sábado, 26 de septiembre de 2020

Hoy soñé que volaba o el gusto de ir a contracorriente




El Chorrillo, 27 de septiembre de 2020

 

Soñé muchas veces que volaba. Me veo en un llano, hay una pequeña brisa, me coloco frente a ella, salgo corriendo, tomo velocidad, extiendo los brazos y pronto empiezo a notar que mi cuerpo contra el viento y bajo mis brazos me permiten despegar del suelo. Es una sensación maravillosa, la sensación de liviandad pero a la vez de poderosa fuerza mientras me elevo, el aire contra la cara, el suelo desapareciendo bajo mis pies. Compruebo que unos ligeros movimientos de pies y manos me sirven para navegar. Entonces me elevo como si estuviera dentro de una térmica y miro con satisfacción abajo el campo del colegio desde donde he levantado el vuelo. Es el patio del colegio de mi infancia. Nadie me observa, estoy solo allá arriba sumido en la borrachera del vuelo. No hay aterrizaje, el sueño siempre se desvanece arriba mientras voy de un lado a otro del espacio. Pero de todo ello siempre lo más maravilloso es ese momento en que el aire empieza a ofrecerme resistencia en brazos y cuerpo, en que me inclino hacia adelante y que pareciéndome que no voy a poder subir y voy a quedar en tierra supero con un supremo esfuerzo la situación y ya, sí, me veo en el aire palpitando de gozo.

No se me había ocurrido hasta hoy buscar en Internet qué podría significar un sueño así tantas veces visitante de mis noches más plenas. Lo hice hoy y enseguida apareció en la pantalla un buen puñado de páginas que intentaban explicarlo. Casi todas coincidían en la idea que aparecía en la primera línea del navegador. “Volar es uno de los sueños más recurrentes, se decía allí, lo cual significa libertad y deseo de cumplir aspiraciones. De hecho, soñar que volamos es un sueño común en muchas personas, y la respuesta puede ser porque nos sentimos libres y no permitimos que nos manipulen o presionen”. La interpretación suena bien; lo de la manipulación, pues bueno, podría ser, pero me suena como algo implícito en el hecho de volar, cuyo significado, la libertad, trae consigo una inusual capacidad de autonomía.

Hace bastante que no lo sueño y, coño, cuánto me gustaría. Me sucede lo mismo con los sueños eróticos, que siempre me dejan un infinito bienestar dentro del cuerpo, la satisfacción del aire acariciándome la piel, la satisfacción de la libido de como quien se encuentra en un algodonoso paraíso acompañan a esta clase de sueños. El deseo de cumplir aspiraciones y llevar a cabo proyectos tiene una fuerza arrolladora en muchas personas, quizás eso, la capacidad de soñar y poder llevar a cabo los sueños, constituya la raíz de este tipo de historias que vivimos durmiendo. Quien en ello está y contra viento y marea y a costa de esfuerzos personales llega a conseguirlo, si no vuela poco le ha de faltar. Hay una imagen para esta idea que he  repetido alguna vez en mi diario; se debe a Goethe: “El viento hace al águila”. Las dificultades hacen al hombre. Estos días, que andaba litigando en las redes a través de mi escritura con algunos vecinos en asuntos en que discrepábamos en unos casos y coincidíamos en otros, tenía una sensación parecida a la que me proporcionaba el sueño en que volaba. En principio sentí que me movía en un medio hostil porque respondía a vecinos que evidentemente pertenecían a esa clase de personas que provienen del rancio espacio político y cultural que ignora la racionalidad y las buenas maneras y pretende convertir el ágora del vecindario en un charco de mierda. Total, que me puse a escribir y según lo hacía, salvando las distancias, tenía una sensación parecida a la del sueño, y la cosa provenía del hecho de encontrar las palabras, los argumentos adecuados o un estilo y un tono desenfadado en un texto que iba dirigido, como si de un hecho quijotesco se tratara, a desfacer entuertos. Me siento indignado cuando contra toda lógica aparece algún ser que de algún modo me recuerda a ese individuo repelente todo él basura que es el tal Inda. Que me recuerda no más, no quiero establecer comparaciones. Total que me guardo mi indignación y me pongo a otra cosa, pero al rato, unas horas después o quizás al día siguiente la cosa, sí, el bicho vuelve a mí y entonces la única manera de quitármelo de encima es escribiendo en un entorno, redes sociales de vecinos sin más, en donde el Inda o los Indas de turno siempre acaban por aparecer; su ácida verbosidad de gente triste sin otro cometido en la vida o el acre hedor que desprenden estas personas, sólo aptas para encenagar aquello por donde transitan, te los encuentras en todos los lugares, terminan por estimular mi escritura y entonces ellos son como el viento bajo las alas de mi pluma, la resistencia que me ofrecen, sus argumentos, su envidia o su simple mala hostia actúan bajo mi cuerpo como si me encontrara en esos bonitos sueños en que el aire de frente espolea mi vuelo, sólo que aquí lo que hace que me sienta bien y en el aire es encontrar las palabras; benditas palabras que unas veces vienen a las yemas de los dedos como afilados cuchillos, otras como caricia de amante sobre la delicada mejilla de la amada, tantas como bálsamo para las propias penas o para lanzar al aire la dicha de estar vivo.

