El Chorrillo, 10 de febrero de 2021
¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,
como el pájaro duerme en las ramas,
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!
Como
aficionado a la música bien puede decirse que tanto las yemas de los dedos como
las cuerdas de un arpa son elementos que se complementan maravillosamente a la
hora de hacer música. Que de todos los dedos y de todas las cuerdas no puedan
salir las excelencias de la música esa que todos buscamos debía ser un acicate para
ponerse las pilas y saber qué coño pasa, porque de todas todas seguro que la
culpa no es de las cuerdas sino de los dedos.
Las
ventajas que conlleva el aprendizaje de tocar el arpa son obvias, algo que en
absoluto necesita de las clases presenciales en el conservatorio, sino tan sólo
tener las neuronas despiertas y disponer oportunamente el arpa al alcance de la
mano en el momento apropiado, cosa no excesivamente difícil si los ensayos
previos se han prodigado a lo largo de la semana y se han cuidado los dedos de
manera que éstos se mantenga despiertos ojo avizor en la corrala que es la vida
para no perder ocasión de practicar. Por cierto, que como no se necesita saber
solfeo sino tan solo tener buen oído para comprobar la receptividad de las
cuerdas y la respuesta que estás ofrecen al contacto con las yemas de los
dedos, la cosa se simplifica y se reduce a cultivar la sensibilidad.
Como
uno fue aprendiz desde jovencito de los famosos músicos Henry Miller y Anaïs Nin,
ya estaba en precedentes de que eso de la música, coral, solista o en dueto era
un arte que habría que practicar en el futuro a fin de adquirir un buen oído
por una parte y más tarde una destreza lo suficiente como para hacer salir de
las cuerdas del arpa alguna melodiosa música.
No sé
yo qué pueda añadir a las excelencias del arte instrumental en cuanto se
refiere al dominio de las cuerdas del arpa, que más que unas anotaciones en un diario lo
que necesitaría sería el convencimiento de que, al igual que el manejo de la
flauta, lo que requiere es práctica y una sensibilidad a flor de piel que
sintonice a su vez con el espíritu del arpa, tan sensible ella al modo en cómo
el ejecutante usa las yemas de sus dedos sobre la aterciopelada tersura de sus
cuerdas.
Me
decía un amigo hace no mucho que más vale arpa conocida que arpa por conocer, a
lo que yo respondía que un arpa nueva siempre es un arpa nueva, un territorio a
explorar y del que arrancar nuevas y gratas melodías, bien que yo admitiera que
en el caso de disponer de un stradivarius en versión arpa, en cuyo caso la
buena música siempre estaba asegurada, quizás pudiera acceder a sacar música
exclusivamente de un solo arpa. Pero bueno, salvando las excepciones, ya se
sabe que toda regla tiene la suya, sigo pensando que una diversidad de arpas
siempre es buena, porque además tiene el aliciente, como nos sucede cuando
distraídamente silbamos una canción, que la buena música se almacena en el
cerebelo y en cualquier momento podemos volver a resucitarla de modo tal como
si realmente en ese instante nuestros dedos estuvieran pulsando sus cuerdas.
Todo el mundo sabe que la música, a diferencia de las otras artes en las que un
lienzo, una escultura, un manuscrito, puede ser destruido, en ella las melodías pueden vivir en la
mente de los sapiens in secula seculorum hasta
el final de los tiempos si la música fue suficientemente buena.
Seguro
que cuando lea estas líneas mi chica me dice que en lugar de cambiar el título este blog por el de Diario
de un pelagatos, va a ser mejor que lo bautice como Diario de un amante de la música ;-).
Ya me
he divertido suficiente por hoy, así que hasta otro día.
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