sábado, 6 de febrero de 2021

El Himalaya: marica el último.

 

En la ruta del Karakórum 1999


El Chorrillo, 6 de febrero de 2021

 

Cuando era niño esa expresión de más arriba estaba siempre a la vuelta de todas las esquinas, marica el último en subirse lo más alto posible de las ramas de un árbol, marica el último en llegar a determinado punto de la calle. Un esquema de comportamiento que parecemos llevar en el ADN como llevamos el color de la piel.

Cuando Sebastián Álvaro da la enhorabuena a los diez nepalíes por su ascensión al K2 de esa manera retorcida en que lo hace, diciendo que enhorabuena por haber ascendido “con oxígeno y cuerdas”, queriendo decir lo contrario de lo que dices (esa curiosidad que permite al lenguaje decir lo contrario de lo que estás diciendo), es decir, que has subido, pero que bueno… lo que salta a la vista, repito, es estar endilgándoles una patá en los huevos.

Vaya de entrada esta curiosidad aprovechando ese cuestionable posicionamiento que convierte un hecho hermoso, la llegada de los nepalíes a la cumbre del K2, en un demérito por boca de personas que, pretendiendo significarse ante los medios como veladores de las reglas del juego de ese “marica el último”, lo único que hacen es crear una corriente de opinión propicia a entender la montaña como un entorno competitivo en donde lo que cuenta es comprobar a ver quién mea más lejos. Ojo, conviene matizar para mejor entendernos. Cuando Bernadette McDonald habla de cómo Kurtyka describe la ascensión a la Torre del Trango, una de sus ascensiones más empeñativas, como un arte estético, actuando en el mágico juego de la luz y el espacio… y éste se pregunta si existe acaso un grabado más impresionante y hermoso que el que dibuja un escalador en una inmensa pared o una arista; cuando expresa esto, Kurtyka se halla muy lejos de Kukuczka a quien hasta la mismísima muerte le había perseguido el deseo de superar a Messner en la carrera de los catorcemiles.

No existe escarpelo suficientemente afilado con el que se pueda dividir y separar claramente la diferencia que hay entre escalar por sí misma una pared virgen, una montaña no ascendida previamente, y hacerlo por la notoriedad que ello pueda suponer. Entre un alpinista como Renato Casarotto y Kukuczka o un Messner, menos en este último, existe, me parece, el abismo de una filosofía en donde en un caso uno es uno mismo y lo que quiere hacer, y basta, y no necesita de la anuencia de los otros o los medios, mientras que en el otro, en mayor o menos dosis, están presentes los titulares de los periódicos y la necesidad de aparecer en el libro de los Guinness y en los records de la Wikipedia. Diferencia que enturbia, pienso yo, ese espíritu de la montaña que busca en ellas, en el duro trabajo de la superación personal, el orgullo de una autosatisfacción y el encuentro con la inefable belleza de la montaña.

Quizás sea cuestión de gustos, pero el circo en que se convierte la montaña, si no en drama consumado, cuando en la prensa asoman algunas noticias sobre el Himalaya, raramente tiene que ver con lo que hay de aventura y lucha del individuo consigo mismo y contra la adversidad; lo que se dice en el caso de los nepalíes, y que personas como Sebastián Álvaro fomentan con la entrevista a que me refería el otro día, es lo que alimenta a la población de la tripa de esa campana de Gauss de la que hablaba ayer, es decir a esa población cómodamente repantigada en el sofá junto al calefactor que desde ahí puede especular sobre hechos ocurridos en invierno a ocho mil metros de altura y a cuarenta o cincuenta grados bajo cero.

Que hombres hermosos y fuertes –la hermosura, la pasión de los fuertes, el yo escalo para mi alma, que decía un alpinista checo– nos enseñen los caminos del cielo y la alegría y que nosotros podamos saber de ellos, de sus obras, de su energía, les convierte en almas de nuestras almas porque de ellos podemos aprender a superarnos, de ellos aprendemos las claves de una vida que hacen del ser humano una fuente de placer y esfuerzo, que son los elementos que han servido al hombre para salir de las cavernas y, poco a poco, en la superación de sus posibilidades llegar a un estado superior de conciencia y de disfrute de la naturaleza que nos haga sentirnos a gusto dentro de nuestra propia piel. No enturbiemos con comentarios ambivalentes lo que de mucho o poco puede haber de excelente en las personas.

