El
Chorrillo, 27 de abril de 2021
El
amigo Antonio Montes parece dispuesto a darme trabajo con sus reflexiones. Ayer
un guasap suyo me sugería hablar de cierto desplazamiento de responsabilidades
desde los políticos a aquellos que les votan, y hoy, al pairo de temas
colaterales, lo que especulaba ante todas estas políticas y políticos que no
nos gustan, creo, era sobre la posibilidad de llenar las urnas con votos nulos
usando el revés de la papeleta para escribir lo que se piensa de ellos.
El ensayo ese ya lo puso en marcha Saramago en Ensayo sobre la lucidez. La respuesta
del poder a los votos en blanco que hace el autor es probablemente un estudio
de posibilidades a tal iniciativa. Tener a una mente brillante como la de
Saramago especulando sobre los resultados de una acción así da un cierto margen
de garantías sobre su posible éxito, pero yo no creo en ello. Con el poder de
los medios y las instituciones en las manos, pese a que tuvieran millones de
votos en blanco, no les sería difícil revertir la situación en un medio humano
tan propicio a la gandulería mental. El franquismo etiquetó como rojo o
comunista a todo aquel que disentía con sus ideas y todavía hoy después de
cuarenta años les funciona el apelativo. Procedimientos así siguen siendo muy
eficaces entre la indolente población que pone su cerebro en remojo.
La
experiencia diseñada por Saramago en el título citado, en cierto modo la complementa
su otro libro Ensayo sobre la ceguera. Mi
memoria ha perdido muchos de los detalles de ambas obras, pero de aquellas
lejanas lecturas lo que me queda es el desasosiego de situaciones claustrofóbicas
abocadas con más o menos variantes a un 1984
de Orwell, aunque con la pequeña
diferencia de que en el caso de hoy, al tener que ceñirse las reglas del juego
a lo que sucede en las urnas, el sistema ha sustituido la acción directa sobre
los ciudadanos, ya que no le es posible maniatarlos directamente como en las
viejas tiranías, por un mecanismo electoral que es sobre el que se vuelcan los
actores del relato político para hacer lo mismo que hacían antes, sólo que
ahora manipulando la voluntad del electorado con sofisticadas técnicas de
convicción, que caen sobre una determinada población poco o nada preparada para
discernir las mentiras implícitas que esconden las voces de determinados partidos
o para saber medianamente qué parte del espectro político les va a beneficiar o
va actuar en su contra.
La
elasticidad de los mecanismos democráticos que en tantas ocasiones pueden
manipular la voluntad popular, Suárez metiéndonos de rondó la monarquía en
Yo, que
soy muy simple, ya lo he apuntado en este diario en alguna ocasión, tengo la
sospecha de que las cosas del mundo no son tan complicadas como quieren hacernos
creer los estudiosos de toda condición. Ayer mismo que comencé a leer 21 lecciones para el siglo XXI de
Harari, tenía la impresión de que, hablando del mundo en que vivimos, hacía un
diagnóstico inapelable en donde el neoliberalismo era la única opción posible después
de las convulsiones por las que ha pasado el mundo tras la revolución de
Octubre, la primera Guerra Mundial y el fascismo de Hitler y Mussolini. Me
sucedió más tarde que, habiendo terminado de leer la última novela, Padres e hijos, un ambiente rural de
Pasar
del mundo de Harari, éste que estamos diseñando para el futuro, al de Jean
Giono y su húsar sin disolución de continuidad, acaso con el paréntesis de
levantarme un momento para añadir un par de leños más al fuego de la chimenea, era
casi un acto de evasión, un alivio. Es curioso que viviendo los pocos años que
vivimos no nos planteemos para el futuro otra cosa que las alternativas que las
directrices del mercado nos van señalando. ¿De verdad que no tenemos opciones
posibles, que vamos a tener, van a tener nuestros descendientes que vivir esta
insípida vida que diseñan para nosotros las multinacionales y el poder global?
A veces
me entran unas enormes ganas de desentenderme de los asuntos políticos, de las
noticias, de la actualidad y seguir al pie de la letra aquellos versos de Gil
de Biedma
En un viejo país ineficiente,
algo así como España entre dos guerras
civiles, en un pueblo junto al mar,
poseer una casa y poca hacienda
y memoria ninguna. No leer,
no sufrir, no escribir, no pagar cuentas,
y vivir como un noble arruinado
entre las ruinas de mi inteligencia.
Ganas
no me faltan, porque ya está dicho, la vida es tan breve, hay tantas cosas
interesantes que hacer, tanta belleza de que disfrutar, tan hermoso es el mundo
que ganas me dan, sí, de alcanzar al húsar y su caballo y hacerle compañía por
una buena temporada hasta que pase esta bazofia, esta pestilencia de que
estamos rodeados. Partir, caminar, dormir bajo las estrellas, vivir…
Me abruma ese porvenir de que
habla Harari, algoritmos por aquí y por allá que determinarán nuestras vidas y
nuestros actos, y miro frente a mi ventana el campo, unos relámpagos en la
cercanía, las nubes cabalgando por las cimas de la sierra del Valle, la
primavera despertando entre las cebadas y me digo que los sapiens somos unos
solemnes gilipollas cuando no somos capaces de encontrar otra alternativa a
nuestras vidas que esa que nos ofrecen desde las instancias económicas y
políticas. Tenemos un planeta, tenemos recursos, tenemos tecnología ¿y que
hacemos con ello?: crear miseria a nuestro alrededor, desempleo, precariedad. ¿No
hay manera de diseñar un mundo a la medida de todos sus habitantes? TODOS.
Todos, esa palabra que odian la derecha política del planeta y todos los
poderes fácticos.
De esto tratan las elecciones, de
trabajar, de producir para todos o de hacerlo en beneficio de unos pocos. Vote
usted a quien le salga de las pelotas, pero sepa lo que hace…

ResponderEliminarYo creo que pase lo que pase, seguiremos en las mismas. Quizá la solución, como apuntas, sea meterse dentro de uno mismo y, del afuera, gozar del sol, la noche, la brisa... Y es que "La soledad que uno busca, no se llama soledad".
Recuerdo a veces el último libro de Ernesto Sábato, un continuo revivir los horrores de la reciente historia de Argentina, su desaliento y la influencia que ello tenía en su vida personal y pienso qué no, que no me gustaría vivir los últimos años en ese estado de desesperanza. Preferiría retirarme a cultivar hortalizas como el Cándido de Voltaire. Más o menos lo que tú dices.
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