El Chorrillo, 26 de noviembre de 2020
Sucede a veces cuando caminas entre la niebla que el sendero que llevas se ramifica, se pierde y entonces en un esfuerzo por recuperar la orientación sientes la necesidad de mirar con más intensidad a tu alrededor, una roca, un rastro que han dejado las vacas, algo que añada una señal, un signo que te ayude a orientarte. Ese creo que es el juego de Buñuel con Belle de jour. El presentimiento de que más allá de la niebla vamos a encontrar el sendero correcto, la referencia para poder continuar nuestra marcha. Pero el director nos niega la posibilidad de ver más allá y así continuamos minuto tras minuto en la incertidumbre del camino correcto, pero, eso sí, aliviados porque mientras tanto, aunque sin una certeza absoluta, encontramos pequeñas pistas que acaso no nos lleven a donde planteábamos ir pero que en unos segundos en que la niebla se abre nos colocan frente a un paraje encantador que la bruma ha vestido de una belleza insospechada, o acaso ante un abismo que se abre a nuestros pies bello y atractivo pero sumamente peligroso.
Ese tipo de impresiones tenía yo esta noche viendo Belle de jour. La rotundidad de la luz, el hiperrealismo de las cosas corrientes ha vestido a la realidad de una evidencia tan grande que hace imposible pensar que dentro de esa realidad, bajo ella, se esconda un inimaginable mundo de posibilidades que acaso con un ramalazo de niebla, cuando es necesario forzar la vista y buscar elementos de referencia en esa realidad que ahora se viste de tul, de ambigüedad, encontremos agazapada como esperando ser descubierta, notada, observada, bien que con perfiles difusos y con cierta confusión, un pedazo de verdad.
La protagonista desconoce que en
Es la introducción del film. Mujer casada con una empanada mental producto de hechos, circunstancias y una educación confusa que le hacen llegar al matrimonio en un estado que le impide tener una relación conyugal normal pero a la que acosa una curiosidad que termina por abrirse paso hasta el punto de rondar un burdel y pasar finalmente a formar parte de su personal.
La magnífica actuación de Catherine Deneuve que da vida a la protagonista, permite seguir una evolución en donde lo más notable es el descubrimiento que hace de la tremenda, y quizás exquisita, diría yo, complejidad de los afectos y el amor. Belle de jour será su nombre desde el momento en que empieza a trabajar en el prostíbulo. La entrada de Belle de jour en la casa de citas abre las puertas a la cara oculta de la luna que vivía en ella aunque no sin antes atravesar espesos bancos de niebla en donde poco a poco los interrogantes van obteniendo parciales respuestas. La relación con los clientes tan tímida y tan de quiero pero no puedo, le proporciona una repentina felicidad que, curiosamente, acrecienta el amor por su marido. Así hasta que se enamora de un joven cliente. ¿Quieres al otro?, le pregunta éste en una ocasión? Claro, contesta ella, son dos cosas distintas, pero sí le quiero.
El film sigue su curso con un necesario argumento que añade algunas piezas más que dan robustez a la película, pero en definitiva, me parece, el gran logro de la obra está en ese juego de luces y sombras en donde la comprensión de la protagonista se va abriendo paso, abriéndose paso pero sin llegar al final más que a una situación en donde la realidad y el sueño siguen confundiéndose. ¿Estaba soñando realmente aquello, su amante muerto, su marido paralítico en una silla de ruedas forma parte de eso que llamamos realidad?
No sabemos en qué plano de la realidad o no estamos, pero mientras tanto, y eso sí es evidente, el trabajo de abrirse paso en la niebla, sí, está bien encarrilado. Allá queda ella en las secuencias finales con su trabajo de bordado y el bastidor entre las manos con la mirada perdida en el infinito y la leve sonrisa de la felicidad entre los labios.
No hay soluciones ni finales que valgan aquí. La vida discurre como lo ríos por aquí y por allá y de tanto en tanto a uno le visita la luz, o las tinieblas; es entonces que la niebla se abre por un momento y lo que no habíamos logrado ver en todos los años de la vida se nos aparece como una amable verdad; o su contrario, hemos equivocado nuestro camino de un modo tan fatal que ya no cabe la marcha atrás.
Sí, hay quien ni niebla ni nada, todo lo ven tan claro desde siempre, esa “magnífica” claridad que proporciona la fe ciega en los preceptos de una religión, en una moral construida con el hormigón armado de los hábitos, que lógicamente los años de la vida no les da para dudar ni para poner en cuestión las realidades profundas que esperan pacientes en lo hondo de nosotros una interpretación, una respuesta. Citaba ayer a Hofmannsthal: “Comprender hondamente, poseer hondamente./¿Hay acaso lugar para esto en la vida?” Probablemente no, pero sí acaso existe la posibilidad de intentarlo.

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