El Chorrillo, 11 de
noviembre de 2020
Venía tramando desde anoche
a raíz de mis últimas lecturas relacionadas con la mística, no precisamente
religiosa, la posibilidad de escribir sobre lo que ésta puede tener de relación
en el ámbito de la actividad en la montaña, o en la naturaleza en general, y
fue esta mañana con esta idea en la cabeza que me encontré con la entrada mañanera de Antonio
sobre el silencio y que Uge glosaba más abajo con una particular capacidad
evocadora, lo que me ha decidido a hurgar en el interior de esos dos conceptos,
montaña y mística, para ver qué podían tener en común o de qué modo podrían
relacionarse, con el aliciente posterior de introducir ese tercer elemento, el
silencio, al que aludían Antonio y Uge.
Quizás
suene un tanto rimbombante o pretencioso un título así y bajo cuyo paraguas
quisiera esbozar algunas ideas sin otra pretensión, como tantas veces hago en
este diario, que la de intentar aclararme a mí mismo. En tantas ocasiones me he
encontrado parajes en libros de montaña experiencias personales, vivencias,
sensaciones que me han hecho pensar en la mística, en San Juan de
La
experiencia mística, que parece haber sido adscrita desde siempre al entorno
religioso y donde siempre el ateo puede encontrar los ecos de sus propios
sentimientos y sensaciones, es un hecho, a mi entender, que no necesita en
absoluto de la conciencia de un Dios por más que ella haya sido elegida desde
siempre por los místicos como un vehículo para entrar en contacto directo con
Dios. Ya en la antigüedad para Plotino la vía práctica para acceder a la
experiencia mística se cifraba en las purificaciones, la ascesis, la práctica
de las virtudes y el esfuerzo por vivir según el espíritu; todo ello
representaba una actitud de recogimiento en sí mismo. Modernamente Michel Hulin
acuñó el término “mística salvaje” para refererirse al conjunto de experiencias
no ligadas ni a una religión ni a una tradición espiritual y que de alguna
manera están relacionadas con un “sentimiento oceánico”, concepto utilizado por
Freud y Jacques Maritain para referirse a lo que rompe el límite de lo
terrestre y al acercamiento a toda una experiencia profunda.
Renato
Casarotto ha regresado del McKinley en invierno; durante quince dias ha abierto
una vía en una larga arista a este monte con dificultades extremas, una caída
de treinta metros y con temperaturas de treinta grados bajo cero y ahora en
casa escribe lo siguiente: “En estos meses he tratado de alargar el horizonte
de mi experiencia en el McKinley, pero ciertas respuestas que esperaba obtener
no he sido todavía capaz de encontrarlas. Creo que en alto, muy alto sobre el
K2 esté la clave de mi búsqueda”. Y más tarde, ahora junto a su mujer Goretta,
en un intervalo de su intento de abrir una nueva vía, le dice a ésta: “Siento
una serenidad en todo mi ser jamás experimentada hasta ahora. ¿Sabes?, Gori, si
llego a la cumbre dedicaré la vía a Dios”. ¿No suena todo esto a eso que
llamamos experiencia mística? Muchas de las andanzas de Walter Bonatti, Hermann
Buhl y tantos solitarios que en el mundo han sido, ¿no destilan una relación
consigo mismos, con la naturaleza, las montañas que recuerdan tanto tanto a
algunos místicos, no recuerdan a los repetidos versos de Juan de
…En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba
más cierto que la luz de mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste!
¡oh noche amable más que el alborada!
¡oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!
La
objeción que hace Ortega y Gasset al misticismo, de que de la visión mística no
redunda beneficio alguno intelectual, vista en este contexto resulta un tanto
absurda tanto más cuando de lo que hablamos es de vivir intensamente nuestra
interioridad en ese silencio del que la soledad y la naturaleza hacen un momento
privilegiado de la vida.
¿En qué
consiste, se pregunta Michel Hadot, esta experiencia y cómo se explica? Su
respuesta: “Esto es lo más importante y soy totalmente incapaz de decirlo”. Buscarse
a sí mismo por encima de sí mismo, que es una búsqueda continua por encontrar
la mejor parte de uno mismo y la superación de sí, parece no obstante estar en
el entramado de la comprensión de lo que esa experiencia sea, con el plus
añadido de que sea

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