| Ordesa |
El
Chorrillo, 12 de noviembre de 2020
Leo en Pierre Hadot: “Lo que da valor a la vida es, justamente, como decía Goethe, el temblor
ante lo terrible, lo pernicioso, lo monstruoso”. Y es que acabando de leer un
post de Pedro Nicolás en FB me parece que él dice lo mismo con distintas
palabras. Escribe Pedro después de la experiencia de haber estado gravemente
enfermo a raíz del Covid: “Pienso en la suerte que me acompañó en mi paso por
ese trance y que ahora, ya recuperado, disfruto de un modo especial de unas
montañas otoñales que me parecen más bellas y acogedoras que nunca”.
Ayer reflexionaba aquí sobre la “mística salvaje” en el
sentido en que la mística se desliga de su faceta religiosa para nombrar con ella
el acercamiento a toda experiencia de la vida considerada profunda. Que el paso
por especiales dificultades, consistan éstas en una enfermedad o una actividad
considerada difícil o muy peligrosa pueda ser capaz de alentar un nuevo matiz
en nuestra percepción de la belleza del otoño, por ejemplo, apunta a una
concepción de la realidad que parece hablarnos de la importancia que tiene para
la vida el hecho de que en algún momento rocemos el abismo en una enfermedad o
cuando asumimos un riesgo considerable, digamos, en la montaña, por ejemplo.
“La vida del espíritu no es aquella vida que se asusta ante la muerte y procura
guardarse pura de la devastación, sino que la soporta y se mantiene fuerte” (Hegel,
Fenomenología del espíritu), a lo que
Edgar Morin añade: “Puede decirse entonces, que dados los peligros de muerte
que implica toda vida que merece ser vivida, aquel que trate de evitar al
máximo el riesgo de muerte para conservarse vivo el mayor tiempo posible no
conocerá nunca la vida: el miedo o la mediocridad impiden vivir”. Es una idea
general aceptada que cuando uno sale de una situación difícil se mira alrededor
un poco como quien se sorprende de lo hermoso que es el mundo. Una realidad ha
llevado a algunos autores a celebrar guerras que, poniendo delante de los
pueblos a la muerte, despiertan a éstos como de un letargo para incorporarle de
nuevo a la conciencia y a la vida.
| Junto a la Laguna Negra |
Que la vida es más hermosa cuando se sale de un letargo,
un cáncer o de la grieta de un glaciar habiendo estado uno atrapado en ella un
par de días, habla de que la gratuidad en la vida raramente existe y que si
ésta ha de merecer la pena bien vale saber que nadie vende duros a pesetas.
Cambio de tercio. Esta tarde recibo un whatsapp del amigo
Paco de Hoyos que me propone un juego, dice que, de parecida manera a cómo los
ajedrecistas analizan sus partidas de ajedrez, me invita a que yo analice cuál
habría sido el desarrollo de mi juego a partir del uno de enero de 2020 si
hubiera sabido lo que iba a suceder a partir de primeros de marzo. Le contesté
que lo consultaría con la almohada y mañana se lo decía. Como la situación es
global y no hay manera de marcharte a otro planeta con toda tu familia y tus
amigos como podría haber sucedido en una guerra, creo que la respuesta por
fuerza mayor no puede ser otra que nada, que no haría nada. Creo que no podría
haber hecho otra cosa a excepción de evitar tomar un vuelo a la isla de
Fuerteventura de donde me tuve que volver apresuradamente en los momentos en
que el coronavirus empezó a extenderse alarmantemente desde China al mundo
entero. Tampoco puedo imaginarme qué me hubiera gustado hacer, porque los
estrechos límites de movimiento que dejaba la expansión de la pandemia no daba
para ningún tipo de broma. Así que mi amigo Paco se queda sin posible relato
futurista en retrospectiva.
Hay sin embargo algunos aspectos en lo que ha sucedido con
la llegada del Covid que sí tienen que ver con las ideas con que arrancaba este
post a raíz de las líneas de Pedro Nicolás. Al poco tiempo de producirse el
estado de alarma, con la consiguiente situación de aislamiento impuesta a toda
la población, ya empezaron a aparecer algunas reacciones que apuntaban al
efecto regenerador que la pandemia podría estar produciendo en la población en
general, tanto por las muertes que se estaban produciendo a nuestro alrededor
como por efecto del confinamiento. Entonces ya era frecuente oír que de “ésta”
íbamos a salir mejores personas, más solidarios –los aplausos todos los días a
los sanitarios desde los balcones fue una de las cosas más emocionantes que
hemos conocido en España durante décadas–, que esto iba a suponer un pequeña
revolución en la mentalidad de la gente, que…
En verdad estábamos en un momento mentalmente regenerador,
se veía en la sociedad, o por lo menos yo lo veía, una pequeña posibilidad de
ante el peligro de contagio, de muerte, ante el espectáculo de tantos ancianos
fallecidos en las residencias, iba a ser posible salir de ese endiablado y
anodino mundo que estamos creando sometiéndonos a los dictámenes de un sistema
económico absurdo e injusto y pasado mañana las cosas iban a cambiar. En cierto
modo estábamos despertando al modo en que Arturo Barea se refería en La forja de un rebelde al comienzo de
nuestra guerra civil: “La guerra ha arrancado a España de su parálisis, ha
sacado a la gente de sus casas donde se estaban convirtiendo en momias...”.
”Seremos los más fuertes, mucho más fuertes que nunca, porque se nos habrá
despertado la voluntad”.
Que ahora no hayamos resucitado, o que esto no tenga el
aspecto de que tal vaya a suceder, no invalida esa constante que se produce en
el ser humano que tanto se parece a renacer a una nueva vida, que consiste en apreciar
de repente mucho más algún trasunto de la existencia cuando hemos visto que
todo a nuestro alrededor puede derrumbarse, que podemos dejar de existir, que
salimos por los pelos de una grave enfermedad. Son situaciones que se parecen
mucho a un nuevo alumbramiento, las circunstancias nos han lavado los ojos y a
partir de ese momento la luz es más aterciopelada y bonita, el otoño más bello
que nunca y el vecino de enfrente con el que nos cruzábamos todos los días sin
mediar palabra se ha convertido en el primer candidato a un abrazo cuando el
confinamiento desaparezca. Hemos cambiado, no somos los mismos que en el mes
anterior, somos más humanos, más puros y vemos la realidad con renovado
optimismo.
Benditas dificultades que hacen de nosotros mejores
personas, más amantes de la vida, más conscientes de nuestra levedad. Es ocioso
razonar sobre estas cosas y tratar de darles una explicación. Suceden no más y
siendo así, si alguien tratara de sacar una moraleja, más nos valdría, pienso,
no olvidar dónde y cómo se producen estas inflexiones en el ánimo de las
personas. Cierto que la mayoría de aquellas expectativas de mejora que
afloraban al principio del estado de alarma se disolverán con el tiempo como
azucarillos en una taza de café, pero…
Horas después de subir este post, hojeando el libro de Juanjo San Sebastián Cita con la cumbre, me encuentro una cita que redondea mis palabras anteriores: "Todas las cosas que nos hacen disfrutar en plenitud, pueden hacernos sufrir enormemente, no podemos pretender disfrutar sin estar dispuestos a sufrir proporcionalmente. Así es el amor, la pasión por la montaña o por lo que sea, así es la vida".
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