lunes, 8 de febrero de 2021

¿Para qué coño queremos un sentido para la vida?

 



El Chorrillo, 9 de febrero de 2021

 

En los altavoces suena una de las tropecientas cantatas de Bach. Música con la que acompañar la madrugada junto al fuego de la chimenea. No música cualquiera, música de Bach, Bach, Bach… esa que llenó siempre los rincones del alma con no sé qué deliciosas sensaciones y que despiertan nuevamente una y otra vez de entre los ecos de sus notas siempre que sus voces aparecen en el lienzo silencioso de la noche. No soy capaz de nombrar ninguna de ellas pero cada vez que a voleo pincho en alguna en la pantalla de Spotify no hay vez que sus notas no me resulten familiares y pueda por un rato, la melodía que arranca de los labios de una soprano, llegarme como una conocida brisa venida de algún momento del pasado.

A estas cosas lo llaman recordar, pero el término me parece impreciso y apenas nombra aquello de que se trata. Convendría más el término evocar, que parece que se refiere más a una especie de recuerdo en el que ha quedado incrustada una emoción que resucitara al calor de la música.

Oyendo esta noche esta música, en algún momento recordé una entrada que había subido Néstor recientemente a su muro. Su habitual fotografía venía acompañada esta vez por un cita de Ernesto Sábato en donde éste volcaba un amargo pesimismo. Decía así: “A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil”. Quizás este recuerdo junto a la música de Bach lo que hacía era poner en perspectiva los hechos de la vida donde tan complejas situaciones y experiencias confluyen. Y junto a ello recordaba aquella ignominia que impelía a la dictadura argentina a deshacerse de los cadáveres abriéndoles por el estómago y tirándoles desde el aire al mar para que jamás fueran ni identificados ni encontrados.

Intenté con un comentario matizar el pesimismo de Sábato que yo recordaba  había vertido en su último libro Antes del fin de una manera que hacía pensar que el Mal, con mayúscula como él lo escribía, nos persigue irremediablemente a cada poco como una terrible amenaza. “Náufrago en las tinieblas, el hombre avanza hacia el próximo milenio con la incertidumbre de quien avizora un abismo.», escribió el autor en una ocasión. Sábato tenía ochenta y seis años cuando escribía este libro y cuando lo leí recuerdo que su lectura me produjo una desazón que yo, pensando en los pocos años de vida que me pudieran ir quedando, me creía obligado a contrarrestar para no convertir los años de madurez en ese desierto que enunciaba Sartre que era la vida y que la filosofía del absurdo santificaba como tal. Le comentaba a Néstor que no estaba de acuerdo en eso de que la vida fuera una comedia inútil, que acaso fuera así en el contexto en que Shakespeare lo sitúa: “La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea y agita una hora sobre la escena y después no se le oye, un cuento narrado por un idiota con gran aparato y que nada significa”. Pero ciertamente que no signifique nada y que no haya sentido para ella no hace que ésta sea inútil. Le comentaba que a mí me parecía que el pretender un sentido para la vida viene dado por una necesidad parecida a la llevó a los hombres a inventar a los dioses. Nuestra capacidad de pensar hace que asimilemos  difícilmente la caducidad de la vida y para ello necesitamos proyectarnos en el futuro con un supuesto sentido para la vida. Esta pareja de gatos que corretea por nuestra casa, Mico y Bartola, no necesitan sentido para sus vida, en invierno se suben a las rejillas del radiador, en verano buscan la sombra y, entre otras gracias, les gusta subirse a nuestro regazo cuando vemos una película. No creo que nosotros seamos muy diferentes en eso de pretender un sentido que justifique una vida.

A los creyentes católicos probablemente les resulte difícil comprender estas cosas desde una fe que les permitirá supuestamente vivir por toda la eternidad en un deseable confort rodeado de sus seres queridos y amigos, pero eso pertenece a esa enorme capacidad que tenemos de autoengaño para eludir el dolor y la contrariedad de que nuestros deseos no se cumplan.

Desde mi punto de vista, cuando la vida no tiene sentido uno, que se extraña de que alguien que es dejé de ser, algo difícil de encajar en el cerebro aunque sea lo más evidente del mundo, entra en una situación en principio compleja porque venimos de un entorno católico que hemos mamado desde la infancia y que ha diseñado en el cerebro canales en donde se edificaron verdades tan robustas que cuestionarlas y sustituirlas por otras puede llevar años; situación compleja que al cabo del tiempo se va aclarando hasta llegar a un punto en que el sinsentido adquiere tal pleno dominio de la vida como para, ya, al fin, poder mirarnos a nosotros mismos como a ese gorrión que te encuentras muerto junto a tu casa, y que está ahí por la simple razón de que se le ha acabado la vida.

Creo que se me está haciendo tarde y va siendo hora de cerrar la morcilla por  el otro extremo. Eso decía Francisco Umbral de sus artículos, que había que dejarlos atados por los extremos.

A esta hora las cantatas han dejado de sonar y en la chimenea se consume el último tronco. Terrible sería si olvidáramos la historia, y con más razón en países como Argentina, Chile, los sucesos de nuestra guerra o aquellos de la Segunda Guerra Mundial o tanto oprobio por el que ha tenido que pasar el mundo, pero pensar que todos los años de la vida tengamos que cargar con el dolor y la angustia del pasado, como yo recuerdo que lo vivía Sábato en aquella lejana lectura, me parece desmedido.

Mi memoria evoca de tarde en tarde la mayor infamia que ha vivido la historia de la humanidad desde siempre en los tiempos en que visité Auschwitz, pero no puedo quedarme ahí y considerar la vida como una comedia inútil, porque en toda vida germinan hechos, circunstancias, experiencias, sentimientos de amor que al otro lado del pesimismo nos dan alas para considerar a ésta digna de ser vivida aunque no haya sentido a la vista.

Las cantatas de Bach evocaban esta noche en mí un profundo sentimiento de paz a la vez que conectaba con otros instantes entrañables de la vida. La vida no tiene sentido pero qué hermoso es escuchar el Magníficat, disfrutar con Chaplin balanceándose en una caseta a punto de caer en el vacío, evocar el pasado más querido, qué hermoso es contemplar un amanecer en una cumbre o abrazar a tu chica y decirle te quiero. ¿Para qué coño queremos un sentido para la vida con todo esto que tenemos?

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario