miércoles, 10 de febrero de 2021

Podemos en el ojo del huracán

 

¡Ay!, aquellos bonitos tiempos cuando todavía éramos crédulos


El Chorrillo, 10 de febrero de 2021

 

Es frecuente que al pensamiento lleguen, al menos a mí me sucede, los conceptos y las imágenes que tenemos de la realidad liadas y revueltas de tal modo que no sea fácil habérselas así a primera vista con un panorama en que se pueda sacar una conclusión fiable. Si esto es así, y los tiempos corren a la velocidad que corren, parece bastante plausible que nos veamos obligados a vivir en la improvisación, ya que al carecer del tiempo que necesitaría una idea compleja para ser examinada y poner un poco de orden en nuestra mente, nos vemos obligados a echar mano en la precipitación de un tópico o de una idea preconcebida que no necesita más que un corta-pega, y con más razón si se trata de un comentario en las redes o en el periódico. Ni te digo si se trata de una conversación típica en la que dos contertulios ni analizan ni conversan, que lo único que hacen es repetir at infinitum lo que ya tienen/tenemos en el coco asentado, no sabemos muchas veces cómo, desde décadas atrás.

Si a ello añadimos los tópicos comunes, ése, por ejemplo, de que todos los políticos son malísimos, unos gorrones que sólo quieren aprovecharse personalmente de su posición de poder, ése o cualquier otro fijado en la mente colectiva como derecho consuetudinario de expresión, parece que a lo que estemos contribuyendo con estas disposiciones sea, primero, a una esclerosis del pensamiento, y en segundo lugar a convertir la comunicación en un diálogo de sordos.

Ejerzo de abogado del diablo, un hábito que de tanto en tanto aprecio como elemento de diversión, porque estimo que llevar la contraria (no llevar la contraria porque sí, claro) da más juego a la expresión y posibilita con su punto de vista discrepante un acercamiento a los asuntos que les salva del peligro de una perspectiva monocolor que puede afectar a la claridad del análisis. Me divierto, luego existo, pero también un esfuerzo conveniente para intentar llegar a una síntesis.

Las paradojas, las contradicciones, la falta de coherencia que a veces atribuimos a las personas, constituyen, creo, una fuente de conocimiento nada desdeñable. Basta pensar en esos hábitos de expresión y pensamiento que tenemos cuando queriendo llamar a alguien al orden ponemos en evidencia la diferencia que hay entre lo que dice y lo que hace; no es lo mismo predicar que dar trigo. En esta línea es en la que esta mañana, haciendo los consabidos ejercicios de mantenimiento, me encontraba en mi imaginación con un individuo repantigado sobre un sofá, pongamos por caso, hablando del vicepresidente del gobierno y refiriéndose a él como El Coletas, o asignando a un periodista que está exponiendo alguna idea el apelativo podemita sin parar mientes en lo que dice pero echando ya de entrada un chorrito de sarcasmo en la cosa para que de ese modo entremos en el contenido del artículo con las bielas antiPodemos bien engrasadas.

Bueno, pues al hilo de estas cosas es donde me surgían a mí algunos interrogantes. Uno, mi consideración sobre ese señor cómodamente sentado frente al televisor que entre un programa y otro de la tele arregla el mundo y etiqueta con su lengua viperina a ciertos políticos; esa facilidad con la que dictaminamos, criticamos, despreciamos, que recuerda la actitud del jovencito bien comido y bien bebido que no teniendo ninguna responsabilidad que ejercer en la vida se dedica a poner como hoja de perejil a aquellos que bien o mal están trabajando por su bienestar. Dos, la sapiencia con la que nos convertimos desde el sofá en arregladores del mundo, la simplicidad con la que desde nuestra sabiduría capaz de arreglar el mundo con un plumazo agarramos el martillo y machacamos a todo aquel que no nos cae bien. Tres, las diferentes opciones políticas que tenemos en determinado momento de la historia, opciones posibles. En nuestro caso la única opción política de ámbito nacional: UP. Yo recuerdo con añoranza aquellos tiempos en que desde dentro de Podemos mi cuerpo era capaz de generar una ilusión en la cosa política, que yo pensé había desaparecido por siempre jamás dentro de mí desde décadas atrás. Ahora es otra cosa, desde luego, pero tampoco puedo vivir a la contra ante una realidad en la que la actuación de este partido sigue siendo la única representación progresista en el abanico político del país.

Cuesta aceptar que uno deba defender a una izquierda, la única que existe hoy en España a nivel nacional, en donde el mangoneo es, ha sido, tan evidente, o donde si la responsable principal de la Comisión de Garantías Democráticas no agacha la cerviz ante el sanedrín representado por Iglesias, es descabezada, o donde sin más pretendan defenestrar a Adelante Andalucía porque no se atengan a lo que dice la voz del amo; cuesta, pero con el tiempo voy asumiendo que no siendo la perfección cosa de este mundo, el principio de realidad debe asumir ese criterio tan usual con el que tantas veces nos acercamos a las urnas, la política de lo menos malo.

Podemos no es ni con mucho lo que tantos esperábamos desde dentro de sus filas en los primeros tiempos, pero hay una realidad incontrovertible, y es que hoy por hoy es el único partido de izquierdas a nivel nacional de este país con posibilidades de hacer algo por una mayor justicia social y económica. Y la prueba de ello es cómo año tras año esta formación política sigue siendo el ojo del huracán del comedero político y objeto del acoso continuo y pertinaz por las fuerzas conservadoras y el poder económico a través de los medios de comunicación conchabados insistentemente con él y, como no, a través de la vía judicial continuamente explotada infructuosamente por la derecha para desprestigiar y derribar cualquier postura que pueda poner en peligro sus prerrogativas. Meses, años con campañas diseñadas por psicólogos, y en cierto modo psicópatas, que no sabiendo cómo acorralar al enemigo que atenta contra sus privilegios, en vez de entonar las letanías de la Virgen eligen aquellas de Venezuela, Venezuela, Venezuela.

Debatirse entre las contradicciones parece ser el sino de todo bicho viviente que quiera plantearse mejorar el mundo. Los intrumentos que para ello ofrece nuestra sociedad esencialmente se asientan en el ejercicio de una democracia, que aunque es una caca porque los que la diseñaron y la regentan siguen retorciendo los términos de su desarrollo y desprestigiándola de continuo con sus intereses y sus manejos, es el casi exclusivo marco de referencia para regular nuestra convivencia, por lo que no hay más cáscaras que explotarlo lo mejor que se pueda. Y en esa situación tener en el gobierno de coalición personas como Yolanda Díaz (largos aplausos) y Pablo Iglesias me parece que tiene un valor incalculable que debería ayudarnos a entender que frente al verdadero poder, es decir los bancos, las multinacionales y el dinero en general –y en estos momentos en menor grado la desprestigiada Iglesia Católica–, pese a todas las sombras que arrojan Pablo Iglesias y su equipo, no debería caber otra que hacer puño con ellos. Sí, entre otras cosas porque aceptar las incoherencias, el que no las tenga que arroje la primera piedra, debería entrar en la valoración global que hacemos de las personas y los grupos políticos a la hora de intentar mejorar este jodido país donde vivimos. Los ciudadanos críticos a Iglesias, entre los que me encuentro, deberíamos hacer un esfuerzo de cohesión colocando las incoherencias en el cestillo de pelillos a la mar, más o menos aquello que decía Deng Xiaoping: “"No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”.

 

 

 

 


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