El Chorrillo, 16 de diciembre de 2020
Esta
tarde me debato entre dos temas, uno, un fragmento del novelista noruego que
encontré en un libro de viajes que escribí hace tiempo y que releo estos días; otro,
una pasión inesperada de mi amigo Jorge Túa que estos días despliega ante mí
infinitas posibilidades para volver a sumergirme en el Renacimiento y en la
tardía pintura de
Finito
y a otra cosa. También Alfonso Guerra y Felipe González nos engañaron durante décadas,
al igual que nos viene engañando de alguna manera Podemos (digamos mejor el
Sanedrín que lo gobierna). Está visto que ni así aprendemos. Punto final al
paréntesis.
Andábamos
nosotros por Kalambaka camino de Atenas y yo alternaba la contemplación del
paisaje griego con la lectura de Knausgar, una trilogía, Mi lucha, que ya debe de ir por el quinto volumen, cuando me
encontré con lo que el autor relataba que pensó su madre mientras sufría un paro
cardíaco tumbada en plena calle: "Me contó que allí tumbada, convencida de
que iba a morir, que todo había terminado, pensó que había tenido una vida
fantástica." Este pensamiento me persigue como un mantra desde que lo leí.
Vivir de manera que cuando te queda un minuto de vida puedas pensar, como la
madre de Knausgar, que has tenido una vida fantástica, debe de ser una de las
mejores consecuencias de una existencia bien llevada, obra de arte a tutiplén;
mirar en esos momentos tu propia vida y sentirla tan fantástica es lo mejor que
te puede suceder no sólo en el instante de la muerte sino durante cualquier
parte del recorrido en que este pensamiento te asalte. Hay quien trata de
desterrar de sus pensamientos el hecho de morir porque a duras penas llega a
entender que ese momento tan significativo y tan personal debería ser el
privilegiado lugar, la cumbre, no precisamente deseada acaso, desde la que
veremos con orgullo o no los trabajos de toda nuestra vida, vida intensa, vida
anodina, vida pichí pichá, vida fantástica, vida túnel oscuro y sombrío, vida
generosa, vida triste, vida luminosa... Recuerdo con cuánto empeño una antigua
amiga eludía siempre hablar de la muerte, bastaba que la conversación rozara
lejanamente el asunto para que frunciera el ceño y me obligara a cambiar de
tema. Para ella conversar era rodear de continuo el dolor, su único empeño en
la vida era "ser feliz", esa cosa blandita y fofa que para que cuadrara
con los deseos de mi amiga debía ir acompañada de bienestar y una buena cuenta
bancaria.
Quizás
los asuntos que mi amigo Jorge trasiega estos días desde las viejas pinturas
del Renacimiento al alambique de su alma, esa dichosísima alma de la que vengo
hablando últimamente en mis post, tenga que ver con lo que constituye la tierra
fértil desde la que algún día podamos exclamar aquello de la vida fantástica.
Que el arte de vivir tenga que pasar no sólo por dar satisfacción a nuestra
sensibilidad estética sino que además tenga que recorrer tortuosos y a veces
difíciles caminos en donde se bruña el acero de nuestra alma, ya nos lo
advertía Oscar Wilde. Nadie da duros a peseta. Mi amigo Jorge, un sabio en
temas de contabilidad y economía que recientemente jubilado cultiva al modo del
Cándido de Voltaire su jardín en donde lo que crecen no son berzas ni tomates
sino la gracia y el arte de Leonardo, de Hugo van der Goes, de Taddeo Gaddi, me
obsequia estos días con los pequeños detalles que producen su huerto, en esta
ocasión temas relacionados con
Estas
son sus observaciones sobre el cuadro que aparece encima de estas líneas: "...Según el apócrifo Pseudo Mateo, José avisó a dos comadronas que, no obstante, llegaron al portal cuando la Virgen ya había dado a luz. Este
es el tema del cuadro "Nativitá", del florentino Taddeo Gaddi, en el
que ambas comentan el asombroso acontecimiento, mientras que San José, tal vez
cansado de tanto ajetreo, parece echar una plácida cabezadita. Está fechado en
torno a 1325 y pertenece a la colección Thyssen, aunque se encuentra en
depósito en el Museu d'Art de Catalunya.
El
siguiente cuadro lleva el título de “Adoración de los pastores”, un cuadro
solicitado por los Medici para la iglesia del hospital Santa María Nueva de
Florencia. Jorge comenta: “Los amantes de los detalles y, tal vez, del
simbolismo, encontrarán todo un universo de pormenores de interés en esta obra
maestra del Quattrocento no italiano.
Además, otra particularidad curiosa: muy al fondo (tanto que para verlas
seguramente haya que ampliar la imagen), delante del castillo de Herodes,
podemos encontrar a Salomé y Zelomí, nuestras ya viejas amigas, las parteras
que, llamadas por José, se dirigen al Portal de Belén. La obra se pintó en
torno a 1476-1478 y, también en este caso, se encuentra en
A
última hora me llega también la bella imagen de
Fra
Angélico porque yo a mi vez le había mandado su Anunciación para que la pusiera en el altarcito de su devoción
junto a la de Taddeo Gaddi. Me preguntaba yo después de sus últimos envíos el
porqué tenía un servidor tan abandonada la pintura. Usualmente empezamos una
nueva lectura de un libro y allí quedamos metidos polarizando nuestra atención
hacia unas ideas o una historia durante semanas. Sin embargo cuando se trata de
pintura parece que tuviéramos que esperar a irnos de viaje y tener la
oportunidad de visitar un museo. O acaso decidirse algún día a darse una vuelta
por las salas de Madrid. La literatura y la música juegan con ventaja sobre las
artes plásticas a la hora de dedicarle tiempo a estas últimas, a no ser que,
como en el caso de Jorge, te encuentres fuertemente motivado para introducirte
en los cuadros y en su relato. Yo la última vez que visité
En
ocasiones es sumamente estúpido caer en la tentación de trajinar con la prosa
de la vida, los caminos embarrados, los vecinos, unos gestores de Ayuntamientos
totalmente incompetentes a la hora de cumplir obligaciones básicas, cuando ese
tiempo que pierdes lo puedes emplear, como Cándido, en cuidar las flores y el
huerto de tu jardín o en dar el gusto a tu alma con un lienzo de Leonardo o de Van der Weyden.
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| Detalle de San Juan en el Descendimiento de la cruz |






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