Roma
Hoy, despanzurrado en bolas bajo el ventilador de la habitación de hotel en la ciudad de Roma, comienzo por fin la lectura largamente postergada de Thoreau, su Desobediencia civil que tiempo ha me recomendara con insistencia Cive, nuestro amigo del Navi, seguidor compulsivo del admirado Thoreau. Fuera suena insistente una sirena de ambulancia que trata de abrirse paso en la turbamulta del tráfico.
Leer a Thoreau a la luz de los tiempos que corren es como aproximarse al paisaje del sentido común con una especial posibilidad de clarividencia. Es tan espesa, tan densa la realidad en la que los medios y la presión social nos mete a base de sobreinformación, manipulación y distorsión de las realidades más elementales que cuando uno se toma un respiro y lee a una mente clara como la de Thoreau es como si de tus ojos desaparecieran unas enormes cataratas que te hicieron perder el norte.
Lectura refrescante que ayuda a volver a las raíces, a las esencias de nuestra condición moral en absoluto emparentadas con la cabeza loca de un Estado empeñado en hacernos pasar por desvalidos incautos a los que cuidar a cambio de que les entreguemos toda nuestra voluntad y un cincuenta por ciento de nuestras rentas. El modo en cómo la injusticia se hace señora y mandataria de nuestras instituciones a fin de dar satisfacción a las clases más acomodadas y reafirmar así el modos vivendi de los los ladrones, los jerarcas de las iglesias o los listillos que siempre como un virus han poblado el mundo, es un clásico ciclo que se repite desde los tiempos prehistóricos. El hombre es un lobo para el hombre. Sólo que la estrategia "educativa" del Estado, cuando no el empleo fuerza, sigue siendo tan poderosas de conseguir hacernos ver las aberraciones como cosa de sentido común. Un ejemplo, cuando una ministra de economía socialista mantiene que la dación de pago es algo inviable que arruinaría a los bancos, esta señora asume el punto de vista de que frente a la ruina de un banco la ruina de los desahuciados es insignificante, aunque el banco haya sobrepasado con creces el estándar de riego que una institución sería debe guardar. El punto de vista de quien defiende a las instituciones financieras y su injusticia, su usura, frente al sentido común y la injusticia termina por imponerse en el corpus social al punto de hacernos pasar por lógico y moral lo que es una clara aberración ética. O cosas como las propuestas de Aguirre para hacer desaparecer los mendigos de las calles de Madrid porque afean ante el turismo la ciudad, transformando lo que es un grave problema social en una labor de limpieza para maquillar la realidad de la ciudad y sus vecinos.
Desde aquí, desde las alturas de una habitación en el centro de Roma no se ve al Estado Español por ninguna parte, pero se hace notar en el mismo momento en que me decido a hojear los periódicos de España.
Me gusta Thoreau, esa mirada refrescante que tiene sobre la realidad y que es capaz de echar abajo con unas pocas líneas cualquiera de las convenciones más corrientes. Así: "Las oportunidades de una vida plena disminuyen en la misma proporción en que se incrementan lo que se ha dado en llamar "los medios de fortuna"". O esta afirmación que con tanto empeño los padres de la patria se empeñan en denostar: "Lo deseable no es cultivar el respeto por la ley, sino por la justicia", una afirmación tan peligrosa que de llevarse a cabo podría dar la vuelta a todas las acciones de las instituciones del Estado poniendo éstas a disposición de los ciudadanos y no de las sanguijuelas y garrapatas que asolan nuestra sociedad.
Ayer tarde nos dimos un largo paseo hasta el Vaticano para tratar de recoger los últimos rayos de sol de esta casi siempre dorada Roma del final del día. El Vaticano me da dolor de tripa siempre, no lo puedo remediar. Comprobar en lo que ha quedado convertido el mensaje evangélico siempre me produce rubor ajeno. Le decía a Victoria que si la Iglesia vendiera todo lo que tiene y lo repartirá entre los necesitados y el papa Francisco se fuera a vivir a un sencillo piso de las afueras, la Iglesia Católica adquiriría una credibilidad y una coherencia que no ha tenido nunca, pero, ay, no estábamos seguros de qué caminos tomaría los meapilas, esa gente cuyas fortunas se han gestado durante siglos bajo el amparo de la Iglesia. Tampoco estábamos seguros de cual seria la actitud de un periodista que hiciera una entrevista al Papa en su domicilio. Acostumbrados a eso de tanto tienes tanto vales, imaginábamos al periodista hablando al Papa desde la altura en que cierta gente se dirige a los mendigos. El mensaje del Evangelio era tan revolucionario que fue imposible que no se metamorfoseara en el reflejo de eso que ha caracterizado siempre a las élites: poder, dinero, magnificencia, arrogancia. No necesitó mucho tiempo la Iglesia para transformar el mensaje evangélico, todo ese derroche de humildad que corre por sus páginas, en lo más opuesto de las enseñanzas de Jesús. Y lo cojonudo es que esta gente, pretes y demás oficiaconfusiones, llevan dos mil años haciéndonos comulgar con ruedas de molino manteniendo que todo esto que han hecho es a mayor gloria de Dios. Y millones y millones de creyentes creyéndolo a pies juntillas. Para mear y no echar gota.
No hay comentarios:
Publicar un comentario