sábado, 30 de mayo de 2020

Impresiones, cosas del país y de mi pueblo




El Chorrillo, 30 de mayo de 2020

 

Solo nos queda Portugal. Así titula hoy su artículo Marisa Torres en El País. Yo lo llevo diciendo ya hace días, y que conste que siendo algo que tengo en mente desde hace tiempo, desde que caminé Portugal de cabo a rabo, lo que me decidió fue ver al presidente de la vecina república con mascarilla y bermudas a la cola de la caja de un supermercado; el triunfo del sentido común en nuestro país vecino es un hecho para animar a cualquiera. Todavía lo rumio por dentro. Amo tanto la tierra ésta donde Victoria y yo hemos levantado un bosque y una mininaturaleza llena de pájaros y pequeñas bestezuelas que sería difícil, nuestra pequeña tierra nos ata, que si no…

Y por qué no recitar unos versos que me alivien el dolor de tripas que me produce ver en la prensa el rostro de una señora marquesa, unos bodrios que usan mascarillas con el bordado de una bandera de España en su esquina, la triste realidad de los señoritos de siempre que tan mal digieren el que la democracia se haya decantado por un gobierno de colación. Todos a colaborar, decía el otro día una consigna, precisamente en el periódico de Maruja Torres que, amañada tras la mampara de esa supuesta colaboración, lo que escondía era la sombra de un trabucazo contra el Gobierno y sus compañeros de viaje. No se puede espera más de Prisa, me decía esta mañana un amigo. La poesía alivia el dolor por más que los versos caigan con frecuencia como dagas sobre el corazón del lector, una de las dos Españas ha de helarte el corazón. Alivia en un plano intelectual e íntimo porque nos devuelve la fuerza de las pasiones en su estado más primitivo y salvaje. Pero aún así alivia el conocimiento de la verdad; la hondura de nuestras discrepancias aunque nos duelan, alivian de saberlas ahí; alivia reconocer al fin que la metástasis del mal inunda el cuerpo social de España. Alivia de qué, me dirás. Alivia. Alivia acaso al conocimiento poseído; nos aleja de la duda. La certeza es dolorosa, pero elimina la incertidumbre, la sospecha.

Bueno, la verdad es que no alivia, es que el dolor ese infinito que te reconcome por dentro sabes que no ha de tener solución, que te morirás con él dentro, porque la miseria humana es propia de ciertas naturalezas y ellos son muchos, tantos como para casi completar la mitad del censo de la población del país. ¿Alivian? No sé, es el dolor que alivia, el dolor insoportable que se te mete dentro de ti cuando contemplas yacer yerto el cadáver de un amigo en la cama de al lado. La poesía, que es belleza sublimada, al pasearse por el escenario de la muerte, Jorge Manrique, trasciende la muerte y dona a la posteridad la capacidad de un sentimiento genuino que, esenciado por los versos, convierte la realidad de un deceso en hondo sentir de hermandad. El dolor de esa España gangrenada y amante de la muerte hunde con la punta de su estilete el alma noble de una tierra castigada siglo tras siglo.

Hay dolor en esta tierra castigada por los señoritos y sus prebendas. El mapa de España, el mapa de mi pueblo, está cubierto por manchas de aceite que se extienden desde Finisterre al cabo de Creus y de allí a la desembocadura del Guadalquivir mezclando a las gentes y contaminando con su infamia el corazón noble que subyace desde siglos bajo la ignominia de sus gobernantes y los sátrapas que los apacientan: el pueblo, el pueblo del 2 de mayo que acaso ignorantes como bestias conservaban sin embargo todavía la nobleza y la dignidad de que ha carecido siempre la clase dominante en este país. 

No le busques explicación ni hilazón lógica a mis palabras, amiga, son tan solo pinceladas de un cuadro en donde los colores intentan abrirse paso en la trabazón de sentimientos y emociones contradictorios, un espacio en donde como aquel grito de Liza Minelli bajo el túnel sobre el que pasa un estruendoso tren en Cabaret, sólo busca el desahogo momentáneo de un pesar que se te agarra al alma con la fuerza de una sanguijuela.

