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| El original de la imagen corresponde a la página de Facebook "Yo subo con Carlos Soria" |
El Chorrillo, 4 de octubre de 2020
Kurtyka, en un hermoso libro de
Bernadette McDonald titulado Kurtyka, El arte de la libertad, cita
a un conocido alpinista que decía que él escalaba para su alma. Messner
manifestaba en un periódico italiano que Carlos Soria iba al Dhaulagiri a
desafiarse a sí mismo. En realidad ambos dicen la misma cosa. Cuando la
periodista Bernadette le pregunta que si la ascensión de la intacta hasta
entonces cara este del Dhaulagiri le pareció interesante, éste le contesta: “Lo
que fue interesante era sentir la distancia que aún quedaba hasta la cumbre, y
aun así superar obstinadamente mi propia debilidad y subir, seguir subiendo
para descubrir de cuando en cuando, con gran satisfacción, que soy más fuerte
que mis debilidades”. Hay en la montaña otros muchos elementos en los que
entran en juego el amor, la sensibilidad del que la patea o la escala, la
creatividad, que tan bien expresa Kurtyka en estas palabras: “¿Existe acaso un
grabado más impresionante que el que dibuja un escalador en una inmensa pared o
en una arista?”… sin embargo la montaña no se agota ni en la superación de las
propias debilidades, ni en su estética, ni en ese contacto primigenio que se
tiene con ella cuando nos encontramos en medio de una tormenta, pero sí es cierto
que ese aspecto de confrontación con uno mismo que nos muestra hasta dónde
podemos ser fuertes y que nos habla de una energía y un vigor que acaso
desconocíamos en nuestra persona, es un factor que a la fuerza nutre algunas de
las fibras más íntimas del alma. Superar grandes obstáculos, saltar por encima
de nuestros miedos, cumplir sueños “irrealizables” aventa en quien los supera
sensaciones que probablemente los simples mortales del llano J jamás podremos alcanzar. Decía Pessoa que las
sensaciones son lo mejor que tenemos, y aunque Pessoa apenas se movió de Lisboa
en toda su vida y jamás subió a una montaña, sí entendía de las cosas del alma
y de lo que en ésta se fragua, y las sensaciones de plenitud, que son pájaros
volateros que sólo asoman la cabeza en los momentos de extrema felicidad,
dicha, realización o superación de dificultades notorias, no sólo alimentan
nuestra persona sino que constituyen una hermosa inversión capaz de dar sentido
pleno a nuestra vida, amén de proporcionar una percepción de nosotros ante
nosotros mismos, en absoluto ante la opinión pública o ante los demás aunque
ello vaya a veces unido, que invita a sentirse hermanado con una vida de
auténtica realización.
Renato Casarotto, sin duda uno de
los mejores alpinistas de todos los tiempos, poco antes de su fallecimiento en
una grieta cuando regresaba de intentar una variante a
No defiendo las carreras por los
catorcemiles que pueden dar lugar a situaciones tan ridículas como la de Darío
Rodríguez, editor de Desnivel, cuando se mete a pontificar y a
escribir en Twitter, con un “no” en mayúsculas, que determinada alpinista china
no ha hecho “los Catorce” porque en el Sigsa-Pagma sólo alcanzó la cumbre
secundaria diecinueve metros más baja. Este ambiente postmoderno que vivimos en
los ambientes de montaña que hace del marica el último su enseña y que además
encuentra sus defensores y promotores desde la cabecera de una editorial
empobrece una filosofía de la montaña ya muy castigada por una sociedad de
consumo que parece destinada a deglutir allá donde pisa toda clase de records y
marcas.
Desde esta perspectiva rondar las
laderas de una montaña tantas veces, hablo del Dhaulagiri, no es que sea algo
que yo hubiera hecho si hubiera tenido fuerzas para ello, que no las tuve, ya
que no albergué nunca amores incondicionales ni deseos de cumplir un ciclo de
cimas, y ni siquiera creo que sea muy sano albergar dentro de uno esa obsesión
que perseguía a Kukuczka y a tantos otros; sin embargo, reconociendo como
reconozco en este tipo de hazañas cuán profundamente el hombre se ve tocado por
la gracia en las circunstancias que impone la alta montaña, esfuerzos,
sufrimiento, belleza plena, encuentro consigo mismo, regocijo, solidaridad,
plenitud en definitiva; reconociendo esto, si además de quien hablamos es de
Carlos Soria, no queda más remedio que olvidar cualquier otra consideración y
rendirse a la evidencia de una admiración incondicional.
Fuerza, tesón, la voluntad de
saber dentro de ti mismo que todavía puedes, que todavía es posible, que aún
pese a que el cuerpo envejece como es ley de vida, pese a que las montañas son
muy altas y peligrosas, pese, Dios, pese a todo, este hombre sigue echándole un
pulso a la vida, esa vida que nos limita y nos va retirando a un rincón del
confort de casa, al cuidado de un jardín o una pequeña huerta, y en vez de dedicar
los últimos años de la vida, después de los setenta todos estamos en los
últimos años de nuestra vida, a la paz del hogar, se parte el alma buscando
patrocinadores, empleando su tiempo en exhaustivos entrenamientos, dedicándose
plenamente al cumplimiento de un sueño cuyo escenario son las montañas más
altas del planeta.
En absoluto me interesa que sean
catorce o doscientos los ochomiles a subir o que al final Carlos termine por
subirlos o no, lo que me apasiona, me admira y miro con cierta perplejidad en
este hombre es su fuerza, esa irrenunciable voluntad que ante todas las
limitaciones que una persona corriente ve insuperables, él, un año tras otro,
haya ido sorteándolas, al punto de convertir su vida en un arte mayor. Sí,
arte, porque arte es hacer de la vida algo hermoso y apasionante. "Lo
menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es
todo", escribió Oscar Wilde en una ocasión, por ello admiramos tanto a los
que hacen de su vida algo a la altura de sus sueños. Confieso que me he
detenido ante su rostro en ocasiones, en algunos de mis escritos le llamé
admirable vejete, y siempre mirar su rostro e imaginar la fuerza que hay
encerrada dentro de él ha supuesto para mí un acicate para profundizar y animar
los años de mi propia vida. Tengo nueve años menos que él y sólo el hecho de
conocer su trayectoria ya me insufla fuerzas y me invita a seguir soñando y a
poner alas a mis sueños.
Sé que Carlos estará ya cansado de
oír hablar del ejemplo que es para generaciones como la suya o para anteriores,
yo mismo me repetí algunas veces escribiendo de él en este mismo sentido, pero
en cualquier modo no viene de más volver a repetir, repetirte, esa admiración
que tanto provecho hace a quien ve un ejemplo para los últimos años de vivir en
este planeta. ¡Gracias!

Magnífico como todo lo que escribes y describes!
ResponderEliminarGracias. En este caso Carlos lo merece y mucho.
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