El Chorrillo,
19 de julio de 2020
He bajado a
la cabaña tras la comida y me disponía a echar una partida de ajedrez contra el
programa que uso corrientemente cuando caí en una idea que desarrollaba el otro
día ese sabio amigo con quien al final de la noche días atrás iniciaba la
ascensión a
Como en
tantas otras cuestiones los interrogantes no faltan. Hace un momento, otro
José, José Luis Ibarzabal, al hilo del post de ayer, me sugería otro tipo de
duda cuando escenificaba la llegada a Ítaca como un reducto de sosiego y
tranquilidad que él bendecía con el hisopo de los versos de fray Luis de León,
aquellos de “qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, etcétera”
y a lo que yo le contestaba: ¿quién de nosotros no vacila ante la idea de
cultivar su jardín y la de partir de nuevo a lomos de la aventura? Sylvain
Tesson lo expresa así: “¿A qué hay que aspirar? ¿Al lecho conyugal o a la aventura,
a las pantuflas o a las cartas de navegación, a una mujer o a las llamas
ardientes, a unos hijos prudentes o a unos caballos salvajes?” ¿No es acaso
Por otra
parte la comodidad nos acecha, la comodidad adormece, en ella, escribe Tesson,
se parapeta Mark Zuckerberg, el inventor de la versión digital del estanque de
Narciso (Facebook, sin más). ¿Moverán también los dioses los hilos de nuestras
disposiciones invitándonos unos a yacer en el regazo de la inmovilidad mientras
otros, Marte, Apolo, nos empujan a la lucha, mientras Venus nos sugiere las
delicias del amor? ¿A quienes haremos caso entre todos estos tan humanos dioses
del Olimpo? ¿Con quiénes nos sentiríamos más identificados, con quiénes
pasaríamos un buen rato departiendo frente a una cerveza?
Y enseguida,
mientras empezamos a presentir que tras esta transposición en la que nuestras
disposiciones más caras, nuestras pasiones o nuestra voluntad adquieren de mano
de la mitología el aspecto de dioses, el mundo del Olimpo comienza a perfilarse
como el mundo en que los hombres han querido reflejar la vorágine de todas sus
pasiones y deseos.
El amigo
José, estábamos todavía atravesando el bosque más arriba de la fuente de
Así las
cosas, y estando bajo el influjo de la reciente lectura de Homero, casi
resultaba de cajón adelantar que el trabajo de Homero cuando diseñaba la
panoplia de los dioses y héroes y les daba vida y personalidad propia, lo que
estaba haciendo en esencia era remitirse a esos modelos de hombres y mujeres
que componen los cánones del abanico de la conducta humana a la vez que daba
vida a las peculiaridades de cada uno de sus personajes invistiéndolos de las
pasiones y anhelos propios de los hombres de su tiempo, violentos, vengativos,
egoístas, amantes compulsivos, piadosos, clementes, aventureros, robustos,
hermosos como dioses, apasionados.
La labor de
Homero, al sintetizar la complejidad psicológica de la personalidad de los
hombres de su tiempo (bueno, no tanto, de cinco siglos atrás) en personajes en
clave de un arte superior hace que hoy día, milenios después, podamos saborear
junto al calor de esa prosa poderosa y tan hermosa la realidad de una condición
humana que probablemente ha cambiado menos de lo que pensamos.
Hace un calor del carajo esta tarde pese al
huracanado runrún del ventilador, pero aquí estoy, no obstante, en pelotas,
intentando cerrar la morcilla de este post haciéndome a la idea esa de que el
mundo, la gente, pese a toda la historia que tenemos por detrás, no somos muy diferentes
en cuanto a nuestros anhelos y pasiones más comunes.
Total, que
nos dejan en cueros y hacen una analítica de nuestro coco y de nuestra conducta
y todos vamos a parar en uno de esa docena de cajones en que los entomólogos
clasifican cualquier variedad de
mariposa o insecto. Orestes matando a Egisto, Aquiles arrastrando con el
caballo el cadáver de Héctor u Odiseo y Telémaco masacrando a los contendientes
no tienen mucho de diferente con lo que sucedía en nuestra guerra civil entre
vecinos del mismo pueblo. Los horrores de Pinochet o Videla emulan todos los
horrores que los antiguos griegos se infringían entre sí. Las intrigas, los
celos, el amor, el arte del dios Hefesto forjando el escudo de Aquíles, la
fidelidad del porquero de Odiseo, Eumeo, son manifestaciones de un
comportamiento que no ha cambiado en el transcurso de los siglos.
Digamos que
esa nuestra sacrosanta intimidad en la que pretendemos encapsularnos para
proteger nuestras peculiaridades mas íntimas no es otra cosa que un fallido
intento de revestir, como si de las vergüenzas de la genitalidad se tratara, de
un particularismo que es sólo ficticio, en la medida en que probablemente todos
nos parecemos tanto física como mentalmente mucho más de lo que creemos.

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