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Nozal 1999 |
El Chorrillo, 31 de enero de 2021
Mi amigo, que a modo de Ferdinand Celine es un poco brusco
en la utilización del castellano y le gusta nombrar a la mierda por el vocablo
“mierda” y a los hijos de puta con la coloquial expresión de eso, “hijos de
puta”, y que asegura que esas ñoñeces de no llamar a las cosas por su nombre
son sólo una pazguata reminiscencia hipócrita del catolicismo o de la
empirigotada burguesía de los privilegios, me aseguraba ayer por teléfono eso
que se afirma desde el título de este post. Y me lo decía utilizando ese
lenguaje propio de quien está hasta los mismísimos de que le tomen por idiota
cuando se hace alusión a la necesidad de atenerse a la justicia mientras el mangonear
de jueces y políticos está a la orden del día en asuntos importantes del país. Vaya
por delante, me advierte mi amigo, que cuando él habla de justicia, aunque
pueda parecer que se refiere a la justicia, aquello que se opone a lo injusto,
en realidad no lo es, que en el contexto en que él habla, para mejor
entendernos, la justicia será aquella en la que en este país el mangoneo es
norma, vamos, una parte tan considerable de ella como para ponerla en cuestión.
Cuando en un país la justicia es una puta mierda, dice mi
amigo ;-), casos de Garzón, Elpidio, el que los jueces estén nombrados entre
los afines de los políticos responsables de su nombramiento, el que ejército y
la policía sean intocables; el general que promulga la necesidad de fusilar a
veinticinco millones de españoles, intocable; los periodistas canallas
intocables, los chorizos, como el emérito, intocable, o que a la oposición política
catalana la metan entre rejas… Para, para, le digo a mi amigo, que sólo tengo
un rato para tus quejas. Cuando suceden estas cosas, continúa, es más que
justificado que a uno le dé un calentón y quiera tirar la casa por la ventana
harto de una hipocresía generalizada que quiere hacernos creer que en este país
la justicia es, eso, justicia y no mangoneo.
El castellano, cuya estructura gramatical parece estar
hecha para hacer uso de una generalización desenfrenada, so pena de verte
continuamente obligado a romper el discurso para puntualizar que te refieres a
la mala hez de los de siempre, y que a la vez opera con muchos melindres a la
hora de llamar a las cosas por su nombre, seguro que María Moliner estaría de
acuerdo conmigo en esta apreciación, y recuerdo una vez más que para la RAE follar
es soplar con un fuelle; el castellano, decía, debería saber llamar a cada cosa por su nombre sin
necesidad de tantas puntualizaciones sobre lo general o particular. No es
necesario recordar que también el lenguaje vive bastante aquejado de esa imparcialidad
en que le han sumido siempre aquellos que en situación de privilegio lo han
maniatado para ponerlo a disposición de sus intereses. Así, para él la mujer
siempre fue un ser a la cola de lo masculino; donde haya un hombre y cien
mujeres y tengas que referirte al grupo, la lengua te obliga a utilizar el
pronombre personal ellos; no faltaría más, donde haya un hombre cien mujeres no
valen la deferencia del uso del femenino. Sólo un ejemplo.
Si el marco conceptual de referencia que ha de regir la
convivencia de los ciudadanos debe convivir con los hechos que citaba más
arriba y con la curiosidad de que un señorito de la Zarzuela, un tal Florián,
me parece que se llama, se gaste 250000 euros del presupuesto nacional en
francachelas, o que la reina y el rey emérito tiren de tarjetas opacas
bancarias porque la fortuna de que disfrutan a cargo de todos los españolitos no
les da a los pobrecitos para vivir, quiere decir que en sus cabezas existe la arraigada convicción de que los ciudadanos somos
memos de remate. Claro, dirá alguno, esas cosas hay que investigarlas y
demostrarlas; por supuesto, pero para eso ahí tenemos al PSOE y a sus adláteres
dispuestos a frenar cualquier posible investigación que evidencien la puta
mierda, dice mi amigo, en la que a duras penas nos dejan respirar.
¿En qué mundo vivimos en el que unos pocos pueden hacer,
robar, cuanto quieran pero en donde no se permite juzgarlos? ¿Quién puede validar
una justicia de estas características hecha para atrapar hormigas y moscas pero
en absoluto elefantes y ni mucho menos cazaelefantes?
¿Sería la anarquía la desesperada solución a la hipocresía
y el cinismo institucional que rige una parte esencial del poder?, se pregunta
mi amigo, ¿echar abajo todo para que de las cenizas tenga que salir un nuevo
orden que sólo sería la expresión de un nuevo ciclo donde se repetirían las secuencias
de la situación anterior, ese cambiar todo para que todo continúe igual?
Santo cielo, qué lío, mira que si Lampedusa, ese de El gatopardo, tuviera razón, y fuera inútil
cambiarlo todo, porque después todo volvería a seguir igual...
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