jueves, 8 de octubre de 2020

La aventura de la vida a los setenta, a los ochenta años.

 



“De momento me tiene ocupado una nueva aventura, la de la edad avanzada que no hubiera pensado alcanzar ni en sueños.” (Ernst Junger, Pasados los setenta V: Diarios (1991-1996)


El Chorrillo, 8 de octubre de 2020

 

Nunca se me hubiera ocurrido imaginar mis años setenta como una aventura, lo pensé hoy subiendo corriendo todas las largas escaleras que me encontré en el metro. Cuando llegué a la superficie en la plaza de Embajadores jadeando al punto de que todavía en la consulta del dentista mi respiración no se habría normalizado, pensé que sería una muy buena idea hacer de esta edad madura una aventura. No vivir de tal o cual manera sino de hecho tomar la edad como una aventura en sí, como alguien que se echa a las espaldas un macuto y se dispone a emprender un ambicioso proyecto lleno de aventuras en mente. Con frecuencia basta mirar alguna de las cosas de la vida con una perspectiva diferente para que ésta se llene de un contenido nuevo. Me explico, uno gusta hacer esto, lo otro o lo de más allá, se lo pasa bien con ello, es agradable, algo que nos puede suceder con rutinas diarias o aficiones puntuales, pero suena a poco, otra cosa sería asumirlo con la mentalidad de una especial aventura en ciernes y decirse voy a convertir mis setenta, mis ochenta en algo apasionante, y prepararse en concordancia para ello, algo así como abrir los poros de la piel de manera que estos puedan captar cualquier señal que se produzca en el entorno y que sirva para que por dentro florezca algo, una flor, un proyecto, unas irrenunciables ganas de leer esto o lo de más allá, unas ganas de pintar, de viajar, de patear el mundo, o simplemente de ponerse a cavar junto a la casa para hacer un estanque o una huerta.

Hay a quien la cosa le lleva mucho más lejos, como le sucede al amigo Vinches, que me parece que no ha llegado a los setenta, pero que tiene una marcha en el cuerpo con eso del mar y subir tapias a lo largo o ancho del país, o una pasión por los libros, que envidia da. Y me acuerdo especialmente en este momento de él porque acabo de recibir unas líneas suyas que merecerían ser colocadas bien visibles sobre la pared del lugar habitual donde nos sentamos a leer o a contemplar las musarañas para que la memoria no corra el riesgo de olvidarlas. Son estas: "En la vida creo que hay dos cosas sumamente importantes, una, vivir con una intensidad tal que las fibras del cuerpo se te ericen de placer, y la segunda, que tanta relevancia adquiere según uno se va haciendo mayor, es el modo en cómo los recuerdos pueblan nuestra memoria". “Pues sí, añadía José Manuel, pues si, son dos de las cosas importantes en la vida… La primera nos hace amar el momento, la segunda nos permite estirar en el tiempo, (y rescatar cuando estamos menesterosos de emociones), el placer y las emociones que nos hacer vibrar”.

Algún escéptico dirá que ya, que la salud, que el peso de los años, que patatín o patatán… Quizás tenga razón, pero es que esas cosas no me ponen y la otra manera de ver la vida sí. Levantarse por la mañana tramando, zambulléndote desde el comienzo del día con la cabeza llena de algo por delante que pueda hacer que las fibras del cuerpo se te ericen de placer tiene tan infinita gracia que incluso en los peores momentos, tantos paréntesis oscuros que ocupan a veces la vida, uno puede seguir pensando que, como esa niebla que se agarra a las cumbres y desaparece más tarde para mostrarnos la belleza de un mar de nubes a nuestros pies, terminarán por finalizar para dar paso a un poco de sol.

Leer enriquece y amplía nuestros puntos de mira. Me sucedía esta mañana en el Cercanías leyendo a Jünger, un Jünger que con más de setenta años se encuentra tan ocupado en esa nueva aventura que es la edad avanzada, recuerdo que falleció a los ciento tres años y con su inteligencia intacta y que nunca ni en sueños habría podido imaginar, estimulaba mi imaginación haciéndome pensar que por muchas razones estos tiempos que cuando éramos jóvenes veíamos como de decrepitud y de inexorable melancolía donde no cabía otra cosa que una buena dosis de resignación, hoy en realidad pueden convertirse en una hermosa aventura. Me comentaba el otro día Carlos Soria en FB que es una suerte poder seguir intentando hacer lo que verdaderamente te gusta, pero callaba algo importante, no decía, claro, que la suerte es sólo uno de los factores en juego, que el trabajo de vivir y de llevar a cabo los sueños es una condición sin la cual no son posibles esos “esos maravillosos recorridos por la vida” (eran palabras suyas). Buen maestro de la vida este hombre, este amigo, al que la vida no le ha dado mucho más de lo que él mismo ha forjado con sus manos, su voluntad y su irrenunciable carrera para alcanzar un sueño que acaso dormía agazapado en el fondo de su ser y que resucitó y se desarrolló precisamente en esa edad madura en la que hemos ingresado los septuagenarios.

“Tener el alma muy vieja para aprovechar todas las maravillas que nos rodean”, comentaba también nuestro compañero del Navi, Antonio Creus. Viejo es un concepto maleado por una cultura en la que la gente mayor se sentía en cierto modo excluida de la vida, pero en la boca de Antonio tiene el sabor de lo que es, la plenitud de la edad, de la experiencia, de la condensación en el alma de la inmensa belleza del mundo que vivimos y hemos vivido.

 

 

 

 


2 comentarios:

  1. Tenemos un espíritu inmortal, nos quedan miles de montañas que subir.

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  2. Jajaja... por supuesto, la muerte sólo existe para aquellos que están muertos, así que a seguir fraguando aventuras, aunque esta a veces consista en seguir buscando con la cámara fotográfica la belleza que encierra este mundo.

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