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| Imagen cortesía de Julio Gosán |
El Chorrillo, 9 de noviembre de 2020
En todo caso
si un dios hubiera creado el mundo sólo habría sido autor de una pequeña parte
del planeta que habitamos. Dios no creó el arte, ni la ciencia, ni el cine, ni
nada de cuanto es valioso en
* * *
El gustito y el confort de una camisa de algodón con capucha e interior de
piel de borrego. Ayer, que dormía en la cima de Abantos, me había acostado con
una vieja camisa que nunca usé. Me metí en el saco con ella, me puse la capucha
y encontré tal gusto en la suavidad de su tacto y en su calor que llegué a
pensar allí acurrucado que de existir un estado de bienestar en donde todas las
necesidades estén cubiertas sería ése de estar acurrucado dentro de mi camisa.
De hecho esa sensación se repitió cada vez que me despertaba y oía bufar el
viento fuera mientras mis mejillas revivían el confort del saco, de mi camisa.
No sé, pero tengo la sensación de que últimamente muchas de mis reflexiones lo
que hacen es rondar las bondades del seno materno. Si para Desmond Morris
enamorarse y otros muchos actos de la vida en realidad son una proyección del
pezón de la madre, del calor de su regazo, para mí esta noche mi camisa y el
calorcito de su capucha eran también un regreso a mi entorno amniótico.
* * *
Cuando yo era niño los curas del colegio nos pintaban un hipotético Paraíso
como quien pretende engolosinar con sus delicias a pobres criaturas que apenas
han salido del cascarón. No tenían ejemplos concretos y aludían simplemente a
un bienestar absoluto al lado de Dios; siempre aquello dejaba un poco perplejo al niño de entonces cuyo
mayor placer era jugar al peón o a las chapas y si llegaba el caso poder ir a
pescar en el río Alberche cuando llegaba el verano. Hoy que ya no soy tan niño
sigo sin entender cómo parte de los católicos pueden seguir tan ingenuamente,
no creyendo en un cielo donde todo es placer que nunca explican en qué pueda
consistir y que lo mismo los más imaginativos se lo pueden pensar como un
centro moderno de ocio en donde la diversión no para ni de día ni de noche o
como un parque de atracciones, vaya usted a saber, no pensando siquiera esto
sino imaginando un beatífico estado tal en donde mano sobre mano pasar la
eternidad entera mirándose el ombligo. Mucha de la gente en aquellos primeros
tiempos del cristianismo debían de ser unos pobres diablos condenados a no ser
tener un minuto para saber lo que una vida puede dar de sí o para experimentar
por sí mismos los caminos que llevan a la plenitud o simplemente imaginar el
juego que pueda dar a la existencia soñar y correr tras los sueños.
* * *
En un vistazo por encima al FB me encuentro un interesante artículo que
lleva el título de “La izquierda no tiene ni puta idea del mundo en que vive”,
un enunciado claro que responde a una realidad más o menos conforme con la
actuación de la izquierda política en nuestro país encarnada en sus élites,
pero que resulta enormemente demagógica cuando se dirige a un público, aquellos
que leen afirmaciones semejantes, y que leyéndolo pueden llegar a sentirse
exculpados porque en realidad los que no tienen ni puta idea de nada siempre
son otros, aquellos que representan físicamente lo que llamamos la izquierda.
Yo no diría tanto. Yo sí pienso que tengamos en buena medida idea de lo que
pasa. Otra cosa muy distinta es que lo sepamos y nos quedemos en casa
tocándonos los cataplines mientras el neoliberalismo sigue creando miseria a su
alrededor y cebando lo estómagos de los listillos de este mundo. O que estos
últimos convenzan a una mayoría de la población de que vivimos en el mejor de
los mundos y vayamos de cabeza cada vez a comprar el último modelito de
cualquier invento que tiraremos a los cuatro días para ser sustituido por otro
más moderno. Que esta gente ha creado este estado de cosas para… pero que, mea
culpa, pudiendo no pasar por el aro pasamos y le hacemos a diario la cama con
nuestro comportamiento. Es decir, sabemos en el mundo en que vivimos, pero
etcétera etcétera.
* * *
Habla Hadot de la conspiración de silencio que practica siempre

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