Acaso sea la felicidad
este débil trazo de luz
tras las horas de lectura,
las palabras,
Dylan Thomas esta tarde,
un libro que habla de Homero,
la brisa del ventilador,
mi desnudez descansada tras el encuentro
hacia lo inaprensible del yo-tú,
la inquietud de las hojas temblonas de los álamos
danzando como sombras chinescas
al final de la tarde,
mis libros,
luz sobre el mundo y sus dramas,
una pasión,
la nostalgia que alude a una historia de amor
todavía candente.
Ese trazo de luz,
palabras que obligan a cerrar los ojos
porque a través de sus formas
tocamos un pedazo de infinito.
La fuerza fugaz
en la remota espera,
allí donde brota el viento
y el curso de las palabras,
el tiempo seminal
de los espacios mágicos,
la pequeña flor en el alféizar de la tarde,
encontrar el camino junto al mar
la roca frente a la inmensidad
donde las gaviotas ajenas al tiempo
se ríen del movimiento incesante,
donde brota luminosa una intuición,
un verso.
Perseguir así las migajas
que el tiempo va dejando,
pequeños destellos de luz
transformados en palabras
la maravillosa espontaneidad de un presentimiento
que se hace música
que será tiempo bendito entre las manos,
arrullo de hojas
para una calurosa tarde de verano.

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