El Chorrillo, 21 de octubre de 2020
¿Habrá
alguna relación entre una abultada dotación de seguridad de un pueblo, un campo
de exterminio nazi y el resurgimiento de los bárbaros mostrado en la impudicia de
las filas de un partido de extrema derecha? Directamente seguro que no, pero
ateniéndose a esa curiosidad con que de los asuntos ínfimos pueden deducirse aquellos otros de mucho mayor importancia,
probablemente sí.
La
afición de los gestores del ayuntamiento de mi pueblo a detraer de los
presupuestos municipales una considerable cantidad de dinero para dotar a la
policía local de instrumentos de matar de última generación, de vehículos todo
terreno, de cámaras corporales o la decisión de llenar las calles del pueblo
con cámaras de espionaje, mal llamadas de seguridad, hace esta noche que me
chirríen los dientes después de ver por encima una entrevista hecha al alcalde.
Y es que esta afición a tirar del presupuesto municipal para comprar
sofisticadas pistolas me huele más mal que todas las cosas en un pueblo donde
los únicos destinatarios posibles para un arma serían los conejos. Y en cuanto
estar a la última en la tecnología de matar, ese deseo de huir de la
obsolescencia, los responsables me recuerdan a esos jovencitos que cada vez que
sale un nuevo modelo de iphone hacen cola toda la noche para adquirirlo. Odio
el culto a la fuerza bruta, y no es otra cosa, pienso, lo que hace el
ayuntamiento con estos gastos; en todo caso tratándose de violencia cualquier
cachiporra o palo serviría para ello (recuérdese que hay países donde a la
policía no se le permite llevar armas nada más que en situaciones muy
excepcionales). De todos modos para los defensores del más vale prevenir que curar, o los del por si acaso, por si acaso también podrían haber rodeado el pueblo de una muralla china "por si acaso" se sale un camión de la carretera o nos atacan los marcianos. Pero bueno. Respecto a los coches todoterreno, ya me dirán
ustedes en un pueblo todito asfaltado (leo en la entrevista al alcalde que han
logrado incrementar el programa de asfaltado hasta el medio millón de euros)
para qué les sirve un todoterreno, a no ser que la tal compra se haya hecho
para que puedan circular por los caminos del municipio que, al estar desatendidos
en gran parte por el ayuntamiento, ahí sería necesario no ya un todoterreno
sino un tractor, al menos si se quiere, por ejemplo, transitar por un camino como
el de Moraleja. Pero que si se ha comprado un todoterreno para poder usarlo por
los caminos, digo yo que mejor podrían haber comprado tractores a la policía.
No, no se conforman para lo que tienen que hacer con un coche corriente,
necesitan como cualquier caprichoso de vehículos el último de fábrica. ¡Viva el
consumismo!
Fuera
bromas esto de querer tener a la policía en palmitas no me cuadra. Cuando
entraron en la gestión del ayuntamiento una de las primeras cosas que quisieron
hacer fue bajar el sueldo a la policía, imagino que para ajustar los
desequilibrios del presupuesto, lo que les supuso una bronca fenomenal. Ahora
no, ahora como debe de sobrarles el dinero, porque no se entiende tanto
despilfarro ni tantas cámaras de espionaje, se empeñan en convertir el pueblo
en un campo de concentración en donde hay que vigilar los movimientos de todo
bicho viviente, no vaya a ser que ande por ahí suelto algún randa. Lo siento,
pero me resulta esperpéntica la situación.
No es
que abogue por la desaparición de la policía, pero es que tanta poli y tanta
dotación me huele mal, que vamos, que prefiriría incluso que lo gastaran en
quitar las malas hierbas de sus aceras a esos nuevos “ricos” que se quejan de
que el ayuntamiento no les limpie los zapatos. Sucede que me he pasado casi
todo el día leyendo Sin destino (Imre Kertész), un libro que narra la
historia de un adolescente húngaro en un campo de concentración nazi donde allí
los policías eran los responsables de los mayores horrores que haya podido
sufrir
Acaso
lo mismo me estoy equivocando y Serranillos del Valle ya no es un pueblo sino
una residencia de lujo, una colonia de adinerados que han encontrado la manera
de que el ayuntamiento corra con los gastos de la asustadiza condición de
alguno de sus vecinos. Joder, mira que entrar en un pueblo y saber que cada uno
de tus movimientos está siendo espiado por un Gran Hermano…Tiene gracia la
cosa. Yo no sé si se lee mucho o poco entre lo vecinos del pueblo o entre los
responsables del ayuntamiento, pero en todo caso yo les invitaría a leer un
libro clásico con cuya lectura quizás puedan llegar a comprender esta
preocupación de un servidor, un vecino más, por esa pasión municipal por la seguridad.
