De la Maliciosa y la sierra de los Porrones al hospital
Hospital QuirónSalud, Alcorcón,
17 de julio de 2020
De la Maliciosa y de la cuerda
de los Porrones directamente al hospital. La misma sala, las mismas enfermeras,
todo igual que hace cuatro meses cuando una retención de orina me trajo a
urgencias. Ahora se trata de un cólico nefrítico, uno de esos regalos que te
hace tu cuerpo para que te acuerdes de que éste está sujeto a las contingencias
propias de la edad. Los riñones, la próstata, los uréteres o la vejiga no
parecen dispuestos a dejar mi cuerpo tranquilo. Ahora, aliviado por la tregua
que me han dado los analgésicos, ya es posible nuevamente pensar en algo
diferente que no sea soportar el dolor y puedo retornar al curso de mis pensamientos.
La sala blanca de urgencias se me empieza a tornar familiar. Las rutinas de los
pacientes cada uno a cuestas con sus males, las de los médicos, la burocracia,
ahora con la novedad de los protocolos de seguridad, componen un mundo cada vez
más cercano cuando uno se va adentrando en la clase social de los
septuagenarios.
José, al que no conocía más que
por esos rastros de afinidad que todos vamos encontrando en el trasiego por las
redes sociales, apareció a las cinco de la mañana en la oscuridad de una calle
de Los Molinos cayado en mano como dispuesto a dar soporte a un nuevo relato.
Como no se ha inventado todavía una manera de saludarse que sustituya al
apretón de manos, al abrazo o cualquiera de esos ritos que median el encuentro
entre amigos, todo queda en un desmañado intento de celebrarlo. Tienen mucho de
curioso estas citas en la oscuridad en mitad de la calle de dos hombres
embozados tras sus mascarillas y a los que la afinidad de sus aficiones les
reúne a las tantas de la madrugada.
Más tarde, subiendo en la
oscuridad hacia la fuente de La
Campanilla, hablaba José de esas afinidades que uno descubre
en un grupo de desconocidos sin que medie una información previa. Esa seguridad
con la que de un vistazo podemos adelantar con quien sí y con quien no va a ser
posible una empatía, una amistad.Pasando
junto a la fuente de Mingohacemos un paréntesis en nuestra conversación para
fotografiar a Venus cabalgando en ese momento sobre la cuerda de los Peñotillos que baja
aserruchada desde la cumbre de La Maliciosa. Es también el tiempo del canto de la alondra que subida a las ramas preludia con su canto el nacimiento del nuevo día.
En el pc se puede oír el canto de la alondra
Da la impresión de que dentro de
nosotros, esos a los que yo llamo mis enanitos, exista algún espabilado duende cuya
labor consista en hacer una rapidísima investigación sobre el terreno de
aquellas personas con las que vamos a tener una rica relación, nos vamos a
emparejar o van a ser excelentes amigos. Un misterio que responde al refrán
aquel de Dios los cría y ellos se juntan.
Todavía es de noche cuando
paramos a llenar las cantimploras en la fuente de La Campanilla. El
agua borboteando en el pequeño pilón tiene los ecos de los claustros de los
monasterios medievales. La cháchara del agua hoy venía amortiguada por la
cháchara de estos dos caminantes
enfrascados en descifrar algún que otro porqué relacionado con el
comportamiento de los sapiens hechos
a reproducir la impronta que dejaron sus ancestros en su ADN en unas formas de
hacer que replican lejanamente aquellas de los chimpancés o los bonobos y que
desde el punto de vista social nos hacen fijarnos en las manadas o las colmenas
cuando hablamos de nacionalismos y del espíritu tribal.
