El Chorrillo, 17 de mayo de 2020
Me dices, che, que ya me ves liado con otro asunto nada más levantarme. Qué remedio. Ya te veo, me dirás que soy un peñazo pretensioso con esto de sacar punta a la cosa cotidiana con cualquier pretexto, total un maestro escuela, que decían en mi pueblo, que quizás lo único que tiene de malo es su afición a leer de vez en cuando algún libro. Además, luego te cuento, che, que ayer me dio por pasearme por las páginas de un filósofo, un tal Michel Onfray y encontré allí algo con que pasar la mañana escribiendo, y eso sin contar con el artículo compartido por el amigo Vinches que hablaba de la educación de los jóvenes y de las mascarillas como si estos necesitaran tener siempre un papaíto que les dijera si el condón se lo tienen que poner en la pilila o en la punta de la nariz y que me hizo a mí pensar que ya está bien de recurrir al tópico de que nuestras desgracias se las debemos a que otros nos hayan enseñado o no esto o lo otro. Y es que, che, pareciera que una vez alcanzada la edad adulta no tuviéramos otra que echar la culpa de nuestras deficiencias al vecino cuando seguramente a quien tendríamos que responsabilizar sería a nuestra gandulería que no se molestó en cribar lo que la educación previa le había echado encima. Que si la educación que tuve de niña era muy machista, que si los curas o las enseñanzas franquistas tienen la culpa de esto o lo otro. En fin, esas cosas.
¿Alguien ha visto una campaña dirigida a nuestros jóvenes?, escribía la autora del artículo al que me refería más arriba. Dejando aparte las maneras de la responsable del artículo, la progresía que habla con suficiencia de esa mayoría que tienen máster autodidacta en covid-19, pero que no oculta ella misma su máster en conocimiento de lo que piensa o no la totalidad de la población, sean estos jovencitos salidos del cascarón ayer mismo o nonagenarios, lo que realmente me llamaba la atención era su recurso a la necesidad de que
Ya sabes, che, me sucede que a veces me siento como un alumno de instituto al que un profe de filosofía progre le ha picado con el aguijón de la curiosidad hasta el punto de disponerle cada mañana a ocupar su ociosidad con lo primero que le viene a mano. Sí, ya sé, me dirás que a veces tomo el rábano por las hojas con tal de iniciar mis irresistibles ganas de parloteo. Por qué negarlo. También eso es cierto. Inevitablemente esto del encierro trae consigo ese tipo de enfermedad que uno no sabe si es verborrea o simple reflexión. Vamos al caso.
Se pregunta Onfray que, considerando al chimpancé y al hombre genial los extremos del estado de evolución por el que ha corrido la humanidad, por el lugar en que cada uno ocupamos en esa línea de la evolución entre la animalidad y la genialidad: ¿Dónde estamos, dónde está cada uno entre esos dos extremos? ¿Más próximos de la bestia o del individuo genial? Pero el autor no se conforma con invitar a cada uno que defina en sí mismo el lugar que ocupa en esa línea, también ejerce la pedagogía afirmando un par de páginas más adelante lo siguiente: “Cuanto mayor es en el hombre la adquisición intelectual, más recula en él el mono. Cuanto menos saber, conocimiento, cultura o memoria hay en un individuo, más lugar ocupa el animal, más domina, menos conoce la libertad en el hombre”. Agárrate, che, que vienen curvas, porque si aquí, hablando en castellano, este entrecomillado lo quisiéramos traducir al lenguaje de Cervantes en lo referente a la globalidad de la población, que escasamente lee, que porcentualmente prefiere ver programas de televisión basura, o población en la que un altísimo número de ciudadanos siguen la música del primer flautista que les sale al paso, la posibilidad de que las cercanías del barrio en donde habitan los chimpancés crezca hasta alcanzar una cantidad de concentración poblacional insospechada es alarmantemente grande.
¿De qué parte estamos cada uno más cerca, del chimpancé o del hombre extraordinario? Yo me enrollaba el otro día comentando algo de aquel artículo de la periodista progre en el sentido más tradicional. Decía que no todo lo podemos echar en el cesto de esos "alguien" que debieron educar a los jóvenes. El ser humano, como cualquier otro ser debería crecer también sobre la base de su capacidad de razonar y saber que tiene que crecer como persona. Hablaba de que la rebelión y el cambio no surgen, al menos no siempre, de la orientación que la sociedad da a sus jóvenes, sino que precisamente surge de su cuestionamiento. Si tratamos a los jóvenes como disminuidos mentales a los que
Creo que subestimamos la fuerza intrínseca que tienen los jóvenes para, como cualquier animal no caer en trampas y, por supuesto, progresar en el camino de su propia perfección. No podemos estar siempre delegando en una educación que no se ha recibido. De hecho, ¿no hay montones de jóvenes que son un ejemplo para la sociedad entera? Estamos estancados en la configuración de una campana de Gauss que recoge en su parte más abultada los sonidos de un badajo que los adormece y les impide estar a la altura de una exigencia de autoformación, educación que es imprescindible para que el ser humano sea cada vez más humano, más consciente de sí y de las finalidades de la sociedad en la que crece. ¿Cómo de una sociedad tal que la nuestra, asentada mayoritariamente en valores como el interés individual puede salir una mayoría responsable y solidaria? Probablemente la educación de la calle y de lo que nos rodea tenga mucho más peso que cualquier enseñanza reglada en lo que se refiere a nuestra formación. Vamos, el cuento de qué fue primero, la gallina o el huevo. Si la sociedad no puede educar al individuo porque la sociedad en su conjunto en ningún caso es ejemplo de civilidad y responsabilidad y el individuo se educa principalmente del ambiente, la televisión, la calle, los medios de comunicación, los amigos, ¿quién es el que realmente puede educar al individuo si no es él mismo, los libros y su capacidad de razonar?
Ortega y Gasset decía que el mundo no progresa al empuje del esfuerzo y los descubrimientos de sus mentes más privilegiadas, que esencialmente el progreso venía de la riqueza que el resto de la población podría aprovechar de los primeros, una población que por otra parte siempre irá al rebufo de las personas más capaces. Si esto es así, que parece que lo es, lo único que cabe es que el individuo, haciendo uso de su capacidad de discernir, razonar, cribar y en su capacidad también de perfeccionarse a sí mismo, se aplique a la lectura, al estudio y la reflexión sobre la realidad para, sacando sus propias conclusiones, ir empujando esa carreta que las mentes más preparadas van amueblando con pequeñas verdades salidas de la experiencia de muchos siglos, para forzar más y más, y engrandecer la distancia que nos separa del mono.
Estamos, che, como decía esta mañana un analista en Menéame, en la esfera de lo decidible, es decir en las precondiciones lógicas para construir una democracia sostenible que entre otras cosas nos aleje del chimpancé y haga del acto de pensar un correlato del bienestar personal y social.

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