El Chorrillo, 23 de noviembre de 2020
Leo a
un amigo ensalzar la obra y la persona de Vargas Llosa y leyéndolo me entra un
hormiguillo por dentro de incomodidad. Un rostro que aparece frecuentemente en
la portada de El País entre los
articulistas con podium propio y que muestra una arrogancia en su gesto y
mirada tan desmesurada que hace imposible que ni soñando me atreva a leer uno
de sus artículos. Legendario escritor de casi mis primeras lecturas, mente
profunda y analítica de una prosa envidiable, pero que entrevisto en las portadas
de los periódicos con toda la recua de la derecha española más rancia, que
leído brevemente en algún momento para ver qué de nuevo se cocía en el patio,
enseguida deseché como también lo hice con Javier Marías o Camilo José Cela.
Siendo como soy amante de Juan Rulfo y su inconfundible humildad, hay
escritores que así, de entrada, resbalan sobre mí como culo por una pendiente
de hielo. Que no quiere decir que no los lea, que especialmente a Vargas Llosa
lo leí de arriba abajo durante muchos años, pero ojo, siempre con mascarilla,
especialmente en sus últimos libros que es donde este señor, que no sabe ni
freír un huevo, al decir de su ex, pero que escribe muy bien, se ha
echado en manos de un liberalismo salvaje que ofende la cordura de cualquiera
que piense en la posibilidad de construir un mundo mejor.
Le decía ayer a mi amigo que los dioses, o los elfos,
no sé, deberían haber elegido a otro hombre para escribir Conversación en la catedral, aunque en la época de esa escritura
concreta el flirteo de Vargas Llosa estuviera en lado opuesto en que asiste a
comulgar en estos tiempos alguna mañana en las columnas de El País. Me dice efectivamente Jose que “Vargas Llosa era comunista
por aquella época y pensaba, como Sartre, que la literatura era un arma social
para defender las injusticias. La vida le ha cambiado las opiniones y ahora es
un liberal, pero estos cambios me parecen lógicos en cierta manera, nada
criticables”. Y yo me digo que no, que no es criticable que alguien cambie de
opinión, que lo criticable es la defensa que hace de un sistema político y
económico que lo único que propugna es la ley de la selva, la ley del más
fuerte, la libre competencia en un mundo en donde en un maratón unos empiezan a
correr en el kilómetro treinta mientras que la gran mayoría lo hace desde el
kilómetro cero; un mundo donde las gallinas y los lobos deben repartirse en
honesta libertad y competencia la riqueza del planeta. Libertad, esa
maravillosa palabra con la que se llena la boca el liberalismo…
Le comentaba también a Jose que creía que era en el
Tao donde se habla de la loable flexibilidad del sauce frente a la rigidez de
otros árboles. Yo soy un tanto rígido en mis apreciaciones pero aspiro a ser
junco o sauce en algún momento, aunque no tanto como para olvidar de dónde
vengo y saber de qué lado estoy a la hora de aspirar a construir un mundo algo
mejor. No creo que la literatura tenga que ser un arma social, pero si en algún
momento sirve como tal, bienvenida sea.
Echo una ojeada a alguna entrevista y me encuentro con
la afirmación de Vargas Llosa de que “era muy difícil no ser de izquierda en mi
juventud”. E insistiendo el entrevistador: “Y a esto se sumó el entusiasmo por

Muy Bueno, mejor descripción del personaje, imposible.
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminarA Vargas Llosa le pasa lo mismo que a muchos " sociolistos " que a medida que iba engordando su cartera se vaciaban sus ideales ( si en algún momento los tuvieron )
ResponderEliminarEs una buena imagen que para muchos parece ley de vida cuando prosperan.
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