lunes, 22 de febrero de 2021

Razones para seguir viviendo. "Cuánto es mucho tiempo"

 



El Chorrillo, 23 de febrero de 2021

 

Hoy dediqué toda la tarde al libro de Juanjo, Cuánto es mucho tiempo, toda, hasta que los ojos, rojos como tomates, no dieron más de sí.

Apenas cinco o seis páginas del final una emoción contradictoria me sube por dentro como una pequeña marea. Me siento un tanto gilipollas leyendo el capítulo que lleva el título de Pablo, el vagabundo que lo tiene todo. A mitad de su lectura he tomado nota del título de un libro que ya mismo quiero comenzar a leer, El vagabundo de la estrellas, la última obra de Jack London. La historia de Pablo es una pasión por la la montaña y el descubrimiento, tras el paso por la búsqueda infructuosa de un diagnóstico equivocado, de que tenía esclerosis lateral amiotrófica. Cuando te diagnostican ELA no tienes nada que hacer, te deshaucian definitivamente. El personaje de la novela de Jack London, Darrell Standing, espera su ejecución en una minúscula celda de una prisión y en ella vive todas las vidas vividas y no vividas, vidas que visitaba a voluntad dejando impotentes a sus carceleros que sólo podían aprisionar su cuerpo. La vida de Pablo a partir de aquel diagnóstico se convierte en algo parecido. Pablo, cuenta Juanjo, sigue escalando y viajando desde su casa a todos los lugares del mundo, gritando a quien quiera oírle que la ELA “no afecta a la cabeza”, que la mente es la mejor herramienta de la vida.

No sé, me hace dudar este optimismo, que en esencia es provocativo al punto de sumirme en el escepticismo. Pero aún así la historia de Pablo asumiendo su inmovilidad total, y a última hora la pérdida de la capacidad de hablar, sugiere un enorme interrogante sobre cuál puede ser la decisión que uno puede tomar ante una vida, eso que llamamos asépticamente calidad de vida, casi totalmente limitada al uso de la imaginación. No estoy seguro de que en este caso Juanjo no esté haciendo un ejercicio de autoconvencimiento al calor emocional de la dramática historia de su amigo Pablo.

Tengo en la mesita de al lado un libro que esta misma tarde me trajo un mensajero, Diálogo con la muerte. Un testamento español, de Arthur Koestler. El autor, que ejercía como corresponsal extranjero, había sido detenido en 1937 por las tropas franquistas y condenado a muerte. Escribe este libro mientras llega la hora de su ejecución. La atracción que ejerce sobre mí este tipo de situaciones hace que no deje pasar cualquier historia que roce unas circunstancias análogas. No sé, quizás en un intento más allá de esa vida que uno quisiera vivir exista una adaptación y el desarrollo de otras capacidades de las que no creyera tener posesión. Juanjo San Sebastián  en una de esas magníficas intuiciones que a veces recorren su escritura, decía páginas atrás que cuando en cierta ocasión alguien le preguntó cuál había sido su “mayor logro” en la vida, no encontró una mejor respuesta que decir que probablemente su mayor logro es que la vida que estaba viviendo se parecía mucho a la que quería vivir.

Uno no puede estar siempre en esas circunstancias; es cuando no sólo no se parece en nada la vida que estás viviendo a aquella que quisieras vivir, que los interrogantes crecen por doquier. ¿Es la historia de Pablo posible? ¿Cuándo llega el momento de abandonar definitivamente la vida? Es bastante frecuente el hecho de que haya muchas personas que no les atemorice la muerte —finito, ciao!—,y que el verdadero temor venga del cómo, de la incertidumbre de ese cómo que la hipocresía universal interpone entre el deseo del individuo que se quiere ir y su cumplimiento; pero, independientemente de ello, ¿cuáles son, serán, las circunstancias en que nos podamos encontrar un día para que de manera convencida podamos decidir libremente seguir viviendo o no?

En un capítulo previo Juanjo había recalado con sus compañeros en las islas Georgia del Sur, unas islas de belleza aterradora y salvaje, escribe, a seis días de navegación al Este de la Islas Malvinas, un lugar donde se desarrolló la historia de supervivencia más impactante que conozco y que protagonizaron Henry Shackleton y sus hombres sobreviviendo a un invierno ártico y a 17 días de infernal navegación. El motivo de su estancia en esa isla era repetir el itinerario de Shackleton, imagino que un modo de acercarse mental y físicamente al pensamiento y a las circunstancias de aquellos supervivientes.

Las inconcebibles fuerzas que pueda sacar el hombre dentro de sí parecen un enigma imposible de resolver si pensamos en situaciones como la de Shackleton, Joe Simpson, o Messner en el Nanga Parbat vagando tras la muerte de su hermano por precipicios y glaciares hasta encontrar un ser humano.

Quizás algo así moviera al Pablo de la historia de Juanjo, pero cuesta creer que la vida deba, pueda, por mucho que la mente sea la mejor herramienta de la vida, alargarse por decisión propia cuando las constantes vitales llegan a límites tan precarios.

 

 

 

 

 

 


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