Sí, se trata de 1984, la
distópica y terrible novela de George Orwell que nos describe un futuro donde
cada ciudadano lleva incorporada una cámara en el culo.
Además,
no leo apenas el periódico porque me produce taquicardia, pero algo me llega y
resulta, siguiendo en el ámbito ese de la violencia, esa cuyo monopolio lo
ostenta precisamente la policía, me entero de que los bárbaros acechan el país,
los herederos de los asesinos de cientos de miles de ciudadanos de los años
treinta del pasado siglo, que parecen tan próximos a la policía y a algunos
estamentos militares, empiezan a tomar las calles armados de banderitas que en
algún momento pueden transformarse como en 1936 en armas de fuego. Sí, en este
país empieza a oler más a podrido que en Dinamarca. Recuérdese a este efecto que en
este pueblo en las últimas elecciones generales Vox y su derecha cercana
superaron con muchísimo una mayoría en el pueblo, lo que hace suponer que esa
querencia por la violencia de alguna manera tenga alguna raíz tardofranquista. La
violencia, sea ésta física o moral, es un elemento latente que subyace en
última instancia en una parte considerable del cuerpo social más conservador
como herramienta para hacer valer espurios privilegios: que no se olvide.
Dado que el espectro político social que presenta el pueblo es mayoritariamente afín
a una política de derechas, en cuyo seno los más extremistas son proclives al
uso de la fuerza como elemento disuasorio, mejor estar al tanto y saber qué se
cuece en un pueblo con tantas ansias de seguridad y policía. El uso de la
fuerza, o exhibición de la misma, en absoluto está en concordancia con un clima
de pacífica convivencia. Si los responsables del ayuntamiento tuvieran la
valentía de preguntarse y dar respuesta a por qué en algunos países se prohíbe
a la policía el uso de armas, quizás pudieran alumbrar en su cuadro conceptual
otras soluciones más imaginativas para los asuntos de seguridad que hoy sólo
son capaces de resolver con fuertes cantidades de dinero y con un criterio estético
y moral de feísimo aspecto.
La
tergiversación de valores que se produce en nuestra sociedad es tal que puede
suceder que a gente poco acostumbrada a reflexionar sobre lo que hay en el
trasfondo de muchas decisiones públicas, le pase inadvertido lo que éstas pueden
ocultar. Me valgo de un ejemplo reciente, la celebración del 12 de octubre. Un
hecho ominoso como fue la masacre, extorsión y explotación de los pobladores de
Preguntarse
por la razón de las cosas puede ser útil para aclarar las propias ideas y sobre
todo para que no nos tomen por ignorantes o como parte de un dócil rebaño. No,
no es banal que en un ayuntamiento se tomen determinadas decisiones de aspecto
inocente y no otras, al fin y al cabo estas pequeñas decisiones parten de una errónea
filosofía de la realidad que llevada a sus últimas consecuencias muestran la
improcedencia de cargar el presupuesto municipal con partidas que mucho se
parecen a las arremetidas de don Quijote contra molinos de viento.
De niño
jugar a policías y ladrones era una de las diversiones más populares en las
calles de los años cincuenta. Hoy ese juego infantil parece traspasarse a los
responsables públicos que pretenden convertir las calles en un espacio
para policías y ladrones, sólo que en
este caso los ladrones son inexistentes y se debe justificar la presencia de la
policía con la fantasía de supuestos delincuentes. Y que me disculpen los
responsables del ayuntamiento, pero es que en sus afanes policiales sólo veo
las reminiscencias de una fijación infantil por lo juegos de la primera niñez.

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