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| Original de Antonio Montes |
El
Chorrillo, 22 de octubre de 2020
Días
atrás, comentando con Julio Gosán, utilizaba el término transustanciación
referido a una de sus fotografías, unas tomas de Peña Águila que a mí me
sugerían los primeros instantes del comienzo del mundo. Se me ocurrió así por
las buenas y hoy viendo una fotografía de Antonio Montes, la que encabeza el
post, volví a caer en que me parecía un acierto el encuentro con esa palabra
porque de algún modo responde a lo que en ocasiones se puede conseguir en el
cuarto oscuro del Photoshop; no se convierte el pan y el vino en cuerpo y
sangre, pero sí se opera una gran transformación de la imagen primera al punto
de obtener de ella, como si ésta fuera tan solo una referencia para conseguir
algo superior y estéticamente más impactante y bello. La imagen primera sería
algo así como un inicial boceto que sirve al pintor-fotógrafo para crear un
cuadro de características artísticas notables y por alguna razón más acorde con
el afán de conseguir un efecto estético notable.
Ese
cierto dramatismo que se desprende de la
imagen que encabeza el post puede situar al espectador tanto en el Sinaí frente a la
zarza ardiente de Moisés como en un día del principio de la creación; algo que les sucede igualmente a las que aparecen encima de estas líneas y que pertenecen a Julio. Le decía
ayer a Antonio que me parecía fascinante que a partir de negativos que imagino
no excesivamente relevantes se pueda conseguir este tipo de creaciones.
Que el fotógrafo pueda fraguar en su mente las posibilidades de un negativo y
que a través de las opciones que ofrece un editor de imagen llegue a alcanzar
resultados tan espectaculares con la sola ayuda de un ratón habla no sólo de
las enormes oportunidades de la fotografía sino también de las capacidades
pictóricas del fotógrafo.
No
pretendo valorar en estas imágenes si son “fotográficamente buenas”, la
definición, el encuadre, la composición, ese tipo de cosas que haría que los
“profesionales” desecharan, por ejemplo, la fotografía si ésta estuviera hecha
con un teléfono corriente, lo que significaría que no cumple los estándares
técnicos adecuados. Entre el hiperrealismo en pintura, que equivaldría a una
cámara con una óptica profesional y un cuadro de de Monet o Cézanne, que
podríamos comparar en sus posibilidades técnicas como carente de definición,
podría mediar toda la gama de caracteres artísticos que se pueden conseguir con
un cámara. Lo que quiero decir es que la calidad de una cámara, a efectos
artísticos, en ese plano de la “transustanciación” de que hablaba más arriba,
creo que es poco importante. Pienso en determinado tipo de fotografías, claro.
Días atrás Julio exponía la necesidad de disponer de un nuevo equipo más
luminoso y con un gran angular para conseguir algún efecto en particular.
Acaso, pensé, cuando lo leía, siempre es preferible tener un sofisticado
equipo, pero no lo creo imprescindible. Confío más en el sentido artístico y en
la sensibilidad del fotógrafo que en la calidad de su equipo.
De ahí
que contemplando algunas imágenes, para mí de las más queridas, lo que me
susurran es que posiblemente la tarea esencial del fotógrafo no sea la de
disponer de un buen equipo, al menos para un buen número de temas, sino la de
abonar su sensibilidad y su capacidad de ver en una textura, un conjunto de rocas,
un juego de luces, una mirada, el elemento con que construir posteriormente una
pequeña obra de arte. Se trata de poner de relieve esa parte de la belleza que
no está en las cosas, en los temas que tenemos delante sino en el ojo que mira,
en el sentido artístico de quien está tras el objetivo, en su sensibilidad y su
capacidad para descubrir en la roma realidad una materia prima con que crear
belleza y nuevas sensaciones. Esto leía esta tarde en los diarios de Jünger:
«Todo nuestro conocimiento se basa en sensaciones.» Podríamos añadir que todo
arte debe atender precisamente a la posibilidad de suscitar sensaciones, más
placenteras y significativas cuanto mayor sea la belleza que las suscita,
cuanto más profundo sea su alcance en nuestro sentir.
El que
la imagen sea fotográficamente buena puede ser importante, pero lo es, y con
mucho, más esencial que ésta llame a nuestras sensaciones y las despierte con
algún tipo de impacto. Y con esta concepción en mente ya puedo ver al fotógrafo
que con una idea en la cabeza roba un pedazo de realidad con su cámara, llega a
su casa y se pone manos a la obra para plasmar sobre la pantalla del ordenador
no la fidelidad de lo que ha visto a través del objetivo sino la idea que tenía
cuando apretó el disparador, o bien alguna otra posibilidad que descubre en
unos negativos y que sólo se le revela en el momento de una segunda, tercera o
enésima mirada. La imagen, el negativo, así deja de ser un fin para convertirse
en un medio “para otra cosa”, acaso en un escenario capaz de situarnos en un
ambiente impactante, extraordinario, un medio que nos pone ante las puertas de
lo misterioso, un clima telúrico o una situación que agita la retina
obligándonos a intentar reconstruir y situar el escenario que vemos en un
contexto que, o pertenece al mundo de los sueños o dibuja un escenario apocalíptico que nos
retrotrae a escenas bíblicas relacionadas con los primeros párrafos del Génesis,
como el caso de alguna de las fotografías de más arriba.
