“Ormai
mi sembra di essere in prima linea, attorniata da soldati che cadono uno dopo l´altro”
("A estas alturas me parece estar en la línea del frente rodeada de
soldados que caen uno tras otro"). Una
vita tra le montagne, Goretta e Renato Casarotto.
El
Chorrillo, 13 de noviembre de 2020
Anoche,
que leí los capítulos del Chogolisa y del K2 en Historias de bellas montañas, no me pude resistir a mandarle a
Ramón Portilla unas palabras: “Las dos de la mañana. Con el corazón en un puño
y la humedad en los ojos tras la lectura del capítulo sobre el K2”. He pasado
tantas horas de lectura en los alrededores de esta montaña que creo que podría
reproducir el entero escenario de una manera similar a como puedo hacerlo con
los ojos cerrados pensándome sobre la cumbre de Maliciosa. En su entorno además
de las montañas he conocido a personajes notables que me han emocionado hasta
llegar a humedecer mis ojos, como me sucedió ayer con el relato de Ramón cuando
hace memoria de las penalidades de Atxo y Juanjo San Sebastián y que ya en otro
relato me había llegado al alma en Cita
con la cumbre, o que me estremeció en K2
El nudo infinito, viendo como Julie Tullis gastaba toda su fuerza hasta la
muerte a más de ocho mil metros en medio de una tormenta que se prolongó
durante días mientras Diemberger asistía impotente a un desenlace inevitable.
En el K2, aquel mismo año en que a Goretta le parecía estar en un frente de
batalla en donde los soldados en primera línea caían uno tras otro, incluido su
marido Renato Casarotto, pudimos ver desaparecer precipitado en el vacío a uno de los
alpinistas más notables de la historia, Jerzy Kukuczka; murió Casarotto en una
grieta; Julie en las cercanías de la cumbre; la temporada dejó un puñado de
alpinistas que ya no volverían jamás a sus casas.
A
Casarotto lo descubrí en el libro de Kukucza, Mi mundo vertical. Las pocas líneas que le dedica, sus escaladas
solitarias en todo el mundo, su lejanía de los medios y sus ascensiones en el
Himalaya en estilo alpino me cautivaron desde el primer momento. No había
libros en castellano de él, pero tras indagar en Internet descubrí uno en
italiano, Una vita tra le montagne. Creo
que fue un amor platónico el mío, quedé tan prendado de esta pareja y de su
filosofía de la vida que puedo decir que son una referencia permanente.
De
Julie Tullis, la compañera de Diemberger de tantas escaladas, me gustaba su
peculiar modo de vida y su fuerza, el que fuera a todas las expediciones
cargada con su espada japonesa. Cuenta Diemberger en K2 El nudo infinito, “Cuando coge la espada y cruza el arroyo
glaciar para meditar, para entrar en el centro de su ser, o para realizar los
precisos y difíciles movimientos de las artes marciales –una “lucha” que parece
una balada con un contrario o compañero invisible–, entonces la dejo sola, no
estorbo su círculo mágico”. Aprecio estas cosas. Leo a Kukuczka pero su
obsesión por sobrepasar a Messner en la conquista de los ochomiles me deja
frío. Me gusta la montaña, y encontrar en el alma de los alpinistas algo que
aporte a mi propia vida un poco más de armonía creo que debe de ser uno de los
motivos de la elección de mis lecturas. También lo es la búsqueda de la belleza
y lo que los escritores-alpinistas pueden descubrirme en sus aventuras, por eso
aprecio también la lectura de Nives Meroi, Non
ti farò aspettare para quienes,
ella y su marido Romano Benet, subir al K2 era encontrar la línea de la belleza
máxima. Admiré el número de veces que aparece en su libro la palabra
“bellezza”.
Con
Juanjo San Sebastián pasé también tan buenos-malos ratos, que le estoy
tremendamente agradecido. Esa filosofía que expresa al principio de su libro, y
que sintetiza así: "Todas las cosas que nos hacen disfrutar en plenitud,
pueden hacernos sufrir enormemente, no podemos pretender disfrutar sin estar
dispuestos a sufrir proporcionalmente. Así es el amor, la pasión por la montaña
o por lo que sea, así es la vida". U otra idea central en su filosofía que
habla de la necesidad de ahondar en el misterio de la vida con toda la humildad
del mundo. Juanjo dirige en un momento una miniserie sobre el alpinismo vasco,
y el recorrido por su historia le hace recurrir al oxímoron en un juego de
contradicciones esclarecedoras: “Aquel análisis de la historia me regaló, sin
previo aviso, por sorpresa, otra enriquecedora pérdida: la pérdida del deseo de
trascendencia por cualquier clase de actividad alpina”. Y desde el punto de
vista literario, esa estructura donde el argumento central aparece entrecortado
y como entre la niebla a lo largo de todo el libro para al final mostrar en
todo su descarnado dramatismo la tragedia última.
Lo que
hizo ayer Ramón con su escritura fue volver a resucitar todo ese enjambre de
vivencias que cada uno guardamos como en un relicario en algún lugar de nuestra
memoria, esas personas, esas aventuras, esos accidentes, esa enorme plaza de
La
tarea de un hombre que se decide a compartir con otros el mundo privado de sus
propias experiencias desde el modesto rincón de su cuarto de trabajo, es algo
que a los lectores y amantes de la montaña nos corresponde agradecer
profundamente, porque a diferencia de otras lecturas que pueden atender a
nuestro placer estético, su escritura, además de tocar las fibras más sensibles
de nuestro afección por las montañas viene continuamente a recordarnos lo mucho
que nos debemos a la montaña, a la naturaleza en general, pero sobre todo lo
mucho que nos debemos a nosotros mismos en ese pugilato por superar nuestras
propias debilidades, ese ejemplo de fuerza que vemos ante una situación límite
como es intentar salvar la vida de un compañero que aquí fue Atxo, pero que en
otro lugar puede ser Iñaki Ochoa. Esas cualidades humanas que, acaso escondidas
entre los sueños por alcanzar algunas cumbres, florecen en los momentos de
mayor dramatismo para dar cuenta de lo mejor que tenemos como personas. En el
rescate de Atxo un italiano, Filippo, que camino de la cumbre del K2 renuncia a
ella para ayudar a éste, Ramón y Sebitas que atienden a Atxo, Juanjo con las
manos maltrechas que baja solo. A la mañana siguiente no había amanecido
todavía, parecía que la tormenta era menos fuerte, dedicen emprender el
descenso con Atxo, pero Atxo no se mueve del saco, no contesta. Sebitas le
busca el pulso: no hay pulso. Atxo ha muerto. Cuando salen al exterior
encuentran a Juanjo llorando.

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