El Chorrillo, 20 de febrero de 2021
A veces me descojono leyendo titulares de prensa, cosas
como las que decía ayer el presidente de Gobierno, de que en España tenemos una
democracia plena. Eso o cuando oyes a alguno de estos personajes decir que en
este país todos somos iguales ante la ley. La confusión entre la ficción y la
realidad es tan grande en esta sufrida tierra que cuesta creer que una mayoría vivan
enzarzados en esa creencia de la música del flautista que les lleva de un lado
para otro como bueyes asidos por el yugo.
Asuntos como los que la prensa amarilla, bien organizada
ella como una orquesta para tocar la partitura que les han asignado, empaqueta
de tanto en tanto para crear corrientes de opinión orquestadas en oscuros
despachos para llevar a los titulares, como quien lleva a la horca a
determinados personajes o partidos, ahora contra Pablo Hasél, del que con lupa irán
a comprobar hasta las cacas que se hacía en los pañales cuando era chiquilín para
ver si ahí encuentran datos con que enmierdar al personaje a fin de contrarrestar
la presión de los que todavía luchan por la libertad de expresión, son la relevante manera que usa el poder en la
sombra en su especial guerra contra todo aquello que no les conviene. Noticias
puntuales contra alguien, contra determinado partido, que hoy es Hasél, pero
que ayer y anteayer y antes de anteayer es y fue Podemos o cualquier otro que
pueda atentar contra el verdadero poder establecido, que no es precisamente el
que sale de las urnas por mucho que nos lo quieran hacer creer.
Vivimos en un mundo en el que la ficción ocupa de continuo
los titulares, esa fuerza que dimana de la certeza de que los ciudadanos somos
gilipollas y que por tanto se nos puede tratar como infantes de nueve o diez
años que no han crecido ni van a crecer a lo largo de toda su vida. En esta
situación es como un día se despierta iluminado el Presidente de Gobierno, echa
mano al altoparlante de los medios y va y nos dice que en una democracia plena
–atentos: “¡plena!”, ahí es na– como
la nuestra no es admisible la violencia. No dice si se trata de la violencia
indiscriminada de los antidisturbios o los mossos, la policía o si alude a esa
violencia que se deriva de que unos pocos se aprovechen de su situación de poder
para expoliar a los otros, o si esa violencia es la de una bazofia como la del
rey emérito que violenta con su iniquidad la moral común, o si la violencia
procede de un sistema judicial conchabado contra todos aquellos que puedan
hacer sombra a todos esos moribundos del franquismo que coletean en las
antesalas del poder. ¡Ah!, la violencia,
la palabra mágica en boca de los meapilas del sistema para los que los peligros
en esta España Grande y Libre radican en algunos contenedores quemados y en que
la gente pueda expresarse libremente (ahí la ley Mordaza y sus remilgos para derogarla).
Ah, si pusieran tanto empeño en desenmascarar a las mafias de todo tipo que se
esconden tras unas pocas multinacionales, tras los ladrones eclesiásticos
capaces de inmatricular todas las propiedades del suelo patrio, en arreglar más
justamente el sistema tributario para distribuir la riqueza que entre todos
creamos. La violencia, se les llena la boca de babas hablando de la violencia,
cuando no hay peor violencia que la que ejercen unos pocos sobre el resto de la
población acaparando y engordando como cerdos a punto de reventar. Decía Fraga,
aquel ministro de execrable memoria, que la violencia era monopolio del Estado
–del Estado y de los que tienen la sartén por el mango, se olvidaba decir–, y
ese parece ser el santo y seña que devotamente siguen día a día en este país
tanto los que mandan de hecho como los mamporreros que les hacen el servicio
desde el Gobierno y las instituciones.
Eso respecto a la violencia. Luego está lo otro, lo de la
democracia, que dicen que es un sistema político que defiende la soberanía del
pueblo, una soberanía con la que una banda de trileros hace y sigue haciendo
juegos malabares con toda la contundencia de ese enorme poder que son los
medios de comunicación a su disposición, capaces con sus triquiñuelas y la
nefanda y vomitiva labor de una legión de llamados periodistas de convertir el
agua en vino a costa de una ingenua audiencia dispuesta a creerse toda la
mierda que fabrica la reacción. Ello hablando de democracia, pero si añadimos
además que nuestra democracia es plena, como asegura el señor presidente del
gobierno, pues ya es para echarse a reír y no parar. ¿Una democracia plena donde
el poder judicial lo nombran unos pocos interesados, donde el rey se hace
multimillonario a costa de los ciudadanos y que anda impune por ahí de juerga,
creo que en ese ejemplar país llamado Arabia Saudita, donde la familia real usa
tarjetas opacas, donde el viaje de luna de miel de Filipito y Filipita lo pagan
algunos adinerados, donde un general expresa que deberían fusilar a
veintitantos millones de españoles y sigue tranquilamente en su casa viendo la
tele, donde para meter en la cárcel a toda la plana del PP se necesitarían
siglos, pero que en un abrir y cerrar de ojos puede meter en chirona a unos
pocos políticos catalanes que disienten? ¿Una democracia plena donde meten en
la cárcel a alguien por decir algo que molesta a alguno, donde a los peces
gordos se les trata con deferencia y a los pobres diablos a golpe de porra y
gases lacrimógenos?
Una democracia plena: Tararí… no me jodas, Pedrito…
Nota. Aclaro para los despistados que un servidor no defiende lo que pueda decir el tal Hasél, que me suena que tampoco debe de andar muy bien de la cabeza, que lo que defiende es la libertad de expresión venga de quien venga.
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