jueves, 12 de noviembre de 2020

K2 Con el corazón en un puño

 



“Ormai mi sembra di essere in prima linea, attorniata da soldati che cadono uno dopo l´altro” ("A estas alturas me parece estar en la línea del frente rodeada de soldados que caen uno tras otro"). Una vita tra le montagne, Goretta e Renato Casarotto.


El Chorrillo, 13 de noviembre de 2020

Anoche, que leí los capítulos del Chogolisa y del K2 en Historias de bellas montañas, no me pude resistir a mandarle a Ramón Portilla unas palabras: “Las dos de la mañana. Con el corazón en un puño y la humedad en los ojos tras la lectura del capítulo sobre el K2”. He pasado tantas horas de lectura en los alrededores de esta montaña que creo que podría reproducir el entero escenario de una manera similar a como puedo hacerlo con los ojos cerrados pensándome sobre la cumbre de Maliciosa. En su entorno además de las montañas he conocido a personajes notables que me han emocionado hasta llegar a humedecer mis ojos, como me sucedió ayer con el relato de Ramón cuando hace memoria de las penalidades de Atxo y Juanjo San Sebastián y que ya en otro relato me había llegado al alma en Cita con la cumbre, o que me estremeció en K2 El nudo infinito, viendo como Julie Tullis gastaba toda su fuerza hasta la muerte a más de ocho mil metros en medio de una tormenta que se prolongó durante días mientras Diemberger asistía impotente a un desenlace inevitable. En el K2, aquel mismo año en que a Goretta le parecía estar en un frente de batalla en donde los soldados en primera línea caían uno tras otro, incluido su marido Renato Casarotto, pudimos ver desaparecer  precipitado en el vacío a uno de los alpinistas más notables de la historia, Jerzy Kukuczka; murió Casarotto en una grieta; Julie en las cercanías de la cumbre; la temporada dejó un puñado de alpinistas que ya no volverían jamás a sus casas.

A Casarotto lo descubrí en el libro de Kukucza, Mi mundo vertical. Las pocas líneas que le dedica, sus escaladas solitarias en todo el mundo, su lejanía de los medios y sus ascensiones en el Himalaya en estilo alpino me cautivaron desde el primer momento. No había libros en castellano de él, pero tras indagar en Internet descubrí uno en italiano, Una vita tra le montagne. Creo que fue un amor platónico el mío, quedé tan prendado de esta pareja y de su filosofía de la vida que puedo decir que son una referencia permanente.

De Julie Tullis, la compañera de Diemberger de tantas escaladas, me gustaba su peculiar modo de vida y su fuerza, el que fuera a todas las expediciones cargada con su espada japonesa. Cuenta Diemberger en K2 El nudo infinito, “Cuando coge la espada y cruza el arroyo glaciar para meditar, para entrar en el centro de su ser, o para realizar los precisos y difíciles movimientos de las artes marciales –una “lucha” que parece una balada con un contrario o compañero invisible–, entonces la dejo sola, no estorbo su círculo mágico”. Aprecio estas cosas. Leo a Kukuczka pero su obsesión por sobrepasar a Messner en la conquista de los ochomiles me deja frío. Me gusta la montaña, y encontrar en el alma de los alpinistas algo que aporte a mi propia vida un poco más de armonía creo que debe de ser uno de los motivos de la elección de mis lecturas. También lo es la búsqueda de la belleza y lo que los escritores-alpinistas pueden descubrirme en sus aventuras, por eso aprecio también la lectura de Nives Meroi, Non ti farò aspettare para quienes, ella y su marido Romano Benet, subir al K2 era encontrar la línea de la belleza máxima. Admiré el número de veces que aparece en su libro la palabra “bellezza”.

Con Juanjo San Sebastián pasé también tan buenos-malos ratos, que le estoy tremendamente agradecido. Esa filosofía que expresa al principio de su libro, y que sintetiza así: "Todas las cosas que nos hacen disfrutar en plenitud, pueden hacernos sufrir enormemente, no podemos pretender disfrutar sin estar dispuestos a sufrir proporcionalmente. Así es el amor, la pasión por la montaña o por lo que sea, así es la vida". U otra idea central en su filosofía que habla de la necesidad de ahondar en el misterio de la vida con toda la humildad del mundo. Juanjo dirige en un momento una miniserie sobre el alpinismo vasco, y el recorrido por su historia le hace recurrir al oxímoron en un juego de contradicciones esclarecedoras: “Aquel análisis de la historia me regaló, sin previo aviso, por sorpresa, otra enriquecedora pérdida: la pérdida del deseo de trascendencia por cualquier clase de actividad alpina”. Y desde el punto de vista literario, esa estructura donde el argumento central aparece entrecortado y como entre la niebla a lo largo de todo el libro para al final mostrar en todo su descarnado dramatismo la tragedia última.

Lo que hizo ayer Ramón con su escritura fue volver a resucitar todo ese enjambre de vivencias que cada uno guardamos como en un relicario en algún lugar de nuestra memoria, esas personas, esas aventuras, esos accidentes, esa enorme plaza de la Concordia donde confluyen los glaciares Baltoro, Godwin-Austen y Vighe y que parece ser el centro congregacional del himalayismo.

La tarea de un hombre que se decide a compartir con otros el mundo privado de sus propias experiencias desde el modesto rincón de su cuarto de trabajo, es algo que a los lectores y amantes de la montaña nos corresponde agradecer profundamente, porque a diferencia de otras lecturas que pueden atender a nuestro placer estético, su escritura, además de tocar las fibras más sensibles de nuestro afección por las montañas viene continuamente a recordarnos lo mucho que nos debemos a la montaña, a la naturaleza en general, pero sobre todo lo mucho que nos debemos a nosotros mismos en ese pugilato por superar nuestras propias debilidades, ese ejemplo de fuerza que vemos ante una situación límite como es intentar salvar la vida de un compañero que aquí fue Atxo, pero que en otro lugar puede ser Iñaki Ochoa. Esas cualidades humanas que, acaso escondidas entre los sueños por alcanzar algunas cumbres, florecen en los momentos de mayor dramatismo para dar cuenta de lo mejor que tenemos como personas. En el rescate de Atxo un italiano, Filippo, que camino de la cumbre del K2 renuncia a ella para ayudar a éste, Ramón y Sebitas que atienden a Atxo, Juanjo con las manos maltrechas que baja solo. A la mañana siguiente no había amanecido todavía, parecía que la tormenta era menos fuerte, dedicen emprender el descenso con Atxo, pero Atxo no se mueve del saco, no contesta. Sebitas le busca el pulso: no hay pulso. Atxo ha muerto. Cuando salen al exterior encuentran  a Juanjo llorando.


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