El Chorrillo, 28 de septiembre de 2020
Parece consideración general que la arrogancia sea un pecado digno de precipitar a quien la exhibe en las llamas del Purgatorio a fin de que en el tiempo que esté ahí purgue tamaño pecado.
Me dice una amiga, y mucho que se lo agradezco, que va a leer determinado post mío cuando tenga un rato, pero que espera que no sea de parecido tono arrogante como alguno de los anteriores, es decir aquellos en los que necesariamente he tenido que referirme a cierto vecino y más tarde a algunos de ellos cuya condición de nuevos “ricos” me ha llamado tanto la atención como para dedicarles dos o tres post seguidos. No voy a seguir adelante antes de reiterar a mi amiga mi agradecimiento por el favor que me hace cuando se refiere a la arrogancia que han podido destilar algunos de mis escritos. Es algo tan poco corriente eso de que alguien, así, de golpe, te alerte sobre un defecto que puede afear tu persona, que chapeau por el acto de sinceridad que tanto provecho puede proporcionar a quien va dirigido.
Sucede que uno, que tiene aspiraciones sencillas en la vida y además cree que todas las personas merecen el debido respeto, y acaso con más razón una persona que ejerce de alcalde de la localidad, un día, paseando por las webs del pueblo se encuentra con una persona de esas que desde su condición de votantes de Vox con sus banderitas en la solapa, se pasean por la plaza pública de las redes insultando sin medida a unos y otros, y entonces uno, un servidor, se rasca la cabeza y se pregunta ¿qué coño se puede hacer con un individuo como estos para hacerles entender medianamente que en un país civilizado éstas no son maneras? No es que me importe demasiado, entre la gente del país son tan abundantes que ya uno pasa de largo, pero sucedió que estaba yo un tanto adormilado después de una cuantiosa comida regada con un Rioja bastante pasable y en vez de echar una cabezadita decidí contestar al susodicho. Así que capote y muleta en las manos salté al ruedo mediático y me dispuse al acto del toreo. Lo siento, pero no pienso que sea incorrecto jugar con las palabras o con el capote con esta clase de gente.
Hay cierta población que vive tan arropada en consignas y creencias multiseculares provenientes de los lavados de cerebro del franquismo que lo único a lo que uno puede aspirar es a intentar decir lo mucho que están equivocados. Me cuesta ser comedido cuando me tropiezo con esta clase de personas, me cuesta mucho y la verdad es que no me ando con paños calientes. Eso de no andarse con paños calientes es lo que me cuestiono hoy. Uno no es de piedra y aunque le gusta eso de cultivar la necesaria humildad, me hace sacar de dentro un deseo de contrarrestarlo, tanto porque el temperamento lo pide como por la consideración obvia de que si nadie se enfrenta a semejante comportamiento puede dar la impresión de que el vecindario está de acuerdo. El que calla otorga. España está siendo invadida lentamente por los bárbaros y hay que tener prontas las barricadas, no vaya a ser que dentro de unos años nos encontremos de nuevo a las puertas de
Así que si ser arrogante es decir a alguien que no parece haber leído un libro en su vida o que no ha viajado más allá de Fuenlabrada, bien está ser arrogante a mi parecer (uno es tozudo, sí, y creído, oigo allá tras las bambalinas. Mi diario me mira escéptico y con los ojos como platos, sonríe). Quizás un arma menos tosca que la arrogancia ante este tipo de situaciones sea la ironía, sin embargo también ésta tiene sus inconvenientes “morales”; mientras la arrogancia muestra el crecimiento del que la manifiesta en sus palabras, su superioridad moral o cultural, contra aquel al que va dirigida, dejando intacto en cierto modo la persona que la provoca, la ironía lo machaca e intenta dejarlo en ridículo por el simple recurso de la sutileza de su mofa. Vamos, que el mal papel que desempeña el llamado arrogante en realidad es, a mi entender, un acto que ronda la caridad, mientras que la ironía puede dejar en muy mal lugar a aquel al que va dirigida por el poco aprecio que hace del mismo.
Otros pormenores de mis reflexiones en algunos de los post de días pasados que compartí con los vecinos, están relacionados con una clase social con un nivel económico discretamente alto y con los que son sistemáticamente oposición no por lo que hagan los que gobiernan sino simplemente porque no son ellos los que deciden en las instituciones. También con esta gente me sale cierto hilo de arrogancia, la arrogancia del uso de la palabra y los argumentos contra las aspiraciones pequeño burguesas que pretenden que les pongan a cada uno un policía a la puerta de sus casas, la arrogancia de oponer frente a esta mentalidad otra, la de la vida sencilla o la de la llamada de atención que solicita por encima de ciertas exigencias caminos transitables para el municipio o una dosis de iniciativas culturales y educativas que vayan paliando poco a poco las carencias que tenemos.
Claro que no es este el tono que usé en días anteriores, que hoy ante la fundada observación de mi amiga, acaso debería haber pulido más mis palabras y no caer en la trampa de usar parecidos términos de aquellos a los que pretendía criticar. Probablemente, pero no estoy nada, nada seguro, nada. Nos han enseñado a ser comedidos, pero vivimos en un mundo en donde los comedimientos son cada vez más escasos en las filas de la barbarie y, cuando esto es tan general, puede llegar un momento en que sólo sean sus voces las que oímos. Dice Umberto Eco que “Internet promueve al tonto del pueblo a nivel de portador de la verdad". Esto no es ser arrogante, Umberto Eco simplemente dice una gran verdad.
En fin que sigo sin estar seguro de qué es eso que llamamos arrogancia. Quizás mañana o pasado mañana alguien pueda ayudarme a cambiar de opinión.

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