El
Chorrillo, 23 de febrero de 2021
Hoy
dediqué toda la tarde al libro de Juanjo, Cuánto es mucho tiempo, toda,
hasta que los ojos, rojos como tomates, no dieron más de sí.
Apenas
cinco o seis páginas del final una emoción contradictoria me sube por dentro
como una pequeña marea. Me siento un tanto gilipollas leyendo el capítulo que
lleva el título de Pablo, el vagabundo que lo tiene todo. A mitad de su
lectura he tomado nota del título de un libro que ya mismo quiero comenzar a
leer, El vagabundo de la estrellas, la última obra de Jack London. La
historia de Pablo es una pasión por la la montaña y el descubrimiento, tras el
paso por la búsqueda infructuosa de un diagnóstico equivocado, de que tenía
esclerosis lateral amiotrófica. Cuando te diagnostican ELA no tienes nada que
hacer, te deshaucian definitivamente. El personaje de la novela de Jack London,
Darrell Standing, espera su ejecución en una minúscula celda de una prisión y
en ella vive todas las vidas vividas y no vividas, vidas que visitaba a
voluntad dejando impotentes a sus carceleros que sólo podían aprisionar su
cuerpo. La vida de Pablo a partir de aquel diagnóstico se convierte en algo
parecido. Pablo, cuenta Juanjo, sigue escalando y viajando desde su casa a todos
los lugares del mundo, gritando a quien quiera oírle que
No sé,
me hace dudar este optimismo, que en esencia es provocativo al punto de sumirme
en el escepticismo. Pero aún así la historia de Pablo asumiendo su inmovilidad
total, y a última hora la pérdida de la capacidad de hablar, sugiere un enorme
interrogante sobre cuál puede ser la decisión que uno puede tomar ante una
vida, eso que llamamos asépticamente calidad de vida, casi totalmente limitada
al uso de la imaginación. No estoy seguro de que en este caso Juanjo no esté
haciendo un ejercicio de autoconvencimiento al calor emocional de la dramática
historia de su amigo Pablo.
Tengo
en la mesita de al lado un libro que esta misma tarde me trajo un mensajero, Diálogo
con la muerte. Un testamento español,
de Arthur Koestler. El autor, que ejercía como corresponsal
extranjero, había sido detenido en 1937 por las tropas franquistas y condenado
a muerte. Escribe este libro mientras llega la hora de su ejecución. La
atracción que ejerce sobre mí este tipo de situaciones hace que no deje pasar
cualquier historia que roce unas circunstancias análogas. No sé, quizás en un
intento más allá de esa vida que uno quisiera vivir exista una adaptación y el
desarrollo de otras capacidades de las que no creyera tener posesión. Juanjo
San Sebastián en una de esas magníficas
intuiciones que a veces recorren su escritura, decía páginas atrás que cuando
en cierta ocasión alguien le preguntó cuál había sido su “mayor logro” en la
vida, no encontró una mejor respuesta que decir que probablemente su mayor
logro es que la vida que estaba viviendo se parecía mucho a la que quería
vivir.
Uno no
puede estar siempre en esas circunstancias; es cuando no sólo no se parece en
nada la vida que estás viviendo a aquella que quisieras vivir, que los
interrogantes crecen por doquier. ¿Es la historia de Pablo posible? ¿Cuándo
llega el momento de abandonar definitivamente la vida? Es bastante frecuente el
hecho de que haya muchas personas que no les atemorice la muerte —finito,
ciao!—,y que el verdadero temor venga del cómo, de la incertidumbre de ese cómo
que la hipocresía universal interpone entre el deseo del individuo que se
quiere ir y su cumplimiento; pero, independientemente de ello, ¿cuáles son,
serán, las circunstancias en que nos podamos encontrar un día para que de
manera convencida podamos decidir libremente seguir viviendo o no?
En un
capítulo previo Juanjo había recalado con sus compañeros en las islas Georgia
del Sur, unas islas de belleza aterradora y salvaje, escribe, a seis días de
navegación al Este de
Las
inconcebibles fuerzas que pueda sacar el hombre dentro de sí parecen un enigma
imposible de resolver si pensamos en situaciones como la de Shackleton, Joe
Simpson, o Messner en el Nanga Parbat vagando tras la muerte de su hermano por
precipicios y glaciares hasta encontrar un ser humano.
Quizás
algo así moviera al Pablo de la historia de Juanjo, pero cuesta creer que la
vida deba, pueda, por mucho que la mente sea la mejor herramienta de la vida,
alargarse por decisión propia cuando las constantes vitales llegan a límites
tan precarios.
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