Pero amigo, ¿qué tiene que ver todo esto, todo esto que es lo que nos aporta el contacto con la naturaleza y con nosotros mismos cuando la desazón y la fatiga nos cerca en una ascensión o cuando pisamos una cumbre tras un gran esfuerzo? Nada. Estimo que bien que algunos tomen la montaña como un circo o como el escenario de las pistas de un estadio donde se disputan los cien metros lisos; la montaña no tiene dueño y allá cada uno con lo quiera hacer en ella, somos libres, pero que quede claro que eso es otra cosa, que las gestas del alpinismo no son un marica el último, yo he subido así y tu asao y entonces… Ni de coña, por mucho que algunos quieran convencernos de lo contrario.

Es imposible meter en el corsé de un post toda la cantidad de puntualizaciones que se podrían hacer, y por tanto la necesidad de apuntar que a las líneas anteriores les faltan muchos puntos sobre muchas íes, pero que la cosa no da para más.

Sólo quisiera añadir unas líneas sobre una persona que me ronda por la cabeza desde que comencé a escribir este post. Se trata de Carlos Soria, ese “vejete” al que admiro desde siempre y en el que pienso cada vez que compruebo cómo me voy haciendo mayor. Recuerdo que hace años, cuando el tenía setenta y cuatro, ya aparecía ante mí como un alivio para el peso de la edad que se me estaba viniendo encima y que ya me hacía mirar con recelo cada vez que me proponía en verano cruzar los Alpes de parte a parte, recelo que desaparecía cuando pensaba en él y personas de su edad. Nueve años más tarde, hoy, él ahora con ochenta y uno, me parece, y yo camino de los setenta y tres, seguir teniendo con su ejemplo a las montañas ahí como amante anhelo, como decía Mallory, ¿por qué?, porque están ahí, y seguir haciendo de ella una pasión que te circula por los tuétanos y verle querer antes de morirse haber besado todas las grandes cumbres del planeta, es una cosa tan hermosa que de sólo pensar en ello me sobrecoge. Yo quizás me equivoco en mis consideraciones de más arriba, porque no sea capaz de explicar bien lo que siento, pero acaso sea que hablo de un tipo de certezas cuando, viendo la carrera de Carlos por un lado, observo en el lado opuesto lo que me traen los medios de comunicación respecto al Himalaya. Y no me cuadra en absoluto el espíritu de la montaña que puedo adivinar en Carlos, y que imagino parecido al mío, con todo ese batiburrillo de dimes y diretes de que se alimentan los medios de comunicación y sus comunicadores.

Tengo la profunda sensación de que en la montaña, como en tantos aspectos, vamos a tener que hacer un tremendo esfuerzo por recuperar los orígenes, ese eterno retorno de volver a las fuentes, a esos tiempos en que tanto Carlos como los demás corríamos cuesta abajo la Apretura de los Galayos como cabras juguetonas apostando a ver quien se rompía antes un tobillo después de una jornada de escalada, o volviendo a las tertulias de los vivacs bajo la ceja del Tolmo, o a ir a la montaña y a escalar porque nos gustaba y era nuestra pasión y no para que los periodistas vinieran a decir si teníamos que subir la Este del Pájaro de culo o en parapente.

 

 


8 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Jaja... se me olvidó sumar. Debe de ser los años. Tampoco es 74,son 72 camino de 73.

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  2. tienes mis mismo pensamientos pero,no lo digas muy alto que siempre hay quien se enfada con una verdad.

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  3. Muchas gracias, añoro ese espíritu de autosuperación compartido con amigos sin altanerías ni prepotencia.

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  4. Alberto, lo has explicado muy bien porque yo lo he entendido y ademas comparto ese sentimiento.
    Esos seudo-periodistas tienen que hacer esos comentarios, desvalorizantes, para alimentar su ego, no hay que darle la mayor importancia. Saludos.

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  5. Alberto, lo has explicado muy bien porque yo lo he entendido y ademas comparto ese sentimiento.
    Esos seudo-periodistas tienen que hacer esos comentarios, desvalorizantes, para alimentar su ego, no hay que darle la mayor importancia. Saludos.

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