El Chorrillo, 23 de junio de 2020
Me dice esta mañana mi amigo Antonio en un comentario a mi post de ayer, que escribir es desnudarse. Antonio, que tiene cierta tendencia a hacer que se me suban los colores a las mejillas, es sobre todo un cincelador que trabaja las ideas con el preciosismo de quien se abre paso en la piedra bruta del granito con esmero esculpiendo aquí un detalle diminuto y primoroso que las prisas de un observador no dejarían ver, allí, la forma enrevesada bellamente cincelada que va a dar lugar a que veamos la idea como una escultura de bulto redondo que la agudeza del autor nos sirve para, como quien gira alrededor de una estatua, contemplarla con más gusto y precisión.
Ah, le escribía esta mañana, el gusto por las palabras y la sutilezas de que se visten para alegrarnos la mañana y enseñarnos la rica diversidad de sus usos y acepciones. Las palabras y aquellos que nos las sirven como aromático café que degustar mientras los pájaros cantan al otro lado de mi ventana. Y es que en esta ocasión él había necesitado hacer una aclaración para fijar la conveniente diferencia que había entre desvestirse y desnudarse que perseguía poner coto :-) a esa otra tendencia mía de sacarle brillo a algunas palabras para rozar como ala de paloma la dicha de los encantos femeninos. Vamos que él decía que escribir era desnudarse y yo, muy naturalmente, me fui al desvestirse que era un acto que podía sugerir encantos de otro tipo.
Contesté a su comentario en estos términos: Agradecimientos aparte por la deferencia de tus palabras, decir que desnudarse es una de las cosas más graciosas que uno puede hacer en la vida, especialmente porque el hecho de hacerlo, en la mayoría de las ocasiones implica tener una bella fiesta por delante. En desnudarse, tocar y tocarse, amigo mío, paran algunas de las esencias más caras de la vida. Que sí, que por cierto es un acto que a muchos sonroja; bueno, unos prefieren el Rioja y otros el Ribera del Duero y todos tan contentos. Últimamente mis diversiones son el ajedrez y la escritura, que me ocupan un tiempo precioso. En el ajedrez voy progresando a punto de que mi concentración aumenta poco a poco, pero a mi escritura le cuesta más porque dado que mi imaginación se secó después de escribir unas cuantas novelas, ahora lo que necesita son molinos de viento con los que discutir sobre la veracidad de su naturaleza de gigantes o ejércitos transmutados en ovejas; cosas así para ir ocupando el tiempo de la vida y que ésta resulte atractiva.
Así pienso yo es como se entra en un juego, el de conversar, que puede ser divertido, sórdido, altamente educativo, aburrido, peñazo, diálogo de sordos o del todo anodino. Si lo que quiero es divertirme, que es lo que me sucede a mí, entro al trapo, saco el peón de rey y espero a que el interlocutor que tengo enfrente responda, y si responde y no sólo se conforma con mirar lo que sucede en el patio, pues ya podemos empezar el entretenimiento. Como a mí mirar lo que sucede en el patio no me divierte mucho echo a caminar las palabras, las pongo en el tablero y espero a que otro jugador tome el testigo. La posibilidad de ello está hoy en esa plaza pública de Internet que ha sustituido a la antigua plaza del pueblo.
El siguiente paso es saber qué quiero y qué no quiero compartir. Como en mí con la edad que tengo lo que prima es divertirme no tengo ningún problema para poner en el tablero de juego las situaciones y las ideas que me vengan al magín si sé que ello me sirve de ejercicio matinal para desentumecer mis neuronas.
Para que los que leen estas líneas puedan hacerse una idea de cómo funciona estos mis alumbramientos matutinos, yo esta mañana tuve que dedicarme a arreglar parras, arrancar zarzas y limpiar algunos arbustos y, mientras estaba cortando los renuevos del olivo frente a mi cabaña, se me ocurrió que tenía que escribir algo sobre una entrada que un amigo había puesto en su muro en donde en un tono un tanto despectivo se refería a las franjas con el símbolo LGBT con que Correos había vestido algunas de sus sucursales. Decía lo siguiente: “En cualquier momento ponen la hoz y el martillo o las 5 flechas. Dejemos la chorradas que solo demuestran complejos y a respetarnos”. Ese tipo de cosas que te encuentras en las redes y que es obligado contestar aunque sólo sea para contribuir a la limpieza que debería imperar en los lugares públicos. En las calles los barrenderos se ocupan de estas cosas; en las redes deberíamos ser los usuarios los que contribuyéramos a esta limpieza.
Contesté en los siguientes términos: Te equivocas, amigo X, de chorradas nada, la permanente lucha para que nos respetemos unos a otros; nada de complejos tampoco, la necesidad de que la sociedad reconozca la libertad de cada cual a usar de su sexualidad sin imposiciones machistas ni resabios que vienen de la barbarie. Te contradices del todo cuando calificas de chorrada algo y a continuación pides que nos respetemos unos a otros. De
Después de esto, pasé por la cocina y allí me encontré a Victoria pelando unos langostinos y dándoselos a Bartola, nuestra gata. Ya tenía otro tema en perspectiva para cuando terminara mis tareas caseras de la mañana. El tercer asunto surgió porque me dispuse a cortarme el pelo y cuando estaba a mitad de tarea la cortadora se paró, se habían acabado las pilas. Total, que quedé echo un cuadro y quise reírme un poco de mí mismo y me propuse escribir algo; no sé el qué, algo, algo relacionado con el yo, con el desnudarse que había comentado Antonio. En la habitación que llamamos El Jardín hay colgada una máscara de escayola que me hice hace años cuando daba clases en la escuela y, junto a ella una especie de retrato mío al modo de Hamlet mirando escéptico la misma máscara de la pared contemplada en la mano. El yo que mira la máscara, yo y mi corte de pelo, más la escayola compusieron un cuadro que venía bien para encabezar un post. Se me ocurrió un título un tanto pomposo: En los laberintos del yo.
Este tipo situaciones de que hablo son el tegumento que tarde o temprano me encuentro frente al teclado cuando termino con mis tareas caseras. Así que cuando al fin me siento sólo tengo que elegir uno de los temas. Hoy el primero habría llevado el título de Escribir es desnudarse; el segundo simplemente se llamaría Chorradas…, y el último, que al final en cierto modo me sitúa en una encrucijada entre lo público y lo privado, que llevaría el título de En los laberintos del yo o, acaso Se me acabaron las pilas, que no es cierto, pero que podía dar lugar al divertimento de otro millar de palabras.
De hecho, eso sobre lo que yo quería escribir a estas alturas ya estaba escrito con creces. Fin de tarea de la mañana. Desnudarse o no, ¡qué mismo da!
Un agradecimiento a Antonio por sus últimas palabras, esas que dicen, y que de ser ciertas me honran y ponen el punto de mira en abrir canales en la comunicación: “Gracias a ti que pones en juego la posibilidad de la dialéctica”.


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