miércoles, 20 de mayo de 2020

Dudo, luego existo.



El Chorrillo, 20 de mayo de 2020

 

Buenos días, Marichu. ¿Sabes? No me encuentro bien en este silencio que me he  autoimpuesto desde hace un par de días. Una tabarra, que decía mi madre (¿por qué será que palabras tan castizas desaparezcan del uso común? Mi madre que tan severa era obligándome a no decir palabras malsonantes, pero que soltaba cada dos por tres aquello de “esto tiene mala follá”, a aquello que no tenía arreglo lo que le sucedía era que tenía mala follá). Mi pugna por desaparecer de las redes o permanecer en ellas es algo que se repite día tras día sin que parezca remitir; una duda de baja intensidad, como dirían algunos. Día tras día porque la tentación de encender el teléfono molesta en cierto modo mi relación con mis intereses más cercanos. Ayer escribí un post y lo enterré sin más en mi blog. El buzón de los porquésse titulaba aquello. Hoy comencé otro pero, a la altura del segundo párrafo me atasqué, me atasqué ante el interrogante de continuar escribiendo o dejarlo y salir a la parcela a seguir arrancando las zarzas y las malas hierbas que asoman entre los setos. Pero desde la pantalla del ordenador los párrafos pedían árnica, querían vivir.

¿Me aíslo totalmente? ¿Hago de Robinsón Crusoe sin ni siquiera un Viernes por compañía? Un tío solateras pero que gusta de la amistad y del parloteo, de la cháchara y de los guapos platos de la conversación... Tío, te estás pasando, me susurra mi amiga. Y no tengo más remedio que reconsiderar mi decisión. Hice tantos amigos a través de ese dichoso facebook que me trae de cabeza… ¿Me encierro en mi cueva? ¿Guardo en un cajón lo que me sale del magín cada mañana? Encerrado a causa del bichito, pues bueno, pero ¿hacer todavía más profundo mi encierro, más prolongado el eco del silencio? ¿Me encierro en una eterna Fase 0?

Mira, había comenzado a escribir estos párrafos momentos después de recibir unas líneas de un amigo al que no conozco personalmente y que expresaba parecidas dudas a las que yo tengo. Me he encontrado muchas veces con otros con el mismo problema encima. Uno de ellos hace un año terminó por borrar su cuenta. Ahora ya hace un mes que veo a diario sus entradas. Amigos de todo el país y de más allá de los océanos con los que me une el mutuo interés por la montaña, los libros, el arte, los viajes o, lo que más aprecio, la conversación, el debate de las ideas, los asuntos sociales y políticos. Como verás me siento algo perseguido. Recuerdo en este instante aquella línea de Catherine Destivelle que plantaba en su libro Ascensiones con la rotundidad de un gran descubrimiento: “Sólo los imbéciles no cambian de opinión”. Bueno, ya es un paso.

¿Qué dices? ¿Que haga una selección entre los tropecientos amigos que se han ido acumulando en mi lista? ¿Que a lo mejor se puede conseguir hacer visible sólo el grupo con los que realmente tengas una relación? ¿Que es posible que pueda prescindir de los compartidores de cartelitos con letra arial del 52? La verdad es que haces dudar. Quizás tenga que hacerte caso. Quizás no debería privarme de la compañía y de las palabras de los amigos con los que realmente me une etcétera etcétera. Acaso las redes deberían ser como el súper en donde ir a elegir lo que te interesa. Lo malo es que entre los anuncios y el trabajo de sortear por aquí y por allá toda esa sabiduría que acumulan algunos lo mismo me vuelvo a dar de narices con la necesidad de huir.

Bueno, de hecho todo este rollo es algo que fui hilando esta madrugada mientras caminaba al borde del alba por los alrededores. Eso hasta cierto momento. Después ya no volví a distraerme con estas cosas. Estaba a mitad de camino con el sol todavía oculto cuando en el cielo quedó iluminada de fuego una gran nube lenticular. Fue uno de esos momentos que vibran al inicio del día como las notas de una canción venida del otro lado del mundo. Recordé enseguida la Canción de Solveig que tanto me gusta y que evocaba ese sol de medianoche que apenas se ha escondido sobre el horizonte de los países nórdicos para levantarse a la hora siguiente sobre el incendio de la línea de los bosques.