Dolor, alivio el de hoy de que entre la barbarie pestilente se abra paso la sedativa posibilidad, gracias a los cuerdos responsables de nuestra política nacional, de que cerca de un millón de españoles puedan agarrarse momentáneamente a una tabla de salvamento con la recién aprobada renta mínima. Contradictorio porque no es posible despreciar eternamente a media España como lo hizo aquel nefando general de misa diaria y manos llenas con la sangre de un cuarto de millón de sus ciudadanos, no es posible ello pero tampoco es posible hacerles comprender que España no es su patrimonio privado ni el de sus banqueros; no es posible hacerles comprender que el país es una comunidad en donde el esfuerzo común debe llevar al bienestar común y a una más equitativa distribución de los recursos que genera esta tierra que habitamos. ¿Entonces qué? Entonces el dolor de seguir viviendo en esta absurda lucha en donde la infamia engorda como una garrapata en el cuerpo social del país. Entonces levantarte a la mañana y al abrir la ventana de la prensa para orear la habitación y las sábanas comprobar que por el rectángulo de la mañana sólo aparecen los infames de siempre, la guerra sucia, los jueces corrompidos, las instituciones de seguridad cuyos sobacos huelen a podrido.

Yo quería hablarte esta mañana de Robinsón Crusoe, unas líneas que había comenzado anoche tras la partida de ajedrez, pero ya ves, me reconcome que las redes y las prensa estén llenas con el fétido rostro de una marquesa y de los animales de su condición, tantos. Y que el país parezca que sea eso, sus payasos, los voceros del proscenio, los servidores de la farsa, en lugar de la gente que trabaja, curra o educa al resto de la población. Que esos payasos y ese circo constituyan el epicentro de los medios de comunicación es algo que me enferma. ¿Son éstos de verdad, todos estos que llenan las redes con su jeta, son éstos España? ¿Esta banda de inútiles y parásitos son España? Ah, tantos, tantos.

Coda finale. Vivo en un pueblo pequeño de apenas cuatro mil habitantes, no exactamente en el pueblo, a un kilómetro y medio, y a veces me entran ganas de ser un poco más sociable y codearme con los vecinos, grupos de FB y cosas así, sin embargo siempre me persigue la duda. Si echáis un vistazo al resultado de las últimas elecciones generales podréis averiguar por qué esas mis dudas. En ellas el treinta por ciento de los votantes de Serranillos se decantó por votar al fascismo, a la insolidaridad, a los impuestos regresivos que siguen grabando a las clases medias pero que dejan indemnes a las grandes fortunas; el treinta por ciento de mis vecinos votó por la xenofobia y por aprovecharse de los inmigrantes utilizándolos como animales de tiro con que arar sus tierras o recoger sus frutas y sus verduras por sueldos de esclavitud. El treinta por ciento de mi pueblo… Sí, la tercera parte.

Así que, acaso, sí, debería haber hablado mejor de Robinsón Crusoe y de su encierro en su isla. Yo mismo convertido en Robinsón ante la amenaza de una convivencia controvertida y acaso dolorosa porque lo que nos separa es un abismo insalvable. Como ves soy un mar de dudas. Vivo en el centro de una comunidad cuya mitad ha de helarte el corazón. A veces se me ocurre sopesar esa posibilidad entre marcharme a un Portugal mucho más humano lejos de esta barbarie patria que acosa todo indicio de sentido común o quedarme como Robinson contemplando el ombligo de mi mismidad. Estoy en la tercera vía, como ves, porque imagino que lo único que cabe es intentar en la medida de nuestra fuerzas seguir empujando el carro de la cordura hacia delante, pero ahí queda todo esto para que te hagas una idea de cómo ve mi ánimo el patio de esta tierra en que me ha tocado vivir.









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