en el vacío. Muerte segura. “La cuerda, la cuerda”, grita, consciente de que no habían dispuesto ningún seguro sobre la cumbre. Su cuerpo golpea violentamente varias veces sobre las rocas y de repente la cuerda detiene su caída cuarenta metros más abajo. La profunda herida abierta en su pierna me recordaba mi reciente accidente con la motosierra. Me daba escalofríos pensar en una situación similar en la Antártida, sobre una empinada vertiente de hielo, a cientos de kilómetros de cualquier ser humano. Un despiste, un fracaso.

¡Ojo con la motosierra!


Tienes un despiste y el contrario te zampa la dama o te da jaque mate. Fracaso de menor peso éste pero que me sirve para hilar algunas ideas al lado de las que el amigo V exponía en un vídeo mientras bufaba con la bici estática con una resistencia que me parecía de pendiente de treinta grados. Hablaba de que tal vez una vida plena, ser feliz, esas cosas, consistía en ir de fracaso en fracaso y de éxito en éxito, sin inmutarnos, conviviendo con ellos. Oyéndole, aquello enseguida me sonó al Tao, al Yin y el Yang de la cultura oriental, dos principios que no son autónomos, sino que se complementan uno al otro, que se implican mutuamente, y configuran un principio al que los chinos denominan Tao. “El éxito contiene el fracaso y viceversa, pero el camino contiene al éxito y al fracaso”. Tengo un gran amigo en mi biblioteca que se llama Alan Watts, cuyos libros profusamente subrayados (mi fama de subrayador es grande al punto de que cuando alguien me presta un libro ya se está llevando las uñas de los dedos a los dientes pensando que le voy a dejar el libro hecho una lástima. Tengo, no obstante amigos condescendientes como Paco, que hasta me autoriza a subrayar algún libro prestado, uno que acabo de recibir por correo de él, por ejemplo, Quizás vivir sea esto, de Jorge Egocheaga, un título tan sugestivo que seguro me inducirá a afilar el lápiz varias veces); tengo, decía, a Alan Watts, que siempre es un fondo de sabiduría de la vida y que me proporciona sustanciosas referencias encaminadas al buen vivir, ese asunto que tanto interesa también a mi otro amigo V, desde Alicante.

Por cierto, que si no subrayara no sé quién iba a ser capaz de retomar montones de ideas brillantes que uno se encuentra en sus paseos por los libros. Cuenta Watts que en el budismo zen hay un koan que dice: “¿Cuál es el sonido de dar una palmada con una sola mano?”. Con una sola mano no puede darse una palmada. Si dos manos golpean crean la palmada. No sabemos quienes somos, escribe más adelante, si no es por el contraste. El corazón no hace “pum, pum, pum, pum”, sino “pum-pum, pum-pum, pum-pum”. Quizás en la vida suceda algo parecido y ésta necesita el “swing” que crea la alternancia entre éxito y fracaso, la luz y la sombra, el Yin y el Yang.

Sin ánimo de cargar el peso sobre la importancia o no de los hechos que nos llevan al éxito o al fracaso, sino más bien dejándolo en el simple detalle de expectativa fallida o su contrario, es decir, considerando el fracaso como el resultado adverso de algo que esperabas que concluyera de acuerdo con tus expectativas, o favorable en el caso contrario, lo que me parece interesante es poder detenerse ante ese “incidente” en que tales cosas suceden para intentar ver de qué están compuestas por dentro las sensaciones que genera.

El Tao abomina de quien para ver de qué está compuesta la vida, mata la vida, es decir, arranca la flor o mata un animal y lo disecciona; sin embargo aquí no hay que matar nada, basta, cuando el fracaso o éxito llega, cerrar los ojos en soledad y, mientras nuestro cuerpo, o el alma, como cada cual guste llamar, se impregna con las sensaciones que van llegando, mirarlas como quien contempla una escena de teatro que se está representando dentro de nosotros. No sé si el que lea esto lo ha experimentado alguna vez, pero aseguro que es sumamente divertido, divertido e instructivo. Divertido mirarlo como se mira una escultura de bulto redondo, de frente, de lado, por arriba, por abajo…

Poner distancia entre los hechos que han suscitado nuestra sensación de fracaso o éxito y el resultado de los mismos, para contemplar la pura sensación que se deriva de ellos, además de proporcionarnos una valiosa información sobre nosotros mismos, nos puede inducir a desarrollar uno de los aspectos de nuestra personalidad más ricos y gratificantes. ¿Cuál?: el sentido del humor, la posibilidad de esbozar una sonrisa ante la respuesta que da nuestro yo, cuando no se cumplen determinadas expectativas, nos puede poner sobre aviso sobre esa faceta de ridículo que habita a todo ser humano y que todos llevamos escondida bajo la sobrepelliz de nuestra intimidad.

 


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