sábado, 19 de diciembre de 2020

Amigos

El dios Helio pinta con el fuego de su aliento el final de la tarde


El Chorrillo, 19 de diciembre de 2020

 

“Bendita tú entre todas las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre…”. Así comienza hoy mi contacto con el mundo exterior, un largo guasap de un amigo que recrea alguno de sus ratos de ocio en torno a la pintura que sugiere el calendario de la Navidad. Hoy me regala La Visitación, de Rafael. Tras la pormenorizada explicación que hace del cuadro, que gusto con la disposición de quien te abre una puerta más a la profundización de la mirada, me encuentro con un crepúsculo en FB de otro amigo que recrea a menudo su muro con los finales del día que el dios Helios pinta sobre el cielo con el fuego de su aliento. Sigue un puñado de visitas más a otros cenobios (Cenobio, que apuntaría el amigo Antonio en su particular diccionario: Casa o lugar, generalmente alejados de una población, donde viven en comunidad y retiro los monjes), cenobios porque desde el pasado mes de marzo no parecen otra cosa nuestros hogares, cenobios tales como el muro de Néstor que acompaña su última fotografía, casi siempre imágenes que engalanan su presencia, un día con un breve texto de Cortázar, otro con una cita del letrista Alejandro Szwarcman, ayer mismo con un breve texto, “Quiero que seas sincero... dime, te gusta como te toco???”, bajo la fotografía de rigor.

Estos cenobios son como edificios de muchos pisos y numerosas habitaciones en cada uno de ellos. Abres Facebook, subes las escaleras e inicias tu visita. Primer pasillo a la derecha, nada más dejar la escalera, tras la primera puerta, sabes que vas a encontrar cuadros, antiguos lienzos a los que la pátina del tiempo y la maestría de la mano que los pintó, han vestido a las viejas historias de la tradición religiosa del aliento del arte, hoy Rafael, ayer Leonardo da Vinci o Taddeo Gaddi.  También me llega un guasap desde la bella y arcana ciudad de Toledo, un amigo que tanto te puede invitar a escalar un risco en las Canales Oscuras de Gredos o Galayos que, como hoy, nos ofrece su compañía para hacer un recorrido histórico por la ciudad y hablar del lamentable periodo de nuestra última guerra. Damos un paseo por la ciudad, dice, y hablamos de Margarita Nelken, Moscardó, Largo Caballero o el Padre Camarasa. Y antes de seguir adelante tengo que decirle a mi amigo que en El Chorrillo, nuestro cenobio desde hace casi un año, hemos optado postergar todo contacto con otros sapiens hasta after vaccination, que diría nuestro otro amigo Cive.

En el muro de Antonio encuentro casi a diario en “su caminar” una pizca de provocación que me invita a la reflexión o a indagar en mi propio archivo fotográfico para dar juego a un poco de conversación que aligere este largo encierro. Charlamos brevemente, o aparece en mi diario de confinado, que a mí me sirve de válvula de escape a esa necesidad de expresión que ya al hombre de las cavernas le asaltaba junto al fuego de su cueva relatando historias o los hechos del día alrededor  de una hoguera en su oquedad de roca, y entonces sacamos punta a alguna idea.

Por mucho que queramos añorar la viejas cartas de antaño, las infinitas posibilidades y el juego que da el ciberespacio han hecho florecer a su lado tantos y tantos amigos que acaso deberíamos ser capaces también de mostrar nuestro agradecimiento a estos medios que, aunque usados para enriquecer a unos cuantos, de rebote nos han abierto un mundo nuevo e inimaginable décadas atrás donde no sólo nos ha sido dado recuperar viejas amistades que hubiera sido impensable reencontrar, sino que además nos ha proporcionado otro amplio abanico de amigos que día a día van creciendo al calor de afinidades comunes.

Ese viejo compañero, con el que un día tropezaste en un valle del Pirineo y con el que acaso hiciste alguna ocasional ascensión, reaparece por estos medios casi cincuenta años después de entre la niebla del tiempo y un día vuelves a compartir con él un vivac en una cumbre, o un libro, o tu amigo mientras tanto se ha hecho conspicuo activista de los derechos fundamentales del ciudadano y ha escrito sesudos libros. U otro, del que apenas recordabas su rostro porque tu memoria es lamentablemente débil y cuyos pasos, siempre anhelantes de la cercanía de la montaña, le llevaron a construir un hotel frente a esas cimas bienamadas y a especializarse en el misterio del universo nocturno que al final de cada día se abre sobre Hoyos del Espino.

O Marga, que últimamente inauguró un canal en Youtube para dar cabida a su bonita voz venida de las orillas del mar de la Plata y que salida de las agitadas aguas del ciberespacio tiempo atrás vino a incorporarse con su desbordantes adjetivos platenses a la cotidianidad de mi entorno. O viejos amigos, aquél que en los tiempos de la Transición un policía que interrumpió nuestra charla en un bar creyó que le estaba tomando el pelo cuando le dijo que sus apellidos eran Pino Lechuga, y con quien discutir de política es una tarea ardua para un servidor, pero con quien casi podemos decir que nos llevamos como hermanos.

Son tantos y tan diversos los amigos con los que a diario podemos cruzar unas palabras, una idea, una imagen, el sabor de una experiencia; uno que ha elegido para su vida el remoto norte de un país escandinavo y que respira la vitalidad de los hombres cuya pasión por la vida tanto les lleva a cruzar los hielos patagónicos como profundizar en los versos de Gil de Biedma; otro que en los viejos tiempos llamaban “El Niño”, y del que apenas retuviste eso, El Niño, y con quien además de la pasión por la montaña compartes libros o películas, alguien a quien admiras ese estar en confraternidad con su “lío” particular de roca y vacío, unas veces encaramado a las tapias, otras navegando el Mediterráneo.

Las nuevas tecnologías nos han traído una novedosa manera de compartir asuntos y de tomarnos unas cervezas, que con todos sus defectos, bien usadas, son capaces, eso sí, de mejorar en mucho esta nueva situación de confinamiento a que nos obligan las circunstancias. La amistad, esa idea que para Montaigne tenía mucho más valor que el propio amor porque, decía, éste siempre es interesado mientras que aquella es totalmente gratuita, es un inapreciable bien que hoy, mirando a través de mi ventana, allá la calina envolviendo su delicado abrazo entre los olivos, me produce una sensación de cálido sosiego.

 

 

 

  

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