El Chorrillo, 31 de diciembre de 2020
Este post corresponde a la presentación del libro que estará
disponible a la venta en días próximos y que lleva el título de La montaña en tiempos de pandemia. Llevo
algo más de una década publicando un par de libros anuales relatando mis
caminatas por Alpes, Pirineos, Picos de Europa, Gredos, Guadarrama y una parte
sustancial de países de medio mundo, y este año, la pandemia, que parecía no
nos iba a dejar salir de casa, pero que después aflojó su presión durante el
verano, dejó mermada mi habitual escritura, esa endiablada manía que me persigue
de relatar sobre lo que veo, siento o leo. “Converso con el hombre que siempre
va conmigo”, escribía Machado. Mi soliloquio es plática que por muy adormecida
que parezca, nada más ponerme en camino despierta como una necesidad
inaplazable. Conversación, plática, reflexión, relato, el encuentro con otros
compañeros amantes de los senderos o las grandes travesías. En eso consisten
mis libros de montaña. Si algún curioso quiere darse una vuelta por las
montañas del mundo con un servidor nada más tiene que teclear mi nombre en el
buscador de Amazon. Allí encontrará cerca de una treintena de libros sobre esa
maravillosa cosa que es ir haciendo caminos en la vida.
Para mí ha sido una experiencia gratificante el poder ir
sembrando con los hitos de la escritura tantos caminos, emociones,
dificultades, tantas tormentas en la soledad de una pequeña tienda. Mi memoria
es tremendamente liviana y ahora, encontrarme todos esos libros con la
posibilidad de volver a recorrerlos en sus páginas al calor del fuego del
invierno, me llena de orgullo y placer. Además, la escritura, lo mismo que las
fotografías que vamos acumulando a lo largo de los años, son un buen antídoto
contra el olvido.
Escribo esto en el último día del año, una fecha muy
propicia para echar un vistazo atrás y hacer balance, y sobre todo porque ando un
tanto molesto por un comentario que me encontré esta mañana en un grupo de FB
llamado La voz del montañero, en el
que un tal Borja Batalla, a raíz de un post mío de días atrás sobre mi pequeña
aventura en pico del Lobo, se refería a mí despectivamente como un jubilado
fuera de sus cabales, un pobre yayo; comentaba desde la altura de la que suelen
hablar los listillos de turno, esos que tanto abundan en las redes. Para esta
clase de individuos los jubilados, la gente mayor, parece que somos personas
destinadas a vivir en residencias y a que nos pongan el babero a la hora de la
comida. La ignorancia es una perversa enfermedad, sí, que anida en el cerebro
de algunos. Punto. Creo que a veces es imprescindible poner a determinadas
personas en su sitio.
Me molesta tener que sacar a colación este pequeño
historial, que probablemente acumula con más largura mucha gente mayor que
empezó a sucumbir a la pasión de la montaña en sus años más jóvenes. Me molesta
entre otras cosas, además, porque uno es más bien tímido y no le gusta aparecer
en ningún candelero, y si algún defecto notorio tiene un servidor es la
debilidad de escribir y dar cuenta de lo que le pasa por su magín al contacto
con la montaña y las emociones.
La pasada primavera, allá donde comienza mi nuevo libro de
este año, estaba circuncaminando la isla de Fuerteventura a principios del mes
de marzo, cuando los primeros brotes de pandemia hicieron que dejara urgentemente
los caminos y la hermosa desolación de esta isla para regresar a casa. Fue una
pena, las islas Canarias, y en especial
A esta incursión por Canarias siguió el confinamiento que
se prolongó por toda la primavera. Fue necesario esperar al verano. Podría
haber marchado a los Alpes, como tenía previsto –son ya muchos años que paso el
entero verano en ellos–, pero consideré más juicioso quedarme en España e
iniciar una nueva travesía del Pirineo, pese a que sería la quinta o la sexta.
No importaba, el Pirineo sigue siendo una joya para los vagabundos como un
servidor; empezar a caminar junto al golfo de Vizcaya y no tener más en mente –ni
siquiera una ruta definida; de hecho caminaría indistintamente por
Cuando llegué al Mediterráneo querría haberme desplazado
hasta Tarragona para comenzar allí el GR8, pero para entonces la curva de
infecciones era otra vez tan alta, que el solo hecho de tener que pasearme por
Barcelona para comprar lo que necesitaba para esta nueva etapa, me echó para
atrás y decidí volverme a casa.
Un buen día de finales de septiembre, que andaba yo con
las ganas de subir a dormir a alguna cumbre, me pasó como un flash por la
cabeza la idea de usar las cimas de nuestras montañas cercanas como perfecto
regazo en donde pasar la noche. Y fue dicho y hecho, me enamoré enseguida de
ese proyecto. He pasado el otoño durmiendo cada semana en cumbres de Gredos,
Somosierra y Guadarrama: un bella experiencia que satisface todos mis gustos,
especial aquel de ver atardecer, amanecer y contemplar largamente las estrellas
desde mi saco de dormir. Así hasta que los rigores del frío con sus
consiguientes ventiscas en alguna de las últimas semanas han hecho que ponga en
remojo el asunto.
La última parte de mi libro recoge las sugerencias que
venían a las yemas de mis dedos mientras, metido en el saco de dormir, daba
rienda suelta al relato de una experiencia o dejaba curso libre a alguna idea
que había rondado mi cabeza mientras me abría paso entre la niebla camino de
alguna cumbre. Al final del mes de octubre, considerando que las noches eran
muy largas y que me gusta dedicar tiempo a escribir o ver una película y que
vivaqueando era arduo complicado, decidí incluir en mi equipo una pequeña
tienda de campaña. Mi libro, que concluyo precisamente hoy, cierra con la
última de estas noches de dormir en cumbres, en Somosierra, junto a la cima del
pico del Lobo.
Dejo más abajo los links de parte de mis últimos libros
publicados por si a alguno os da por ahí y queréis zambulliros en los
entresijos de mis relatos.








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