miércoles, 16 de diciembre de 2020

Una vida fantástica

 




El Chorrillo, 16 de diciembre de 2020

 

Esta tarde me debato entre dos temas, uno, un fragmento del novelista noruego que encontré en un libro de viajes que escribí hace tiempo y que releo estos días; otro, una pasión inesperada de mi amigo Jorge Túa que estos días despliega ante mí infinitas posibilidades para volver a sumergirme en el Renacimiento y en la tardía pintura de la Edad Media. Bueno, en realidad son tres, porque entre la novela de Knausgar y la pintura renacentista de Jorge se me coló de rondó el recuerdo del alcalde de mi pueblo. Debió de ser por contraste, porque habiendo cosas tan interesantes en este mundo días atrás caí en el error de interesarme vanamente por el arreglo del camino que lleva a nuestra casa y que en tiempo de lluvia se hace totalmente impracticable. Me preocupé e hicimos un escrito dirigido al concejal correspondiente amenazando al Ayuntamiento de Serranillos del Valle con llevar a juicio a sus gestores a raíz del total abandono en que tienen el camino que da acceso a nuestras viviendas; pero ¡ay!, amigo Sancho, no obtuvimos suficientes firmas, los vecinos quieren caminos transitables pero no todos quieren mojarse el culo. Siempre así, en mi colegio todos los profes querían subidas de sueldo, pero cuando llegaba la hora de la huelga no sumaban más de tres los que se adherían a ellas. Muy típico. Total, que me acordaba del alcalde, un hombre de mediana inteligencia pero muy avispado para echarse flores e ir acaparando el voto de los ingenuos de cara a las próximas elecciones, esa clase de individuos hábiles en engañar a los que les rodean –mea culpa que me caí del guindo sólo hace unas semanas– y que con el fin de medrar a costa de los que confunden la buena voluntad con un retorcido manejo, como le sucedió a un servidor que, engañado por las apariencias, le dedicó páginas enteras de elogios cuando lo que le debería haber dedicado era un buen resoplido con el matasuegras. En fin, uno incurrió en pecado de ingenuidad, pese a haber sido avisado con suficiente antelación por nuestra antigua amiga de Podemos, Ana. Mea culpa, Ana.

Finito y a otra cosa. También Alfonso Guerra y Felipe González nos engañaron durante décadas, al igual que nos viene engañando de alguna manera Podemos (digamos mejor el Sanedrín que lo gobierna). Está visto que ni así aprendemos. Punto final al paréntesis.

Andábamos nosotros por Kalambaka camino de Atenas y yo alternaba la contemplación del paisaje griego con la lectura de Knausgar, una trilogía, Mi lucha, que ya debe de ir por el quinto volumen, cuando me encontré con lo que el autor relataba que pensó su madre mientras sufría un paro cardíaco tumbada en plena calle: "Me contó que allí tumbada, convencida de que iba a morir, que todo había terminado, pensó que había tenido una vida fantástica." Este pensamiento me persigue como un mantra desde que lo leí. Vivir de manera que cuando te queda un minuto de vida puedas pensar, como la madre de Knausgar, que has tenido una vida fantástica, debe de ser una de las mejores consecuencias de una existencia bien llevada, obra de arte a tutiplén; mirar en esos momentos tu propia vida y sentirla tan fantástica es lo mejor que te puede suceder no sólo en el instante de la muerte sino durante cualquier parte del recorrido en que este pensamiento te asalte. Hay quien trata de desterrar de sus pensamientos el hecho de morir porque a duras penas llega a entender que ese momento tan significativo y tan personal debería ser el privilegiado lugar, la cumbre, no precisamente deseada acaso, desde la que veremos con orgullo o no los trabajos de toda nuestra vida, vida intensa, vida anodina, vida pichí pichá, vida fantástica, vida túnel oscuro y sombrío, vida generosa, vida triste, vida luminosa... Recuerdo con cuánto empeño una antigua amiga eludía siempre hablar de la muerte, bastaba que la conversación rozara lejanamente el asunto para que frunciera el ceño y me obligara a cambiar de tema. Para ella conversar era rodear de continuo el dolor, su único empeño en la vida era "ser feliz", esa cosa blandita y fofa que para que cuadrara con los deseos de mi amiga debía ir acompañada de bienestar y una buena cuenta bancaria.

Quizás los asuntos que mi amigo Jorge trasiega estos días desde las viejas pinturas del Renacimiento al alambique de su alma, esa dichosísima alma de la que vengo hablando últimamente en mis post, tenga que ver con lo que constituye la tierra fértil desde la que algún día podamos exclamar aquello de la vida fantástica. Que el arte de vivir tenga que pasar no sólo por dar satisfacción a nuestra sensibilidad estética sino que además tenga que recorrer tortuosos y a veces difíciles caminos en donde se bruña el acero de nuestra alma, ya nos lo advertía Oscar Wilde. Nadie da duros a peseta. Mi amigo Jorge, un sabio en temas de contabilidad y economía que recientemente jubilado cultiva al modo del Cándido de Voltaire su jardín en donde lo que crecen no son berzas ni tomates sino la gracia y el arte de Leonardo, de Hugo van der Goes, de Taddeo Gaddi, me obsequia estos días con los pequeños detalles que producen su huerto, en esta ocasión temas relacionados con la Navidad o con la Anunciación, cuyos gustos ambos compartimos. Mi blog además de diario es un álbum de los recuerdos, así que voy a dejar aquí las observaciones de mi amigo para que no se me pierdan entre los papeles de mi mesa, y que de seguro ayudarán al gustador de los bellos cuadros a incrementar su gozo fijando su mirada allí a donde Jorge nos invita a mirar.



Estas son sus observaciones sobre el cuadro que aparece encima de estas líneas: "...Según el apócrifo Pseudo Mateo, José avisó a dos comadronas que, no obstante, llegaron al portal cuando la Virgen ya había dado a luz. Este es el tema del cuadro "Nativitá", del florentino Taddeo Gaddi, en el que ambas comentan el asombroso acontecimiento, mientras que San José, tal vez cansado de tanto ajetreo, parece echar una plácida cabezadita. Está fechado en torno a 1325 y pertenece a la colección Thyssen, aunque se encuentra en depósito en el Museu d'Art de Catalunya.

El siguiente cuadro lleva el título de “Adoración de los pastores”, un cuadro solicitado por los Medici para la iglesia del hospital Santa María Nueva de Florencia. Jorge comenta: “Los amantes de los detalles y, tal vez, del simbolismo, encontrarán todo un universo de pormenores de interés en esta obra maestra del Quattrocento no italiano. Además, otra particularidad curiosa: muy al fondo (tanto que para verlas seguramente haya que ampliar la imagen), delante del castillo de Herodes, podemos encontrar a Salomé y Zelomí, nuestras ya viejas amigas, las parteras que, llamadas por José, se dirigen al Portal de Belén. La obra se pintó en torno a 1476-1478 y, también en este caso, se encuentra en la Galería degli Uffici, en Florencia.



A última hora me llega también la bella imagen de La Anunciación, de Leonardo da Vinci. Estos son los comentarios de Jorge: Los colores de las flores también tienen su aquel. Uno de los jarros tiene lirios, blancos (la pureza de la virgen), azules (su dolor) y rojos (la pasión de su hijo). La postura de las manos de la virgen, el útero protector... el Santo Grial, el Código da Vinci... El otro jarro, más a la derecha, de cristal, tiene campánulas y aguileñas, que simbolizan la naturaleza humana de Jesús. José se ha descalzado porque el portal de Belén ya es un lugar sagrado, por el nacimiento del niño. La columna, junto a José, augura la flagelación de Cristo. Todo el arte del Renacimiento está lleno de símbolos, también el de Fra Angélico.



Fra Angélico porque yo a mi vez le había mandado su Anunciación para que la pusiera en el altarcito de su devoción junto a la de Taddeo Gaddi. Me preguntaba yo después de sus últimos envíos el porqué tenía un servidor tan abandonada la pintura. Usualmente empezamos una nueva lectura de un libro y allí quedamos metidos polarizando nuestra atención hacia unas ideas o una historia durante semanas. Sin embargo cuando se trata de pintura parece que tuviéramos que esperar a irnos de viaje y tener la oportunidad de visitar un museo. O acaso decidirse algún día a darse una vuelta por las salas de Madrid. La literatura y la música juegan con ventaja sobre las artes plásticas a la hora de dedicarle tiempo a estas últimas, a no ser que, como en el caso de Jorge, te encuentres fuertemente motivado para introducirte en los cuadros y en su relato. Yo la última vez que visité la Galeria degli Uffici me prometí que volvería a sus salas pero en casa a través de Internet, lejos de las multitudes y con tiempo para contemplar pintura sin estorbos (hoy hay reproducciones buenas  que realmente se ven mejor que en el museo donde a veces los reflejos de los cristales o la no limpieza excesiva, algo que encontramos en gli Uffici, hacen difícil la contemplación); me prometí, pero todavía después de años esa promesa está por cumplir. Quizás si él sigue despertando a mi gusanillo de la motivación lo haga. De hecho ya estaba desperezando porque enseguida recordé a Rogier van der Weyden, que para mí, que creó uno de los cuadros más entrañables de la historia de la pintura universal con su Descendimientode la cruz. A ese San Juan que vemos más abajo lo llevo en el alma desde que era jovencito.

En ocasiones es sumamente estúpido caer en la tentación de trajinar con la prosa de la vida, los caminos embarrados, los vecinos, unos gestores de Ayuntamientos totalmente incompetentes a la hora de cumplir obligaciones básicas, cuando ese tiempo que pierdes lo puedes emplear, como Cándido, en cuidar las flores y el huerto de tu jardín o en dar el gusto a tu alma con un lienzo de Leonardo o de  Van der Weyden.

 

Detalle de San Juan en el Descendimiento de la cruz

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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