El Chorrillo, 6 de junio de 2020
Como tantas veces esta mañana
aparece frente a mi ventana el omnipresente dilema: alejarse del dolor de leer
la prensa, desentenderse de esta mierda que puebla las portadas y decir no tenemos
solución, o entender que esto es una permanente lucha del sentido común contra
la barbarie y los hijos de puta y entonces atenerse al dicho popular de que
cada uno aguante su vela, o tratar de resistir los absurdos que nos muestra la
prensa diaria, esa cortina de humo como afirmaba hoy un amigo en su muro. Todos
los medios son en estos días una cortina de humo para impedirnos ver los
problemas reales del país. Las gilipolleces de Ayuso, los dimes y diretes de
todo color, lo que ha dicho fulanito o ha dejado de decir. El circo del
Parlamento. Es la vieja táctica del fútbol y los toros sólo que en este momento
con alevosía y premeditación en una de las circunstancias más terribles por las
que puede pasar un país víctima del Covid: circunstancia que intentan
aprovechar los carroñeros de siempre para seguir engrosando la base electoral
de la impudicia. Los grandes diseñadores de estrategia de la derecha tienen un
éxito notable en este país donde el humo y las nulas ganas de pensar son la
dieta diaria que tenemos cada mañana cuando abrimos las páginas de los
periódicos.
Mi amigo Cive me manda esta mañana una reseña del artículo más importante que ha encontrado hoy en la prensa nacional, a saber uno de El País que lleva el siguiente título: Este huevo ¿lo han frito o lo han freído? Una explicación a los participios dobles. Así se hila en el mundo de los medios de comunicación.
Un paréntesis. Esto leí ayer junto al lago Baikal: “Nunca nos sentimos tan vivos como al estar muertos para el mundo”. Porque es verdad que lo que realmente mata en estos días es la impotencia frente a la hiriente realidad.
Un paréntesis. Esto leí ayer junto al lago Baikal: “Nunca nos sentimos tan vivos como al estar muertos para el mundo”. Porque es verdad que lo que realmente mata en estos días es la impotencia frente a la hiriente realidad.
Comienzo
esta mañana durante mi caminata matinal Un
pueblo traicionado, del Paul Preston, y sólo la introducción es ya
demoledora, una historia del último siglo y medio que comprende nuestro más
reciente “acerbo”, una historia de una monarquía nefanda, una historia de
corrupción, de una Iglesia guardadora de los intereses de los ricos, una
historia jalonada por una interminable fila de políticos ineptos. Hace Preston
un repaso de la historia de España desde el siglo XVI hasta más allá del último
eslabón de nuestro relato reciente con la “victoria del general Franco que supuso
el establecimiento de un régimen de terror y pillaje que les permitió, a él y a
una élite de secuaces, saquear con impunidad, enriqueciéndose, al mismo tiempo
que daba rienda suelta a la ineptitud política que prolongó el atraso económico
de España hasta bien entrados los años cincuenta”. El libro me lo recomendó el
amigo Pedro, del Navi, hace unas semanas, advirtiéndome, frente a la
posibilidad de que decidiera leerlo, de que le estaba costando terminarlo por
el cabreo que le ocasionaba comprobar cómo la derecha española mantiene sus
intereses a través de los años.
Es fácil constatar
que después de tres cuartos de siglo de finalizada la guerra se sigue manteniendo
un difícil equilibrio de poder en donde las fuerzas reaccionarias, parapetadas tras
un robusto sistema judicial que les es adicto, tras unas fuerzas del seguridad
del Estado afectas a las derechas, tras una Iglesia que no ha dejado de servir
nunca a los ricos, viven el desasosiego de haber perdido unas elecciones y optan,
para seguir manteniendo sus privilegios de siempre en ese cortijo propio que
fueron en toda época las tierras de España, por recurrir no sólo a hacer una
política inmunda en medio de una pandemia sino a emporcar cual séase acción de
gobierno que pueda favorecer entre los votantes ingenuos y analfabetos
funcionales un desplazamiento del voto a su favor. Salvaje y demencial lucha
por el poder, que probablemente siempre fue así, pero que hoy día, cuando
miramos boquiabiertos hasta dónde puede llegar la infamia y la estupidez de las
personas que están al frente de la derecha política del país, nos parece
insuperable. La mediocridad de los que representan a la derecha es tan
admirable que cuesta, cuesta creer que sean ellos los que están a la cabeza de
los partidos conservadores. Porque hablar de la derecha española no es en
ningún modo sinónimo de hablar de partidos conservadores, al menos en el ámbito
de Europa, donde éstos no han perdido la dignidad y conservan el prestigio de
legítimas defensas honrando con su conducta decorosa lo que la derecha española
convierte en fango y miseria.
Hoy, por
ejemplo, que se abre la prensa con noticias relacionadas con la Guardia Civil intentando ceñir
un cerco contra el Gobierno de la nación, pequeños detalles que nos dan para
ver tras el ojo de una cerradura lo que puede haber de mierda en esta
institución, institución creada por el general del Ejército, el duque de
Ahumada, y que a poco de nacer, en palabras de Paul Preston, “demostró ser un
ejército de ocupación severo y brutal que protegía a los amos de los
latifundios y las minas contra las iras de sus trabajadores”; hoy, sin más, que
vemos cómo el sistema judicial, que desborda por las costuras de sus
empirigotados uniformes de jueces, las heces de su franquismo; o que vemos
actuar a la policía discriminando entre cayetanos y sanitarios, tolerando y
protegiendo a los primeros y reprimiendo a los segundos; hoy, Dios, la lista es
infinita, en que la pomposa Iglesia Católica se sigue poniendo sin ningún rubor
de parte de los que siempre ha estado.
La política
de tierra quemada de los conservadores de este país, unida a la cortina de humo
con que intentan hacernos olvidar los problemas de índole social y económico, ofrece
hoy una tal virulencia que obliga a definir la terrible confrontación en un
marco de beligerancia insostenible; por un lado la justicia social y por otro
la codicia y la defensa de los privilegios de unos pocos, donde la acción
política se parece a una guerra de trincheras en que al centro izquierda le
toca resistir y en la que el objeto único de la acción de la derecha
exclusivamente está centrado en derribar al gobierno legalmente constituido. No
tienen programa ni soluciones para la crisis que vivimos, sólo tienen víboras
en la boca y miseria, mucha miseria.
De hecho, afirma
Preston, hasta cierto punto, “la Guerra Civil de 1936-1939 es una contienda
inacabada y, en algunos aspectos, España todavía padece divisiones y
enfrentamientos vigentes en 1936” .
Esa España que alientan bandera y cacerola en mano los herederos del franquismo
terminará, si no es liderada dentro de la derecha en algún momento por cabezas
inteligentes y con el sentido de construir un país moderno donde todos vivamos
en paz, o si la cultura política de los españoles no lo remedia, o si no
curamos nuestra ignorancia, por hacer de España un charco de mierda en donde
seguiremos in secula seculorum, como
en aquel cuadro de Goya, hasta destrozarnos la cabeza.

No hay comentarios:
Publicar un comentario