miércoles, 13 de enero de 2021

La adicción a las redes

 



El Chorrillo, 13 de enero de 2021


Últimamente hay una cosa que me jode cantidad, y es ese impulso a tomar el teléfono y pulsar el icono de las redes para ver qué se cuece por ahí. Con el periódico hay momentos en que me sucede algo parecido. Un impulso que me saca momentáneamente de mí, de mis rutinas e intereses personales para asomarme al balcón de la corrala a ver qué dicen los vecinos, a oír sus comentarios o a ver cómo en la comidilla de los grupos se habla de esto o de lo otro, pero sobre todo a comprobar si tu participación en el cenobio cibernético tiene alguna clase de respuesta. Así que entre el pequeño afloramiento de la vanidad y el ruido mediático, la verdad es que algo sí me siento atrapado en eso que llamamos una adicción.

Loable adicción cuando lo que haces es salir a la calle a saludar a tus amigos y a compartir cuchufletas sobre la nieve, chascarrillos sobre la fauna política, simples intercambios de buenos días o de una imagen que te recuerda un simpático momento del día anterior, pero que no es tan loable cuando vemos cómo nos funciona el cerebro y sobre todo esa yema de los dedos que continuamente puede andar disparada jugando entre los emoticones para pulsar sobre un megusta o emitir un somero comentario. No sé si se ha escrito ya algún estudio sobre la psicología del usuario de las redes sociales, algo que en estos días, si se analizara a fondo, creo que pondría sobre el tapete de la realidad una patología con variadísimas manifestaciones que puede estar a punto de convertir al individuo en un ser medianamente “drogado” por esa tendencia que lo lleva una y otra vez a abrir reiteradamente la aplicación del Twitter o Facebook.

Llevo un tiempo en que entro al trapo, especialmente motivado por esa enfermedad que se me mete a veces por dentro y que me impulsa a escribir sobre cualquier cosa que se me ocurra y que, siendo contestada o comentada desde algunos grupos de montaña, por ejemplo, me da cuerda para asomarme al patio más de lo que yo quisiera; y de tanto entrar, eso, al trapo, esta mañana caí en que me estaba pasando de rosca con esto de asomarme a las redes, con esto de escribir trochi mochi, que bien que a uno le guste eso de darle al teclado, pero que ¡hombre!...

He visto con frecuencia a amigos que han abandonado el Facebook o que se han despedido para una temporada de desintoxicación, pero que a los pocos días te los encuentras de nuevo como si tal cosa, es decir, no resistiendo la repentina soledad a que les somete el silencio de las redes, los hábitos de intercambio, el contacto con otra gente, la posibilidad de compartir lo que sea, hacen borrón de sus propósitos y vuelven dócilmente a la corrala a seguir la acostumbrada cháchara.

¿Estamos entrando en otro mundo, otros hábitos, otras costumbres que acaso den la vuelta definitivamente a cómo empleábamos el tiempo en otros momentos? ¿Cuánto tiempo, tiempo psicológico, dedicamos a las redes y cuánto detraemos de otras actividades? Estás haciendo cualquier cosa, leyendo, oyendo música, comiendo y de golpe suena el teléfono, un guasap, una notificación de las redes, un comentario de fulanito y menganito, y paramos la lectura, dejamos la cuchara a un lado, ponemos en pausa la música y pulsamos el interruptor del teléfono.

El tilín tilín del dichoso aparatejo ha irrumpido en nuestras vidas de un modo tan violento e invasor como para hacer pensar, a quien pasea la vista por una mañana bonita como la de hoy de campos nevados invadidos por la nieve y el sol, que toda esta modernidad de las redes nos está robando un buen pedazo de vida.

Esta mañana mi ánimo me dice que debo tomarme un respiro y reconsiderar esta dependencia de las redes sociales como un elemento que, teniendo tantas ventajas y bondades, puede, usado al socaire de un impulso, convertirse en una perruna adicción que me distrae de un cerro de cosas interesantes que uno puede hacer a lo largo del día. Así que, pensado y hecho, voy a poner en ayunas durante unos días mi presencia en las redes.

Saludos.


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