domingo, 19 de julio de 2020

De afinidades y desencuentros. De Homero a nuestros días.



El Chorrillo, 19 de julio de 2020

 

He bajado a la cabaña tras la comida y me disponía a echar una partida de ajedrez contra el programa que uso corrientemente cuando caí en una idea que desarrollaba el otro día ese sabio amigo con quien al final de la noche días atrás iniciaba la ascensión a la Maliciosa. Decía José que él cuando asiste a una reunión en la que se encuentra con gente desconocida al cabo de un rato ya sabe con quien va a conectar bien, va a ser posible una amistad y con quien va a ser difícil una relación medianamente cordial. Hablaba de ciertas tipologías, de ciertas disposiciones a la afinidad que incluso se heredan o se aprenden en el transcurso de la crianza. Frente al planteamiento de Eric Fromm, que defendía en El arte de amar, la posibilidad de que dos personas ajenas y sin nexos en común pudieran llegar a establecer una relación amorosa exitosa con tal de proponérselo, el amor llegaría en cualquier forma a aquellos dispuestos a entregarse mutuamente, se abría la idea de un determinismo basado en nuestras diferentes disposiciones para sintonizar con concretos individuos.

Como en tantas otras cuestiones los interrogantes no faltan. Hace un momento, otro José, José Luis Ibarzabal, al hilo del post de ayer, me sugería otro tipo de duda cuando escenificaba la llegada a Ítaca como un reducto de sosiego y tranquilidad que él bendecía con el hisopo de los versos de fray Luis de León, aquellos de “qué descansada vida la del que huye del mundanal ruido, etcétera” y a lo que yo le contestaba: ¿quién de nosotros no vacila ante la idea de cultivar su jardín y la de partir de nuevo a lomos de la aventura? Sylvain Tesson lo expresa así: “¿A qué hay que aspirar? ¿Al lecho conyugal o a la aventura, a las pantuflas o a las cartas de navegación, a una mujer o a las llamas ardientes, a unos hijos prudentes o a unos caballos salvajes?” ¿No es acaso la Odisea la historia de un hombre que habiendo vivido todas las aventuras habidas y por haber lo único que desea es recuperar el valor de la vida y envejecer, como escribiría Gil de Biedma, entre las ruinas de la inteligencia, al calor de la fértil memoria? Penélope y Telémaco al margen, el hombre es un extraño animal que se debate entre la inmovilidad y la aventura. Las nuevas aventuras predichas por el adivino Tiresias a Odiseo abonarán el desasosiego del viajero condenado por un deseo de partir del que nunca podrá librarse. “¿Cuál es esa inquietud que lleva al isleño más allá de su isla y de su felicidad burguesa?”.

Por otra parte la comodidad nos acecha, la comodidad adormece, en ella, escribe Tesson, se parapeta Mark Zuckerberg, el inventor de la versión digital del estanque de Narciso (Facebook, sin más). ¿Moverán también los dioses los hilos de nuestras disposiciones invitándonos unos a yacer en el regazo de la inmovilidad mientras otros, Marte, Apolo, nos empujan a la lucha, mientras Venus nos sugiere las delicias del amor? ¿A quienes haremos caso entre todos estos tan humanos dioses del Olimpo? ¿Con quiénes nos sentiríamos más identificados, con quiénes pasaríamos un buen rato departiendo frente a una cerveza?

Y enseguida, mientras empezamos a presentir que tras esta transposición en la que nuestras disposiciones más caras, nuestras pasiones o nuestra voluntad adquieren de mano de la mitología el aspecto de dioses, el mundo del Olimpo comienza a perfilarse como el mundo en que los hombres han querido reflejar la vorágine de todas sus pasiones y deseos.

El amigo José, estábamos todavía atravesando el bosque más arriba de la fuente de la Campanilla mientras una alondra llenaba el aire con los trinos de su canto, mencionaba a algún autor que establecía un número de siete caracteres diferentes en los que podrían identificarse todas las mujeres, al mismo tiempo que yo citaba a Robert Musil que mantenía que todos los hombres y mujeres podríamos ser considerados como pertenecientes a una docena de caracteres y temperamentos típicos. La riqueza y la complejidad con que acostumbramos a considerarnos dentro de esos siete mil millones de habitantes que componen el planeta quedaba, bajo este punto de vista, sujeta a entredicho al menos en lo que se refiere a las constantes más notables de nuestra persona.

Así las cosas, y estando bajo el influjo de la reciente lectura de Homero, casi resultaba de cajón adelantar que el trabajo de Homero cuando diseñaba la panoplia de los dioses y héroes y les daba vida y personalidad propia, lo que estaba haciendo en esencia era remitirse a esos modelos de hombres y mujeres que componen los cánones del abanico de la conducta humana a la vez que daba vida a las peculiaridades de cada uno de sus personajes invistiéndolos de las pasiones y anhelos propios de los hombres de su tiempo, violentos, vengativos, egoístas, amantes compulsivos, piadosos, clementes, aventureros, robustos, hermosos como dioses, apasionados.

La labor de Homero, al sintetizar la complejidad psicológica de la personalidad de los hombres de su tiempo (bueno, no tanto, de cinco siglos atrás) en personajes en clave de un arte superior hace que hoy día, milenios después, podamos saborear junto al calor de esa prosa poderosa y tan hermosa la realidad de una condición humana que probablemente ha cambiado menos de lo que pensamos.

 Hace un calor del carajo esta tarde pese al huracanado runrún del ventilador, pero aquí estoy, no obstante, en pelotas, intentando cerrar la morcilla de este post haciéndome a la idea esa de que el mundo, la gente, pese a toda la historia que tenemos por detrás, no somos muy diferentes en cuanto a nuestros anhelos y pasiones más comunes.

Total, que nos dejan en cueros y hacen una analítica de nuestro coco y de nuestra conducta y todos vamos a parar en uno de esa docena de cajones en que los entomólogos clasifican  cualquier variedad de mariposa o insecto. Orestes matando a Egisto, Aquiles arrastrando con el caballo el cadáver de Héctor u Odiseo y Telémaco masacrando a los contendientes no tienen mucho de diferente con lo que sucedía en nuestra guerra civil entre vecinos del mismo pueblo. Los horrores de Pinochet o Videla emulan todos los horrores que los antiguos griegos se infringían entre sí. Las intrigas, los celos, el amor, el arte del dios Hefesto forjando el escudo de Aquíles, la fidelidad del porquero de Odiseo, Eumeo, son manifestaciones de un comportamiento que no ha cambiado en el transcurso de los siglos.

Digamos que esa nuestra sacrosanta intimidad en la que pretendemos encapsularnos para proteger nuestras peculiaridades mas íntimas no es otra cosa que un fallido intento de revestir, como si de las vergüenzas de la genitalidad se tratara, de un particularismo que es sólo ficticio, en la medida en que probablemente todos nos parecemos tanto física como mentalmente mucho más de lo que creemos.

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario