El Chorrillo, 27 de septiembre de 2020
Soñé muchas veces que volaba. Me veo en un llano, hay una
pequeña brisa, me coloco frente a ella, salgo corriendo, tomo velocidad,
extiendo los brazos y pronto empiezo a notar que mi cuerpo contra el viento y
bajo mis brazos me permiten despegar del suelo. Es una sensación maravillosa,
la sensación de liviandad pero a la vez de poderosa fuerza mientras me elevo,
el aire contra la cara, el suelo desapareciendo bajo mis pies. Compruebo que
unos ligeros movimientos de pies y manos me sirven para navegar. Entonces me
elevo como si estuviera dentro de una térmica y miro con satisfacción abajo el
campo del colegio desde donde he levantado el vuelo. Es el patio del colegio de
mi infancia. Nadie me observa, estoy solo allá arriba sumido en la borrachera
del vuelo. No hay aterrizaje, el sueño siempre se desvanece arriba mientras voy
de un lado a otro del espacio. Pero de todo ello siempre lo más maravilloso es
ese momento en que el aire empieza a ofrecerme resistencia en brazos y cuerpo,
en que me inclino hacia adelante y que pareciéndome que no voy a poder subir y
voy a quedar en tierra supero con un supremo esfuerzo la situación y ya, sí, me
veo en el aire palpitando de gozo.
No se me había ocurrido hasta hoy buscar en Internet qué
podría significar un sueño así tantas veces visitante de mis noches más plenas.
Lo hice hoy y enseguida apareció en la pantalla un buen puñado de páginas que
intentaban explicarlo. Casi todas coincidían en la idea que aparecía en la
primera línea del navegador. “Volar es uno de los sueños más recurrentes, se
decía allí, lo cual significa libertad y deseo de cumplir aspiraciones. De
hecho, soñar que volamos es un sueño común en muchas personas, y la respuesta
puede ser porque nos sentimos libres y no permitimos que nos manipulen o
presionen”. La interpretación suena bien; lo de la manipulación, pues bueno,
podría ser, pero me suena como algo implícito en el hecho de volar, cuyo
significado, la libertad, trae consigo una inusual capacidad de autonomía.
Hace bastante que no lo sueño y, coño, cuánto me gustaría.
Me sucede lo mismo con los sueños eróticos, que siempre me dejan un infinito
bienestar dentro del cuerpo, la satisfacción del aire acariciándome la piel, la
satisfacción de la libido de como quien se encuentra en un algodonoso paraíso
acompañan a esta clase de sueños. El deseo de cumplir aspiraciones y llevar a
cabo proyectos tiene una fuerza arrolladora en muchas personas, quizás eso, la
capacidad de soñar y poder llevar a cabo los sueños, constituya la raíz de este
tipo de historias que vivimos durmiendo. Quien en ello está y contra viento y
marea y a costa de esfuerzos personales llega a conseguirlo, si no vuela poco
le ha de faltar. Hay una imagen para esta idea que he repetido alguna vez en mi diario; se debe a
Goethe: “El viento hace al águila”. Las dificultades hacen al hombre. Estos
días, que andaba litigando en las redes a través de mi escritura con algunos
vecinos en asuntos en que discrepábamos en unos casos y coincidíamos en otros,
tenía una sensación parecida a la que me proporcionaba el sueño en que volaba.
En principio sentí que me movía en un medio hostil porque respondía a vecinos
que evidentemente pertenecían a esa clase de personas que provienen del rancio
espacio político y cultural que ignora la racionalidad y las buenas maneras y
pretende convertir el ágora del vecindario en un charco de mierda. Total, que
me puse a escribir y según lo hacía, salvando las distancias, tenía una
sensación parecida a la del sueño, y la cosa provenía del hecho de encontrar
las palabras, los argumentos adecuados o un estilo y un tono desenfadado en un
texto que iba dirigido, como si de un hecho quijotesco se tratara, a desfacer
entuertos. Me siento indignado cuando contra toda lógica aparece algún ser que
de algún modo me recuerda a ese individuo repelente todo él basura que es el
tal Inda. Que me recuerda no más, no quiero establecer comparaciones. Total que
me guardo mi indignación y me pongo a otra cosa, pero al rato, unas horas
después o quizás al día siguiente la cosa, sí, el bicho vuelve a mí y entonces
la única manera de quitármelo de encima es escribiendo en un entorno, redes
sociales de vecinos sin más, en donde el Inda o los Indas de turno siempre acaban
por aparecer; su ácida verbosidad de gente triste sin otro cometido en la vida
o el acre hedor que desprenden estas personas, sólo aptas para encenagar
aquello por donde transitan, te los encuentras en todos los lugares, terminan
por estimular mi escritura y entonces ellos son como el viento bajo las alas de
mi pluma, la resistencia que me ofrecen, sus argumentos, su envidia o su simple
mala hostia actúan bajo mi cuerpo como si me encontrara en esos bonitos sueños
en que el aire de frente espolea mi vuelo, sólo que aquí lo que hace que me
sienta bien y en el aire es encontrar las palabras; benditas palabras que unas veces
vienen a las yemas de los dedos como afilados cuchillos, otras como caricia de
amante sobre la delicada mejilla de la amada, tantas como bálsamo para las
propias penas o para lanzar al aire la dicha de estar vivo.