Sin embargo, mientras
arremetíamos las desordenadas pendientes de las pedreras que llevan al collado
del Piornal, lo que primó fue aquella afición que yo en mi testamento he dejado escrito
como referencia para que los dioses a quienes corresponda asuman la bondad de tener
en cuenta. Sí, la navegación a vela. Una sola existencia no da para probar
debidamente todos los manjares a los que puede acceder la vida. José, amante de
la vela, con barco propio atracado en algún fondeadero del Reino Unido,
desglosa pequeñas aventuras marinas mientras a ratos buscamos no perdernos en
la semioscuridad del amanecer. Yo por mi parte evoco naturalmente a Julio
Villar y Rosie Swale, dos navegantes solitarios a los que leo en mis momentos
de añoranza marina.
En algún momento el sol
deposita suavemente su ósculo sobre la cumbre de la Peñota, se extiende
perezoso por el llano al sur del Guadarrama para trepar después desde los
robledales de El Escorial hasta la misma cima de Abantos. Es el momento que elige la curruca capirotada para llenar con su canto el principio de la mañana. En pocos minutos estaríamos en el collado del Piornal.
En el pc se puede oír el canto de la curruca capirotada
A mi amigo, que es
hombre polifacético, además de navegante, yo le conocía por las redes una tan prolífica
capacidad como acuarelista y dibujante de retratos como para dejarme intrigado,
intriga que nos sirve para poco a poco irnos acercándonos a la cumbre de La Maliciosa mientras
algunos ejemplares de cabras de ojos de pez abisal nos miran como quien se encuentra
con ese tipo de intrusos que en vez de andar a cuatro patas como Dios manda lo
hacen con las patas delanteras en alto. Así nos miran ellas con esos ojos que
parecen salírseles de las órbitas. Uno necesita amigos que desempolven las
cuerdas del arpa que todos llevamos dentro. Quién sabe si de la mano de esa
pasión de José un día de estos a un servidor le da también a él por las aguadas
con esas nubes que se hacen solas sobre el grueso papel Canson XL que yo mismo
usaba casi medio siglo atrás. Quién sabe. Esa mímesis de que hablaba Montaigne
de cuando la lectura asidua de algunos autores terminaba por contagiar hasta
tal punto su propia escritura de no reconocerse él en ella porque la proximidad
de la prosa de los otros había invadido el folio en blanco que posaba sobre su
mesa de trabajo.
Como era la primera vez que nos
veíamos fue necesario enseñarle mi casa, la cumbre y sus alrededores, tal como se
hace con los amigos que llegan por primera vez a tu domicilio cuando le invitas
a comer. Este es mi lecho para las noches de luna llena, le decía tras tomar
algunas fotografías de la
Pedriza y del embalse Santillana donde ya el sol refulgía
dejando una breve estela de luz sobre sus aguas. El lugar más simpático para
dormir de toda la sierra, un rincón llano, recoleto y sobre todo protegido del
viento.
De todas las opciones posibles
José optó por bajar por la sierra de los Porrones, esa bella cabalgada sembrada
de grandes peñascos que se amansa en el collado de Quebrantaherraduras. Por allí había alguno de esos bellos senecios que crecen erectos sobre la paja tostada de los prados.
Estamos en la edad de las
dolencias repentinas. Nos encontrábamos esperando un taxi que nos devolviera a La Barranca cuando un agudo
dolor me subió por el costado. No le di importancia. José y yo nos despedimos
en la puerta de su casa. Ha sido un placer su compañía. Una hora y media
después, cuando llegaba a casa, aquel dolor se había agudizado, empecé a
temerme lo peor. Tras la comida el dolor se enseñoreaba en mis riñones. Me
costó todavía un rato decidirme a marchar al hospital. En él ando amansando el
dolor y esperando el resultado de las analíticas y una radiografía. Acabo de
poner una vela a la Virgen
para que el cálculo que ha atascado mi uréter derecho se deslice sigilosamente
durante la noche y encuentre su camino con la ayuda del hilo de Ariadna hacia
la salida.
(La Virgen me hizo caso y el hilo de Ariadna funcionó. A alguna hora de la madrugada ya estaba en casa repuesto del susto).
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