jueves, 18 de febrero de 2021

La cajita de la felicidad

 



El Chorrillo, 16 de diciembre de 2015

 

 

Andaba esta tarde un tanto espeso y como el día estaba bonito, total, que le dije a uno de mis enanitos que si me acompañaba a dar un paseo. Así que andábamos él y yo, él cómodamente asentado dentro de mi cabeza, yo caminando a buen ritmo entre los almendros de un vallecillo de más abajo de mi casa que han pintado repentinamente el campo de color primavera, cuando mi acompañante, que debía de dar vueltas y vueltas por mi cerebro como gato encerrado, aunque haciendo ruido como si caminara con la pata de palo de aquel capitán que oía Jim Hawkins en la posada de La isla del tesoro, cuando sin venir a cuento va y me suelta que por qué parte del planeta pilla eso que llaman felicidad, que había comprobado que mucha gente anda detrás de ese país y quería saber.  El tío estaba tan intrigado con eso de la felicidad que ya le veía yo dirigiéndose a una agencia de viajes para comprar un billete de Ryanair que lo llevara a Felicidad. Él desconocía en qué parte del mundo podría estar aquello, pero como expertos los hay por doquier para todo, etc.

En fin, que le vi tan perdido que cerré la persiana y le dejé a oscuras. Se debió de dormir, porque no volvió a chistar durante todo el camino. Pero su interrogante había caído en la tierra fértil de mi curiosidad y unos cientos de metros más allá, mientras el sol del atardecer se vestía con la suavidad de los colores al pastel por obra y gracia de la bruma que ocupaba el lado de poniente, mi mente fue ocupada por alguna de esas leves imágenes que vuelan frecuentemente por mi imaginación en las horas matinales del duermevela al punto de caer en la certeza de que una buena parte de la felicidad se encuentra en el entorno de la cajita, especialmente si consideramos el término “entorno” en un sentido lo suficientemente amplio. Y me lo decía porque nada más había que ver al personal para en una primer vistazo saber que en ese entorno en donde se localiza el origen del mundo se cuece una parte importante de los anhelos de todo quisque, y ello pese al desgaste que las neuronas pueden tener a lo largo de los años en la especie homo sapiens sapiens.

 Entremos en materia. Que de no sólo pan vive el hombre ya lo decía el Evangelio, pero que animados a buscar los caminos de la felicidad, cosa que no dejaría de hacer ni siquiera el tonto del pueblo, bien vale ir rescatando alguna de esas cosas que nos encontramos un día u otro por el camino y que huelen a primavera para así ir sabiendo cuales son los confines de ese país llamado Felicidad.

Felicidad, efímera, cierto, pero que sumado a otras efemérides J pueden alegrar el curso de los días cuando sin comerlo ni beberlo viene inspirada tanto por las inesperadas notas de un saxo que resurge entre las turberas de la memoria como por alguna de esas apariciones que colapsan el tránsito de las neuronas. Estaba sorteando unas profundas cárcavas que los temporales últimos han dejado en alguno de los caminos de los alrededores, cuando caí en el motivo por el que esta tarde se me hubiera despertado hablar a mí de cajitas. La razón venía de una nueva lectura de Las mil y una noche, en la que bien se sabe, Sherezade volcaba todo su talento narrativo para mantener al sultán Shahriar pendiente de su próximo cuento a fin de librarse de la muerte. Hoy correspondía aquella historia en la que se propone a última hora un juego que consistía en averiguar el nombre de aquello que tienen las mujeres entre las piernas y que tras muchas pesquisas el mandadero había descubierto que se llamaban en la primera doncella “la albahaca de los puentes”, en la segunda “lo que se deleita con raciones de sésamo descortezado” y en la tercera “la posada de Aby-Mansur”, razón por la cual cuando las doncellas hubieron dicho el nombre de sus cajitas de la felicidad, “el mandadero se levantó, se despojó de sus vestidos y se metió en el agua. Se lavó todo el cuerpo, como se habían lavado las doncellas y después salió del baño y fue a echarse en el regazo de la más joven, y señalando a su virilidad, preguntó a la mayor de todas: ¿Sabes ¡oh soberana mía! cuál es su nombre? Al oír estas palabras, las tres se echaron a reír tan a gusto, que cayeron sobre sus posaderas y exclamaron: "¡Tu zib!" Y él dijo: "No es eso, no es eso." Y les dio a cada una un mordisco. Ellas dijeron entonces: "¡Tu herramienta!" Y él contestó: "Tampoco es eso." Y a cada una le dio un pellizco en un seno. Y ellas, asombradas, replicaron "Sí que es tu herramienta, porque está ardiente; sí que es tu zib porque se mueve." Y el mozo seguía negando con un movimiento de cabeza, y luego las besaba, las mordía, las pellizcaba y las abrazaba y ellas reían a más no poder, hasta que acabaron por decirle: "¿Cómo se llama, pues?" Entonces él meditó un momento, se miró entre los muslos, guiñó los ojos, y señalando a su zib, dijo: "Oh señoras mías! vais a oír lo que acaba de decirme este niño: "Me llaman el macho poderoso y sin castrar, que pace la albahaca de los puentes, se deleita con raciones de sésamo descortezado y se alberga en la posada de Aby-Mansur."

¿Que cómo sigue la historia? Así: "En este momento de su narración, Sherezade vio aparecer la mañana, y se calló discretamente".

Tan ensimismado estaba yo con el recuerdo de este capítulo de Las mil y una noche, que no oí a mi enanito hasta que no llegué a las proximidades del arroyo Tochuelo. Despertó como si no se hubiera dormido volviendo a la carga con el asunto de la felicidad. Le tuve que explicar que la tal Felicidad no es una isla ni nada que se le parezca, que tal cosa es un estado de ánimo propiciado por etcétera, etcétera. Mira, guapo, le dije al final, si quieres saber más lee mi post a ver si así cazas algo. Después seguí caminando. En algún momento el sol se puso tan bonito que saqué la cámara y me entretuve en hacer algunas tomas.

Y colorín colorado…

 


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