lunes, 21 de diciembre de 2020

Una mañana de invierno

 




El Chorrillo, 21 de diciembre de 2020

 

La vida transcurre con lo que llega de fuera, con lo que surge de dentro y envuelta en lo que hacemos y pensamos. Ese es su ámbito. El juego que la confluencia de esos factores pueda dar, motorizado –jajaja– por el sujeto de cuya vida se trate, es lo que llamamos vivir. Hace un rato que he despertado y a medio salir de la somnolencia me he encontrado con la libido asomando la cabeza por entre las sábanas, le he dado satisfacción –menos mal que estamos en pleno campo y aquí no te oye ni Dios– y asi, mientras miraba las ramas altas de los árboles se me ha ocurrido lo que he escrito más arriba. Qué mismo da levantarse más pronto que más tarde, igual vives en la cama que de pies o sentado en un silla, o frente al ordenador o dando un paseo, que tratándose de vivir todo sirve mientras que uno se vaya acercando a la conjunción, fuera, esta noche la conjunción de Júpiter y Saturno, dentro de uno, las armonías que la vida proporciona con su continuo ir de un lado para otro, a veces sin necesidad de que salgas de bajo el edredón. Porque vamos a ver, si tan a gusto estoy aquí ¿para qué cambiar de posición, levantarme y disponerme a desayunar cuando la conjunción de los planetas que dan vueltas a mi cabeza se encuentran en la situación óptima para dar satisfacción al curso de los pensamientos y a mi cuerpo, que tras esa pequeña irrupción de lo femenino nada más despertarme ha dejado mi ánimo como la seda dispuesto a un largo ejercicio de ensoñación no exento de un grandísimo bienestar en donde de tanto en tanto afloran algunas secuencias de la película de anoche que tanto me gustó, o livianos pensamientos que igual recorren los rostros del cuadro de El Greco que me envió ayer mi amigo Jorge, que se detienen en el rostro compungido de San Juan en el cuadro de Rogier van der Weiden, o que escruta las laderas, también, del pico del Lobo donde se me ocurrió que podría hacer mi próxima pernocta semanal?

Siendo que vivir es pensar y ensoñar tanto como salir disparado y estar todo el día de no parar de un lado para otro, y además resultando ello una cosa linda, bien podemos atenernos a esa ley de la física que procura reducir el empleo de energía a la mínima expresión allá donde ésta es necesaria. Si no me muevo y me atengo a lo que gasta mi cuerpo en sus funciones vitales de mantenimiento, eso que llaman metabolismo basal, consumiendo tan solo lo que gasta mi cerebro en pensar, recordar o dar alas a la imaginación –la energía no se gasta sino que sólo se transforma– estaré consiguiendo con un mínimo de energía un máximo de eficiencia, ya que probablemente lo que sale de mi cerebro sea con mucho más interesante y productivo que lo que pueda salir de mi acción física, digamos por ejemplo reponer unas baldosas de la despensa o del cuarto de estar que llevan tiempo rotas. Yo tenía unas anotaciones de los trabajos de la mañana, entre ellos las baldosas y barrer la rampa de las hojas del morero, por ejemplo. Ahora, entre hacer esos trabajos caseros donde habría que añadir limpiar mi cabaña que está llena de palitos, hojas y todo lo que el otoño ha metido en ella desde hace dos meses que no paso la escoba, y dedicar la mañana a zanganear en la cama dando curso a mis pensamientos, se comprenderá que prefiera esto último con mucho.

Obviamente en algún momento tendré que levantarme, presumiblemente cuando se me acabe la leche de lo que estoy haciendo, pero sin prisas, que la única prisa que puedo albergar proviene de que mi señora esposa se mosquee conmigo y piense que no doy palo al agua en casa, lo que me obligaría de inmediato a ponerme la pilas no fuera a ser que cuando llegue la hora de la comida me deje a pan y agua, que en eso ella es la que manda de parecida manera a que yo soy el encargado de cambiar bombillas, cortar setos o darle a la segadora para que podamos transitar cómodamente por la parcela.

Y es que en la vida hay cosas, trabajos que se ven y otros que son menos visibles. Probablemente cuando a Pitágoras se le encendió la lucecita con la que alumbró que la suma de los cuadrados de los catetos de un triangulo rectángulo era igual al cuadrado de la hipotenusa, cualquiera que le estuviera viendo habría dicho de ese ocioso individuo que tampoco daba palo al agua, o hubiera contemplado a Newton bajo un manzano meditando por la razón de que una manzana que se desprendía del árbol cayera para abajo en vez de salir volando. Y es que eso de que alguien esté sin hacer nada es una de las cosas más relativas del mundo, porque estar sin hacer nada es totalmente imposible, la máquina del cerebro es un motor que si algún día se para es que te has muerto. Así que lo único que queda en este mundo en donde la actividad febril parece ser la razón de muchas vidas, es saber donde está uno, o a qué jugamos, que no por mucho moverte amanece más temprano o vas a conseguir que el mundo de vueltas de distinta manera a como lo hace ahora.

De todos modos ya pasa del mediodía y, aunque razones haya para permanecer todo el día en la cama dejando a la mente vagar por donde le plazca, creo que alguna forma si hay que guardar, al menos con mi chica que a esta hora estará pensando, aunque me haya acostado tardísimo la noche anterior, si me habrá dado un patatús o, peor todavía, que soy un caradura porque ella a esta hora ya habrá recogido toda la casa, podado los frutales y, seguro, comenzado a preparar el cocido de la comida. En fin, estimado diario, que me levanto, que no quiero quedar como uno de esos machos ibéricos que no dan palo al agua en su casa.




Antes de iniciar nuestro baile matinal leo uno de los guasaps, el de mi amigo Jorge que me da los buenos días con La adoración de los Magos donde Boticelli, además de retratarse a sí mismo hace asumir a sus mecenas el papel de los Reyes, y se me ocurre que mejor me habría venido esta mañana aquel otro de El nacimiento de Venus más vinculado con mis aficiones a las bondades del cuerpo femenino que a las del calendario propio de la Navidad. También echo otra ojeada al de otro amigo del que retengo una corta frase que le manda su hija junto a una fotografía en que se la ve rapelando en una sima: “Mira nuestro último trabajo, papá”. Y no sé por qué, acaso porque no estoy acostumbrado a ver a mi amigo bajo ese papel, de hecho supe que tenía una hija mayor no hace mucho, siento por dentro un ramalazo de ternura. Ese “papá”, me suena como algo salido del fondo de lo más entrañable que tenemos las personas. En mi casa somos papi y mami, pero es lo mismo, cuando veo escritas esas palabras el corazón se me llena de ternura. También un camino entre los robles del amigo Antonio me dan los buenos días. Yo se los devuelvo. Buenos días, amigos.

Baile concluido me voy al cuarto de baño y cuando mi chica me oye gritar bajo la ducha de agua fría, me dice que qué exagerado soy. Y me sale decirle que en esta vida hay que ser exagerado porque si no la vida es un asco. Son palabras que apenas tienen tiempo de pasar por el cerebro, pero en las que acaso haya algo de razón.

En fin, que ya está bien, que me voy a desayunar.

 

 

 

 

 

 

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario