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| Linda Caridi en Ricoradi? |
El Chorrillo, 5 de octubre de 2020
Los hoyuelos en las mejillas de ella, su forma de sonreír
tenían la fuerza suficiente como para terminada la película dedicar un rato de
la madrugada a recrear aquella sonrisa, pero los recuerdos, fundidos como se
mezclan en la memoria de quien ensueña frente al crepúsculo de la vida,
terminaron por ir cediendo poco a poco al flujo de una memoria hecha de retazos
que iban pintando secuencia tras secuencia sobre el lienzo de nuestra pantalla
de cine la historia de un romance hecho de encuentros y desencuentros en que la
tristeza y la melancolía de él y la alegría despreocupada de ella se mezclaban
en un complejo tapiz. Se trataba de Ricordi? (2019), una película de Valerio Mieli.
Esta mañana en una conversación con un amigo despuntaban
en nuestra charla ideas que arropaban muchas de nuestras percepciones que
tenemos sobre la realidad; las llamábamos nuestras certezas, la convicciones
que nos acompañan durante la vida y que capa tras capa llegan, a imagen de las
grandes placas tectónicas del planeta, en algún momento, crecidas y asentadas, a
colisionar unas con otras dando lugar, a la manera de las montañas y otras
formaciones geológicas, a cambios sustanciales en nuestro modo de pensar. Las
certezas, a las que Ortega llamaría creencias, “las ideas se tienen; en las
creencias se está” constituyen en realidad nuestro mundo y nuestro ser a
diferencia de las ideas que pueden ser livianas y transitorias y cambiar del
día a la mañana sin más premisas. Las placas tectónicas serían la imagen de
nuestras creencias mientras que las ideas serían todo aquello que está sometido
a la variabilidad de los acontecimientos o el clima. En nuestra conversación,
al menos eso me pareció, yo ponía en duda la solidez tectónica de muchas de
nuestras certezas porque la vida me ha enseñado que en la complejidad de ésta
caben tantos matices y variables que es muy difícil no encontrarles fugas de
agua a nuestros argumentos que hagan oscilar los cimientos de nuestras
certezas. Lo que no quita que haya, claro, certezas inamovibles, como la de que
la muerte nos llega a todos o que la esencia de nuestro estar en esta vida no puede prescindir del apego y la necesidad
de verse rodeado de seres queridos.
La protagonista de la película, de cuya sonrisa yo quedé
prendado en el primer tercio del film, habría que hablar de la fuerza que se desprende
en los sapiens en ese gesto aparentemente nimio de los músculos de la boca y la
mejilla, la pinta el guionista tan inocente y natural, puro placer el
contemplarla, esa naturalidad y candidez rousseauniana que desearíamos siempre
encontrar en el género humano, que uno no tendría ningún empalago en sumarse a
una concepción de la vida en donde ésta estuviera permanentemente adornada con
esta disposición. Ver sonreír a la gente alegra el corazón, pero si además
quien sonríe es una mujer es como si en el mundo hubieran desaparecido todos
los males y tuviéramos por delante un paisaje de bonanza y alegría de la vida.
No es así el protagonista. Si la certeza de ella parece nacer
de parecida naturalidad con que las flores se abren al calor del sol o a los
aires de la primavera porque ese es su ser y su natural modo de existencia, la
de él parece surgida de la controversia y de una historia personal difícil. En
esta situación el guionista se saca de la manga un amor voluble para ella que descubre
poco después de enamorarse que no le quiere. El amor platónico del primer
momento se desmorona y se produce la separación.
Sin embargo, sin que ella lo sepa, esa certeza en la que
ella había repostado en ese encuentro amoroso, aunque desaparecida a simple
vista, ha calado tan hondo en su interior que termina por aflorar tiempo
después de entre otros amores y relaciones. ¿Cómo cada uno podemos encontrar en
medio de nuestras certezas el camino que al final determinará la elección
“correcta”? ¿Quién puede afirmar con toda seguridad que no se equivocó cuando
decidió casarse con fulanito o fulanita? El amor, la necesidad de querer y ser
querido, el cariño, como se quiera llamarlo, ha penetrado por ósmosis en su
cuerpo y años más tarde la protagonista descubre, o lo descubre su cuerpo que
puede ser más sabio que ella misma, que se le vidrian los ojos recordando a su
antiguo amante.
La película, hecha a veces de brevísimos flashes en donde
se entreveran los primeros encuentros, la infancia, los momentos más plenos de
su relación con aquellos otros en que se ha hecho efectiva la separación, constituyen
un atractivo mosaico en el que, como en la vida misma, las dudas y las contradicciones
se dan cita para enseñarnos que el camino de las certezas es un sendero
tortuoso por el que es conveniente orientarse con un buen gps que nos ayude a
no desbarrar excesivamente en nuestro camino. El dudo, luego existo, salido de
una variante de aquel de Descartes, se me acentuó después de la conversación
tenida esta mañana con el amigo Antonio y, aunque descontextualizado de la
conversación que nos traíamos, me sirve esta noche para poner en cuestión
cualquier asunto que me venga de fuera.
También es cierto que para dudar primero hay que tener
certezas, ya que sin ellas sería imposible salir a la calle sin correr el
peligro de que a uno le atropellaran a la vuelta de cualquier esquina. El
ejemplo sin más en nuestra “querida” España es ilustrativo. Los que tienen
certezas absolutas, los grupos de presión, la iglesia, la gente de la pasta, el
ejército desde hace más de un siglo, la derecha más esperpéntica han fagocitado
durante décadas a todos aquellos que carecían de ellas, les han lavado el cerebro
y como consecuencia España está donde está.
El happy end del
film sugiere que en el corazón de las personas anida el amor y otro buen puñado
de bondades que pese a nuestras equivocaciones en algún momento salen a flote y
restablecen un equilibrio en el alma de los amantes. Es la versión más amable
de nuestra visión de los sapiens, pero también está la otra versión según la
cual lo que anida en muchos corazones es un hijo de puta. Nosotros, admirados
esta mañana de estas contradicciones, discutíamos la posibilidad de que algún perverso
gen tuviera la culpa de estas cosas, lo que supondría echar la culpa de los
males de la humanidad a la biología, pero en fin, esta es otra historia.

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