El placer del texto, el placer de la escritura, bendito balsámico y estímulo de mi tiempo de jubilado, hay ocasiones como la de estos días en que encuentra un eco inesperado, las cosas se lían, el viento arrecia con el yo digo, tu dices o las posiciones encontradas que surgen y todo termina convirtiéndose en una térmica ascendente desde la cual ya no veo el patio del colegio donde asistía de niño sino el propio paisaje de mis alrededores y sus gentes. Miro para abajo y me digo, pero qué distintos somos muchos, y también, pero cuántos hay que piensan de manera semejante, cuántos que piensan que el mundo se puede mejorar, y desde las alturas los ves allí abajo saludando y te sientes bien, porque no estás solo en esta mierda de mundo que estamos construyendo, que acaso será posible cambiarlo algo, que quizás sea posible algún día volver al arrullo de la naturaleza y a sus enseñanzas elementales, que hay gente buena por ahí, leñe.

Nadar contra corriente, o su sinónimo volar porque el aire, las dificultades, son lo que hace posible el vuelo, es un deporte social que me encanta. ¿Alguien puede imaginar cosa más aburrida que opinar y pensar como piensa y opina todo el mundo? Hace muchos años descubrí que ser un raro, alguien que hace o piensa diferente en cualquier entorno es una cosa sustancialmente saludable. Salir de la rutina; si todo el mundo aplaude al Coletas, pero sospechas que algo te está tomando el pelo y lo dices a tus compañeros de Círculo éstos te miran mal porque no está bien criticar al líder, pese a que veas clarísimamente que al Coletas le engolosina tanto el poder que está dispuesto a cargarse a quien sea para conservar su liderazgo intacto. Ahora, si lo que hace cierta gente es meterse con El Coletas entonces, aunque no comulgues con él y con su incontrolable deseo de lamer la piruleta del poder, sacas a relucir sus cualidades, persona inteligente, capaz, preparada, mucho más competente que la gran mayoría de los políticos del país, aunque, aunque se haya comprado un chalet en Galapagar y haya colocado a su chica en la cúspide del partido y le haya regalado un ministerio. Así que cuidado con quiénes son los que se meten con Pablo Iglesias porque los más interesados en su desprestigio y caída son esos, aquellos a los que su actividad puede hacer daño, los señores de la pasta y los medios de la caverna, que dicho sea de paso son los que alimentan el desprestigio. Así que, sigo a contracorriente de mis amigos que continúan siendo de Podemos, no quiero saber nada de Podemos, ni de su endogamia, ni de ese Sanedrín que se ha cargado casi todos los principios democráticos sobre los que se auparon; sigo a contracorriente, pero no me dejo llevar por las emociones y quizás siga siendo votante de Podemos y admirador de Pablo Iglesias en el fondo, aunque este señor haya convertido sus deseos de vivir en un pisito en Vallecas en algo más sustancioso. Muy largo, ¿no?; lo siento, no he encontrado otra manera más cercana de decir qué es eso de nadar contracorriente, que en realidad no lo es, que sólo es intentar ver la realidad en tonos más allá del blanco y el negro. Estamos tan acostumbrados a pensar que nosotros somos los más listos, los más razonables y los más coherentes, que de tanto en tanto hay que ponerlo en cuestión, es decir, hacer ejercicios de vuelo.

En realidad no soñé que volaba, sino que la experiencia de ir a contracorriente y aclarar algunas ideas me dejaron muy buen sabor de boca que me recordaron esa sensación que he sentido algunas veces soñando.

 

 

 


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