El Chorrillo, 17 de febrero de 2021
Camino
que va uno del desguace no es de extrañar que con cierta frecuencia te preguntes
por las consecuencias del desarreglo del motor; hoy te falla una biela, mañana
el tubo de escape se descuelga y hace un ruido infernal sobre el asfalto o te
sucede que tal pieza de repuesto está descatalogada y ni en
Vamos,
que darle a la manivela de la moviola de la vida parece una preocupación
razonable. En ella se mezclan de continuo tal cantidad de variables de uno y
otro signo que cuesta ver claro, así que ve al desván a por el cazamariposas, toma
la lupa de Sherlock Homes y a hacer de entomólogo a ver qué se saca en claro.
Hace no mucho, hablando con un amigo de mi edad al que yo recordaba los tiempos
más preciados de nuestra mutua juventud con una aire de cierta nostalgia,
apenas me dejó terminar para decirme que él en absoluto cambiaba aquellos años
de juventud por los de ahora. Alguien que se expresa así entiendo que está en
camino de la perfección (jajaja), una perfección mucho más sana que aquella
inútil que pregonaba Teresa de Jesús en su libro y que iba encaminada a
conseguirse una plaza en el patio de butacas del Paraíso; sana la del amigo
porque si tuviste una juventud de sentirte muy cómodo dentro de tu piel la
conclusión obvia es que te has montado una vida digna de mirarse con gusto.
Hay
quien parece haber estado bien siempre y no necesita comparaciones, para quien
el eterno presente es un baile agarrao que ellos bailan con la vida
desde siempre con la vista puesta en sus sueños, que ayer fueron X y que hoy
son Z; esa clase de filosofía que supo hacer del carpe diem la
asentadera para cada ocasión de la existencia. En este caso todo tiene más
mérito porque, si aun haciendo de tapicero toda la vida y teniendo una infancia
donde nadie daba duros a peseta y había que ganarse la jala con muchos
esfuerzos, alguien se encuentra a su anchas, es que es un privilegiado. No un
privilegiado al que le llueven de bóbilis bóbilis ese estar bien en la vida,
sino el privilegio que viene de asumir responsabilidad, cumplir sueños y no
parar mientes en las dificultades.
Vivir
es un acto de coraje o vivir es militar, guerrear, reza alguna cita de Séneca.
Y bueno, descartado esto, ahora lo que queda saber es lo que viene a
continuación, lo que viene y cómo viene, sí, tras los setenta y los ochenta. Y
es hablando de ello que le comentaba a Carlos que no hay ejemplos en la
literatura de montaña en que se muestre la evolución que sufren los seniors del
alpinismo en este lento camino hacia la madurez, la lucha con sus limitaciones
crecientes, su filosofía, el aggiornamento que se produce en sus
pensamientos, sus decepciones, sus alegrías. Y es en este contexto en el
que le comentaba que probablemente fuera
él la persona más apropiada para hablarnos de estas cosas.
Si de
continuo metemos las narices en los libros, somos apasionados de sus páginas o
incluso vemos determinadas películas, entre las razones principales se
encuentra, creo, el deseo de saber cómo piensan otras personas, qué sienten, cómo
superan sus dificultades, cómo les nacen los sueños y los llevan acabo: qué les
pasa, también, y mucho en mi caso, cuando se van haciendo mayores. A mí
escasamente me interesa el relato físico de ascensiones notorias si no va
acompañado por lo que sus actores sienten, sus anhelos, su temor, el modo en
cómo en su voluntad se va abriendo paso un sueño o proyecto hasta convertirse
en una pasión ineludible. Una excelente escritora de libros de montaña como
Bernadette McDonald, un ejemplo, sabe hablarnos del alma de los alpinistas que
retrata. A esto me refiero. Cuéntanos de tus sueños y la lucha contra los
demonios y el miedo, parece que le dijera el lector al autor de un libro de
montaña. Y si no lo cuentas directamente, háznoslo sentir al menos con la
fuerza de tu relato.
Yo
quiero ser fiel lector de un libro que hable, no de subir un ochomil, sino de
un libro de un amante apasionado de la montaña que asciende por las empinadas
laderas de la edad de los 60, 70, 80, 90 y me cuente lo que pasa por su
interior, lo que siente, cómo se las apaña con los hándicaps y los achaques, qué
alegrías saca de su lenta a ascensión por esas abruptas laderas. Si además el
autor de ese libro hipotético es un hombre sencillo, humilde, mejor que
mejor. Por cierto, que en este punto se
me ocurre que una buena metáfora de la vida sería la de una montaña donde los años
de aquélla estuvieran representados por las curvas de nivel. Empezaríamos
escalando la montaña en el nivel cero y durante toda ella, tramo a tramo,
iríamos ganando altura hasta la cercanía de la cima, momento este último, el
definitivo, la cúspide de la vida, en que volverse y mirar con orgullo desde arriba
la existencia entera. Hora de tomar aliento y decir Good bye!, Ciao!, ha sido
un placer.
Ingenua
y simplista imagen, lo sé, pero no está tampoco mal hacerse niño, agarrar como
un párvulo un estuche de esos que usábamos en el colegio, ¿cómo era?, sí,
pinturas Alpino, y empezar a garabatear aquellas montañas picudas que
tanto gustábamos diseñar y que en la madurez pueden convertirse en símbolo de
una atractiva ascensión.
* * *
Terminado
este post me acordé de Martínez de Pisón del que había escuchado por Carlos sobre
su paso por el escenario del Covid y escribí una nota a un amigo pensando que
me podría dar alguna información adicional. Desde que leí su libro El
territorio del leopardo e intercambié con él un par de emails es una
persona por la que profeso un especial cariño, esos sentimientos que se te imponen
sin que tu razón intervenga para nada. No, no son las cosas tantas veces ni
mucho menos tal como las pintaba más arriba, ese deporte de escribir y
especular desde el sillón sobre la vida, más tratándose de una vida intensa,
generosa y hermosa como la de Eduardo, ante cuya situación actual hablar de
cumbres y similares casi puede ser indecoroso cuando nos acercamos a la otra
cara de la moneda con una esposa fallecida no hace mucho y graves achaques de
la edad. Le decía al amigo que no sabía por qué se me hacía un nudo en la
garganta leyendo las noticias que me daba de Eduardo, que me costaba comprender
íntimamente lo que sucede en el alma de la gente mayor, especialmente cuando lo
sientes tan dentro de ti y las circunstancias son tan penosas.
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