De todos modos la duda de si seguir escribiendo para el aire o para que otros también lo puedan leer, cosas como el advenimiento de la barbarie que acecha estos días desde el barrio de Salamanca de los señoritos, tiene alguna lógica. Dudar siempre fue un buen signo de salud, ya lo dijo René Descartes: “Dudo luego existo” ;-). Mi duda esta mañana estaba anexada a la conveniencia o no de continuar en la línea de seguir dando gritos en el aire del desierto o no, o simplemente si interrumpo la posibilidad de una conversación o no. Y lo que me digo ahora es que acaso la eventualidad de compartir un sentimiento, una pasión o la oportunidad de escribir unas palabras que traten de abrirse camino en el conocimiento de una realidad, sí tendría sentido, o por lo menos más sentido que si me las guardo en el cajón de mi mesa.

Y en el platillo opuesto, haciendo oscilar el fiel de la balanza: ¿qué sentido puede tener que pequeños grupos leamos pequeñas cosas cuando lo que se cuece últimamente en el batiburrillo de la pandemia es la desolación de un paisaje humano de tierra quemada? ¿Callar, mirar para otro lado entonces? ¿Contemplar admirados que los bárbaros y los señoritos bla bla bla…? Aunque en realidad no sean ni los bárbaros ni los señoritos la preocupación, siempre un puñado de locos serán capaces de acceder a las portadas de los periódicos, sino el incomprensible ascenso de los timoratos y los ignorantes a los que llevan a las urnas cogidos de las orejas. Sociedad Esfinter, la llama mi amigo Antonio en su post de hoy. Merece la pena incluir la cita completa: "Empieza a abundar una sociedad de políticos, periodistas, intelectuales, seudo científicos, gurús, ingentes aplaudidores, y percusionistas al cajón... es la sociedad Esfínter, no se les conoce otro esfuerzo que el de los movimientos Peristalticos…".

Situaciones en las que a uno le dan ganas de irse a vivir a Portugal porque viendo en el país vecino la racionalidad que aquí falta es casi inevitable rasgarse las vestiduras y dar todo por perdido. Eso o encerrarse a cal y canto en lugar de seguir el rastro de la prensa diaria que tan afanosamente se dedica a cazar gamusinos y dedicarse a vivir otra vida al margen de este país asediado por los necios.

Dudo, luego existo. Quizás debería ir pensándome eso de irme a vivir a Portugal. A fin de cuentas hoy los amigos los tenemos relativamente cerca… jaja, sí mediante FB. Traga, tío, si es que quieres seguir vivo. Ergo, si estoy en FB existo, si no, soy un deportado en la estepa siberiana.  

Amiga Marichu, va peñazo, ¿no?


Había dejado un momento estas líneas para darme una vuelta por meneame.net y allí me topé con un encuentro entrañable entre un burrito y su dueño tras el encierro del estado de alarma. Lo dejo aquí como motivo alivio y válvula de escape a eso que me sucede cada vez que me acerco, aunque sólo sea en el pensamiento, a las miserias de la extrema derecha. 












4 comentarios:

  1. Querido Amigo, no se si equivocado o no, para mi no dudar es como...como que te limiten el espacio a dos baldosas, vale que encima se puede bailar un "Chotis" ¿y después? cuando se acaba la música...
    Sin la duda no tenemos la oportunidad de soñar y cambiar de sueño
    Desgraciado el que muera sin soñar...decía Rosalia de Castro
    La duda es al Café Turco, el reposo que necesita para no escupir los posos de la premura.

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  2. No obstante hay que seguir diciéndolo, como tantas cosas, porque si no seguirá habiendo quien no se entere que la duda forma una rica parte del tegumento del baile que nos traemos desde que nos trajeron al mundo.

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  3. No son pocos los ejemplos que tenemos, la ficción de la escritura, nos dio un Hamlet cuesíionandose "ser ó ser".
    Para que la verdad tenga una oportunidad, hay que dudar.

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  4. ¿Sabes? Pareciera que a veces las palabras cayeran por casualidad en el tablero de la partida de ajedrez que estamos jugando, por casualidad, pero que después de ocupar alguna casilla, comprendieran una verdad que no estaba del todo desvelada. Es el caso de la duda, que la usas, la argumentas porque el hilo de la escritura te lo va pidiendo, y luego en el proceso del desarrollo, o de los comentarios, como en este caso, la palabra, el concepto va adquiriendo una nueva dimensión. En este caso casi con la apariencia de la revelación. El yo no sé nada socrático que te pone de continuo ante la texitura (será con x o con s, porque la memoria también es débil y te obliga a comprobarlo), ante la texitura (sí, ya, con x) de volverte a cuestionar lo que ya anteriormente ha pasado a ser axioma. Se necesitan los ojos incontaminados de los indígenas de Montaigne para poder volver al interrogante primero.
    La diarrea escritoril de la que me vengo aquejando desde hace tiempo creo que tiene su base tanto en la duda como en el interrogante que se hace Hamblet con la calavera en alto.

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