martes, 9 de febrero de 2021

La punta de un pezón y el arpa de Bécquer

 


El Chorrillo, 10 de febrero de 2021


¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
 

Como aficionado a la música bien puede decirse que tanto las yemas de los dedos como las cuerdas de un arpa son elementos que se complementan maravillosamente a la hora de hacer música. Que de todos los dedos y de todas las cuerdas no puedan salir las excelencias de la música esa que todos buscamos debía ser un acicate para ponerse las pilas y saber qué coño pasa, porque de todas todas seguro que la culpa no es de las cuerdas sino de los dedos.

Las ventajas que conlleva el aprendizaje de tocar el arpa son obvias, algo que en absoluto necesita de las clases presenciales en el conservatorio, sino tan sólo tener las neuronas despiertas y disponer oportunamente el arpa al alcance de la mano en el momento apropiado, cosa no excesivamente difícil si los ensayos previos se han prodigado a lo largo de la semana y se han cuidado los dedos de manera que éstos se mantenga despiertos ojo avizor en la corrala que es la vida para no perder ocasión de practicar. Por cierto, que como no se necesita saber solfeo sino tan solo tener buen oído para comprobar la receptividad de las cuerdas y la respuesta que estás ofrecen al contacto con las yemas de los dedos, la cosa se simplifica y se reduce a cultivar la sensibilidad.

Como uno fue aprendiz desde jovencito de los famosos músicos Henry Miller y Anaïs Nin, ya estaba en precedentes de que eso de la música, coral, solista o en dueto era un arte que habría que practicar en el futuro a fin de adquirir un buen oído por una parte y más tarde una destreza lo suficiente como para hacer salir de las cuerdas del arpa alguna melodiosa música.

No sé yo qué pueda añadir a las excelencias del arte instrumental en cuanto se refiere al dominio de las cuerdas del arpa,  que más que unas anotaciones en un diario lo que necesitaría sería el convencimiento de que, al igual que el manejo de la flauta, lo que requiere es práctica y una sensibilidad a flor de piel que sintonice a su vez con el espíritu del arpa, tan sensible ella al modo en cómo el ejecutante usa las yemas de sus dedos sobre la aterciopelada tersura de sus cuerdas.

Me decía un amigo hace no mucho que más vale arpa conocida que arpa por conocer, a lo que yo respondía que un arpa nueva siempre es un arpa nueva, un territorio a explorar y del que arrancar nuevas y gratas melodías, bien que yo admitiera que en el caso de disponer de un stradivarius en versión arpa, en cuyo caso la buena música siempre estaba asegurada, quizás pudiera acceder a sacar música exclusivamente de un solo arpa. Pero bueno, salvando las excepciones, ya se sabe que toda regla tiene la suya, sigo pensando que una diversidad de arpas siempre es buena, porque además tiene el aliciente, como nos sucede cuando distraídamente silbamos una canción, que la buena música se almacena en el cerebelo y en cualquier momento podemos volver a resucitarla de modo tal como si realmente en ese instante nuestros dedos estuvieran pulsando sus cuerdas. Todo el mundo sabe que la música, a diferencia de las otras artes en las que un lienzo, una escultura, un manuscrito, puede ser destruido, en ella las melodías pueden vivir en la mente de los sapiens in secula seculorum hasta el final de los tiempos si la música fue suficientemente buena.

Seguro que cuando lea estas líneas mi chica me dice que en lugar de cambiar  el título este blog por el de Diario de un pelagatos, va a ser mejor que lo bautice como Diario de un amante de la música ;-).

Ya me he divertido suficiente por hoy, así que hasta otro día.

 







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