El placer del texto, el placer de la escritura, bendito
balsámico y estímulo de mi tiempo de jubilado, hay ocasiones como la de estos
días en que encuentra un eco inesperado, las cosas se lían, el viento arrecia
con el yo digo, tu dices o las posiciones encontradas que surgen y todo termina
convirtiéndose en una térmica ascendente desde la cual ya no veo el patio del
colegio donde asistía de niño sino el propio paisaje de mis alrededores y sus
gentes. Miro para abajo y me digo, pero qué distintos somos muchos, y también,
pero cuántos hay que piensan de manera semejante, cuántos que piensan que el
mundo se puede mejorar, y desde las alturas los ves allí abajo saludando y te sientes
bien, porque no estás solo en esta mierda de mundo que estamos construyendo,
que acaso será posible cambiarlo algo, que quizás sea posible algún día volver
al arrullo de la naturaleza y a sus enseñanzas elementales, que hay gente buena
por ahí, leñe.
Nadar contra corriente, o su sinónimo volar porque el
aire, las dificultades, son lo que hace posible el vuelo, es un deporte social
que me encanta. ¿Alguien puede imaginar cosa más aburrida que opinar y pensar
como piensa y opina todo el mundo? Hace muchos años descubrí que ser un raro,
alguien que hace o piensa diferente en cualquier entorno es una cosa
sustancialmente saludable. Salir de la rutina; si todo el mundo aplaude al
Coletas, pero sospechas que algo te está tomando el pelo y lo dices a tus compañeros
de Círculo éstos te miran mal porque no está bien criticar al líder, pese a que
veas clarísimamente que al Coletas le engolosina tanto el poder que está
dispuesto a cargarse a quien sea para conservar su liderazgo intacto. Ahora, si
lo que hace cierta gente es meterse con El Coletas entonces, aunque no
comulgues con él y con su incontrolable deseo de lamer la piruleta del poder,
sacas a relucir sus cualidades, persona inteligente, capaz, preparada, mucho
más competente que la gran mayoría de los políticos del país, aunque, aunque se
haya comprado un chalet en Galapagar y haya colocado a su chica en la cúspide
del partido y le haya regalado un ministerio. Así que cuidado con quiénes son los
que se meten con Pablo Iglesias porque los más interesados en su desprestigio y
caída son esos, aquellos a los que su actividad puede hacer daño, los señores
de la pasta y los medios de la caverna, que dicho sea de paso son los que
alimentan el desprestigio. Así que, sigo a contracorriente de mis amigos que continúan
siendo de Podemos, no quiero saber nada de Podemos, ni de su endogamia, ni de
ese Sanedrín que se ha cargado casi todos los principios democráticos sobre los
que se auparon; sigo a contracorriente, pero no me dejo llevar por las
emociones y quizás siga siendo votante de Podemos y admirador de Pablo Iglesias
en el fondo, aunque este señor haya convertido sus deseos de vivir en un pisito
en Vallecas en algo más sustancioso. Muy largo, ¿no?; lo siento, no he
encontrado otra manera más cercana de decir qué es eso de nadar contracorriente,
que en realidad no lo es, que sólo es intentar ver la realidad en tonos más
allá del blanco y el negro. Estamos tan acostumbrados a pensar que nosotros
somos los más listos, los más razonables y los más coherentes, que de tanto en
tanto hay que ponerlo en cuestión, es decir, hacer ejercicios de vuelo.
En realidad no soñé que volaba, sino que la experiencia de
ir a contracorriente y aclarar algunas ideas me dejaron muy buen
sabor de boca que me recordaron esa sensación que he sentido algunas veces
soñando.

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