Julio
me decía el otro día que esperaba subir algún día al Morezón con luna llena
para hacer una fotografía del Almanzor que él imaginaba que podría ser
fantástica. Si nos atenemos a ese efecto que yo he llamado aquí
transustanciación, y que se puede conseguir con un conocimiento somero de un
programa de edición de imágenes, probablemente Julio no necesitara subir a
ninguna montaña para conseguir una buena fotografía bajo la luz de la luna. En
el cine es una vieja técnica la de filmar de día y conseguir a posteriori un
efecto de imágenes bajo la luz de la luna. Todo esto suponiendo que no se
tengan escrúpulos en relación a la “pureza” con que una fotografía debe
tratarse. Yo soy de los que no tienen escrúpulos si lo que puedo conseguir con
una fotografía es algo bello y que me gusta. Las fotografías nocturnas, por
ejemplo, pierden mucho si no tienen un primer plano delante algo, una montaña,
un árbol sobre cuyo fondo se despliegue un firmamento lleno de estrellas. Yo el
otro día hice el intento con algunas rocas enfrente cuando fotografiaba el cielo
nocturno de Gredos, pero no me gustaba el resultado. Terminé haciendo alguna
toma del fondo del Almanzor y
Otro
ejemplo, esta vez de una imagen “bajo la luz de la luna”, es el de que aparece
bajo estas líneas. En la parte de arriba se puede ver el original tal cual y
más abajo ésta misma fotografía convertida en la foto nocturna. Las
posibilidades de esta segunda imagen las descubrí algunos años después mientras
ojeaba algunos originales del Guadarrama. Se trata del efecto transustanciación
a que me vengo refiriendo.
Tras
completar estas líneas que acabé anoche a las dos de la mañana, hoy me
encuentro con algunos comentarios más de Antonio y Julio que abundan en el
mismo tema y que, por tanto, me permito incluir aquí con el ánimo de enriquecer
el conjunto del post.
Antonio: Alberto, para mi, todo es un aprendizaje, todo es una búsqueda, si te
conformas con poco, tendrás poco, exprimir las posibilidades de lo hecho con
los medios al alcance de hoy, da la posibilidad de convertir un instante de lo
que has visto, robado y llevado a casa,
en lo que imaginas.
Alberto . Precisamente. Cuando leo este último comentario tuyo, ya bastante
entrada la madrugada, doy por finalizadas unas líneas que hablan de eso,
"de convertir un instante de lo que has visto en lo que imaginas".
Julio Gosan. Yo parto de la base que nunca debo añadir nada a una
imagen que no haya sido capturado en el sensor. Pero partiendo de un histograma
correcto me muevo por entre las luces y las sombras en función del aire que le
quiera dar a la imagen. Mis mejores aliados en este sentido son los ajustes de
luminosidad y sombras, los ajustes locales, y las mascaras de luminosidad en Photoshop.
Estás últimas son una verdadera delicia porque permiten jugar con las luces y
sombras de manera muy precisa. Luego un poco de dodge & burn.. O lo que es
lo mismo, dar profundidad a una imagen dando luz en ciertos puntos y sombras en
otros. Como verás todo gira en torno al equilibrio de claros y oscuros. Si me
permitís la comparación es como cuando una mujer bella se maquilla, un exceso
parecería artificial pero ciertos toques, en ciertos puntos pueden acentuar más
la belleza de un rostro, partiendo de la base que el rostro es bello.
Antonio. Yo creo que es Libertad, y Licencia Creativa. Me considero un
"Ladrón de Instantes" entre el parpadeo y el jadeo.
Julio
Gosan. Al final lo que cuenta es transmitir algo o generar un tipo de
sensación concreto. Y síempre buscando la imagen perfecta, que nunca llega pero
nos mantiene en la búsqueda.
Sólo
añadir a estos comentarios un aspecto al que hace alusión Julio y que me parece
sumamente interesante, “dar profundidad a una imagen proporcionando luz en ciertos
puntos y sombras en otros”. Eso en pintura se llama perspectiva aérea y uno de
los ejemplos más maravillosos de su empleo lo tenemos en Las Meninas de Velázquez. Un juego que para los que trabajan con la
herramienta Raw del Photoshop se vuelve apasionante porque puedes utilizar el
ratón como un pincel ajustando cada parte de la imagen independientemente sea
con diferente luz, sea con otra textura o con la relevancia de un contraste que
hace que el espectador ponga su punto de mira allí donde el fotógrafo lo ha
decidido creativamente.
Nota: Mi agradecimiento a Antonio y Julio por la cesión de sus fotos para ilustrar este post.



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