lunes, 12 de octubre de 2020

Compromiso sí, compromiso no



 

El Chorrillo, 12 de octubre de 2020

 

Esta mañana escribo para aclararme yo mismo, que es entre otras cosas para lo que sirve la escritura. Leo la palabra compromiso en un comentario de una compañera en mi post de ayer y siento esa cosa que te sucede cuando notas que aquello no cuadra con lo que piensas pero que no aciertas a explicarte por qué. Ella había escrito lo siguiente: “Cuando oigo "mi chica o mi chico" me suena a no compromiso, algo que está en la dinámica de la vida que llevamos”. Advierto a mi amiga del ciberespacio, por si llega a leer estas líneas, que en absoluto pretendo tomar como referencia su comentario. Quiero centrarme en eso que llamamos estar comprometido.

Hoy me hubiera gustado hablar del 12 de octubre y de ese fervor patriótico que acomete a tantos ciudadanos en estas fechas y que tiene relación con la colonización de América y por tanto de alguna manera podría ser el día de la vergüenza nacional dado el expolio y saqueo a que sometimos a aquellas tierras y sus habitantes durante tantos siglos, pero mi ánimo me impulsa a aclararme primero sobre eso del compromiso. Cuando escucho esta palabra me siento incómodo porque noto que el uso que se hace de ella en el lenguaje común de algún modo  añade a la complejidad de una relación un factor que a mí no me gusta. Quizás cuando haya terminado estas líneas tenga una idea más clara de por qué.

A diferencia de los animales que llevan en su código genético unos determinados comportamientos que contribuyen a asegurar la pervivencia, los sapiens han inventado el derecho, la normas y un montón de cosas más para dar estabilidad a sus vidas y mejorar las condiciones de su existencia. La Naturaleza otorga un comportamiento más o menos cifrado a los seres irracionales que contribuyen al orden y al desarrollo de la vida en un termitero o en una colmena, mientras que los hombres se ven obligados a elaborar leyes, normas o a diseñar comportamientos morales que hagan posible un modo de vida más racional y justo. La Naturaleza no necesita de normas, se autorregula dotando a cada especie del comportamiento más acorde para la reproducción, la defensa o la satisfacción de sus necesidades, no necesita normas ni leyes externas.

En esta situación una abeja no podría argüir que tiene un compromiso con la colmena, o un lobo con el resto de la manada, o una hembra de chimpancé con su cría. Apelar a la Naturaleza para contextualizar el concepto de “compromiso”, quizás permita aclarar el esfuerzo que el hombre hace para emularla a partir de la razón. Es decir, los sapiens a los que la Naturaleza no ha dotado, o los ha dotado en menor medida, de herramientas de compromiso y estabilidad de pareja, hay un buen puñado de animales que son totalmente monógamos, parece, tales como el lobo gris, los albatros, los antílopes, el guacamayo o el buitre, parecen necesitar de algún modo introducir en el ámbito de la moral “ciertas normas” que cuiden por el éxito de una relación de pareja, tríos o cualsease forma de relacionarse en número o modo.

Así el que hayamos inventado conceptos y palabras para dar forma a modos de pensar o comportarse sería de alguna manera una pretensión que desea atar y dejar bien atado lo que la Naturaleza movida por el instinto hizo sin la ayuda de la razón. La diferencia es que en la Naturaleza los ajustes se producen en base a error y acierto y correcciones llevadas a cabo a través de miles y miles de años mientras que nuestros ajustes morales, normas y leyes son propias de circunstancias y formas de pensar que pueden cambiar sustancialmente con el tiempo o con las diferencias culturales. Lo que es bueno en una época puede ser malo en otra, o lo que en una cultura es prohibitivo en otra puede ser digno de reverencia.

Sólo trato de poner en duda la fiabilidad de una moral en un momento o lugar determinado. Si a alguien le suena como poco comprometido llamar a su pareja por chico o chica porque vivimos en una sociedad un tanto ligera en donde los valores de confianza y honestidad quedan disueltos en una posmodernidad un tanto frívola, es porque desconfiamos de los modos de hacer y vivir de esa sociedad y por tanto sentimos la necesidad de una seguridad que nos ampare ante la contrariedad de ver frustrada la reciprocidad y la estabilidad de una relación que visualizamos como estable. Es decir, queremos que exista un compromiso. Queremos seguridad. Me quiere, te quiero; pero ¿la cosa va en serio?, ¿de verdad que…?

Pienso que este tipo de consideraciones, con ser tan justificadas, en el fondo de lo que adolecen es de confianza. Por lo que el recurso más utilizado sea cubrir esa necesidad de contratar los servicios de un notario para que la desconfianza quede disuelta en las formulaciones de un contrato, sea éste conceptual o físico. Asuntos que de algún modo producen un ruido desagradable en el interior de uno cuando estima que en algún punto de esa relación se está produciendo una pequeña turbulencia que empaña la espontaneidad de un estar en sintonía dos personas que se quieren.

Que lo que es natural y no se cuestiona –te quiero, me quieres– tenga que ser sancionado por acuerdo de compromiso o por la sociedad como quien firma una póliza de seguros plantea molestas dudas. Que si la Naturaleza desarrolla sustancias para empujar a los animales a reproducirse, que si la Naturaleza desarrolla a partir de los reptiles un sistema límbico que va a mejorar la posibilidad de supervivencia por el hecho de añadir un vínculo afectivo que no existía en los reptiles o las tortugas y que a ello nosotros tengamos que añadir un plus a la Naturaleza, una póliza de seguro más, un contrato matrimonial, un compromiso, para dar estabilidad a la relación de pareja o a la crianza de los hijos dice algo de unos humanos necesitados de continuas certezas de las que la Naturaleza prescinde.

Mi matrimonio no se basa ni mucho menos en la cama, dice una de las protagonistas de la película Invisibles (2020, Gracia Querejeta). Su relación es estable y sin complicaciones a diferencia de sus dos amigas para las que la confianza en la pareja no es algo asentado. Que la sociedad o los individuos quieran reglas, formal o informalmente, en unas relaciones puede estar bien en un mundo donde hay de todo pero ello no altera ese principio de desconfianza que subyace en la necesidad de hacer más o menos explícito el compromiso.

¿A dónde voy a parar? A la necesidad de no atar ni siquiera de manera implícita. Intentar dejar todo atado y bien atado produce un ruido discordante en mi sensibilidad. Que es lógico que una mujer o un hombre quieran asegurar la continuidad de una relación manteniendo de alguna manera físicamente o través del notario, el cura o el juez de paz la estabilidad de la relación, pues, bueno; que simplemente se aluda al compromiso, oye, pues bien también, pero siempre será un plus añadido a algo que la propia Naturaleza ha asentado de alguna manera. La moralidad no es un bien ubicuo que esté en todas la mentes y hay gente que no la conoce, pero…

De todos modos ¿Qué sucede si hay un compromiso pero a la vez alguien ha dejado de querer a la otra persona? ¿Qué hacemos entonces con el compromiso? No te quiero pero como tengo un compromiso… Dilema difícil para un moral de hierro que no contempla la posibilidad de que dejar de quererse es una puerta para romper un compromiso. ¿Nos tendríamos que atener entonces a la fragilidad o la fortaleza de un amor? Pienso que sí, si un pareja no ha sido capaz, no ha podido alimentar de alguna manera un amor, un cariño, una empatía lo suficientemente fuertes, me temo que el compromiso como póliza de seguro no pinta nada.

Se puede seguir tirando de cine. En la película de Bergman Secretos de un matrimonio, acude a la consulta de Liv Ullmann (ah, mi devoción por Liv…), que hace de asesora matrimonial o algo parecido, una anciana septuagenaria que quiere divorciarse. Liv Ullmann está sorprendida, ¿por qué a su edad?, pregunta. “Porque ya no le quiero”, contesta la anciana. Y probablemente es que no hay más cáscaras, quieres a alguien o no lo quieres. Otra cosa diferente es que una pareja quiera atarse de mutuo acuerdo uno a otro y haga de la cama o cualquier otro asunto una exclusividad de la que depende la estabilidad de la pareja. En esta situación el compromiso como caso particular tiene el mismo valor que cualquier otro que dos personas puedan decidir entre sí.

A la conclusión que llego es que el tema central no es compromiso sí o compromiso no. La cuestión es tan simple como saber si las personas se quieren entre sí o no se quieren. Nos queremos o no nos queremos, esa es la cuestión, el ser o no ser hamletiano. A mí me da la sensación de que la única seguridad válida tratándose de parejas, tríos, cuartetos o cualquier otra clase de relación entre personas, sean del mismo o diferente sexo, es saber si esta gente se quiere o no. Lo demás… pelillos a la mar.

 

 

 

 

 



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