El Chorrillo, 20 de mayo de 2020
Estimado amigo:
Contesto a tus líneas, Daniel. De escribir y leer tengo los ojos como tomates esta tarde, pero atiendo a la llamada de tus argumentos. Yo iba a dejar para esta noche su lectura pero me siento tan atraído por la idea de conversar contigo que aquí estoy de nuevo frente a una pantalla oscura que intenta aliviar mis ojos sin conseguirlo, intentando aclararme más que aclararte; algo, por otra parte que en tantas ocasiones me resulta arduo. Junto a tu mensaje en Messenger esta mañana había otro de un amigo también de la montaña; en él me decía muy cariñosamente que me enrollo como el rabo de los higos y muchas veces no sabe lo que realmente quiero decir. Unas primeras líneas para no engañarnos sobre mis pretensiones. Digo muchas veces que escribo para aclararme (otros, como Bataille, decían escribir para no volverse locos), pero en realidad lo hago porque me sale; en muy pocas ocasiones escribo algo que “no me salga”. En cierto momento me ofrecieron escribir una guía y me negué rotundamente.
Sólo pretendo ponerte en antecedentes. Me sucede, como fue el otro día en que me tropecé con las primeras líneas en tu muro de tu post en FB, que lo que leo me estimula; se produce una especie de chispazo y de inmediato necesito agarrar el teléfono o el ordenador para dar salida a algo que, siendo impreciso en el momento de escribir, se va hinchando e hinchando hasta construir un castillo de naipes frente al que yo, sentado como si ello fuera el Mogote de los Suicidas contemplado al atardecer, recreo las palabras y los conceptos sin que haya un límite muy preciso entre la prosa y la poesía. Recordarás que subtitulé mi post Prosa y poesía. Mis frases, al contrario de lo que expresas tú, pueden ser complejas, a veces cuanto más complejas mejor. Es mi placer, aunque sepa que esto me aleja, así como la extensión, de quien pueda entrar en el blog a leerme. Esto explica también el desorden, a veces real, a veces aparente porque el hilo conductor, no siendo argumental sino evocativo, de experiencias, de afectos o de amores, estando en mi cabeza, aunque no llegando en su totalidad al papel, sigue un decurso en que efectivamente el lector puede no encontrar un nexo. Ayer leía de un crítico que soliviantaba al críptico poeta René Chair cuando pedía a éste que le explicara alguno de sus poemas (yo he leído su poesía completa y me he quedado a la luna de Valencia con las tres cuartas partes. Pese a lo cual le sigo leyendo con mucho gusto).
El no escribir de encargo tiene estas ventajas. No obstante te leo y creo que sabes perfectamente de qué hablo cuando dices que te pierdes “en ellas, en su belleza, en sus curvas y sus espirales, sin llegar a veces a su significado”. “El conocimiento mata”, escribía Cioran. Cuando dices perderte concretamente en su belleza, estás diciendo algo que toca una de las fibras más sensibles de cualquiera que guste de la escritura; quizás porque la búsqueda de la belleza constituya la esencia de nuestras búsquedas más queridas. La belleza de un vivac bajo las estrellas, la belleza de un largo de cuerda sobre la pared de
Los porqués, las razones, los argumentos circunstanciados son otra cosa, ellos sirven para la prosa de la vida, para redactar el BOE y para mil cosas útiles más, pero no dejan de ser parte de la calderilla de la realidad. El que yo sea amante, pero no amado porque las piedras no pueden amar, o que la montaña etcétera, forma parte de lo que queremos agarrar con los dedos de la mano y se nos escapa. El pasado otoño hice solo el Anillo de Picos de Europa; quise hacer una variante desde el Jou de los Cabrones por un paraje más solitario alcanzando la horcada de Caín y descendiendo por Dobresengos. ¿Qué buscaba con aquel fantástico y lunar rodeo? La belleza de la soledad, sentir el eco de mis pasos, vivir una fantástica noche de regocijo interno. Buscaba la belleza. No podía hablar con la montaña ni decirle amor mío, pero ¿qué palabras usar para nombrar los sentimientos que embargan a un hombre en determinadas circunstancias? Hace unas semanas leí el libro de Fernando Garrido sobre su estancia de dos meses en
Nos estamos moviendo en un campo de una ambigüedad enorme, enorme, pero real como nada en el mundo pueda haber. Queremos agarrar las cosas, pobres seres racionales, como si nos estuviéramos comiendo un trozo de queso. Son cosas del alma, inconsútiles, que el que quiera las puede querer definir, pero el esfuerzo será siempre asunto falaz de resultado imposible. Queremos trasladar nuestra línea de razonamiento a toda la realidad y, como es de esperar, las razones pueden romperse la crisma contra la inaprensible. En ocasiones es como desear estrechar el aire con los brazos. De ahí que usar de las curvas y las espirales, como dices tú, sea acaso, creo, el camino más posible para acercarse a ciertas realidades.
Me temo que si realmente lo que queremos es acercarnos a las cosas importantes, y las cosas importantes, aparte de la salud son cosas del alma, sensaciones, emoción, amor. Pienso que poner en nuestro itinerario los adoquines de las razones no es el mejor camino.
Comprenderás que siguiendo la línea de estas argumentaciones, cuando te leo que sí puedes hacer poesía sobre el amor a determinado lugar, sobre lo que de él hay en la construcción de lo que eres, y afirmas que expresando esto conviertes a ese lugar en un paisaje tuyo, no puedo hacer otra cosa que estar de acuerdo; tuyo, parte de tu alma y tu vida; tantos para los que
Necesito hacerte una pregunta que creo que puede desbaratar el uso corriente que hacemos de los vocablos, una pregunta que sólo pueden responder los que han vivido experiencias en la montaña durante muchos años. Dices que para la montaña no somos nadie. Yo te pregunto: ¿No sentiste nunca que la montaña cuidaba de ti? ¿Que la montaña te había dado la oportunidad de seguir viviendo un día que caíste y que los tacos del diedro de
¡Hombre!, en pura prosa nadie puede afirmar que la montaña le ama, faltaría más, pero contesta a los interrogantes del párrafo anterior y acaso sí puedas entrever la sostenibilidad de eso que llamamos la reciprocidad del amor con la montaña.
Las creencias animistas, que atribuye a todos los seres objetos y fenómenos de la naturaleza un alma o principio vital, son propias de culturas primitivas, pero es cierto que, de la misma manera que nosotros a partir de un hecho esencial de la función reproductora de la especie, hemos extraído y desarrollado el fantástico mundo del erotismo, igualmente la extrapolación de ese animismo a los días de hoy nos puede brindar la oportunidad de visualizar una relación recíproca con
Cosas sueltas de tu escrito. Entiendes la metáfora del jardín que muestra alegría por el cuidado del jardinero, pero no lo reconoces en lo salvaje. Sin embargo
Más. Entreveo que hay una afirmación en tus líneas que, creo, se basa en mi decidido empeño por pasar por alto las regulaciones que me puedan separa de “mi amada”, esa en la que dices no aprobar “la afirmación de que como yo llevo toda la vida viniendo a este lugar, y lo amo, tengo más derecho sobre él que “los otros”. Maldita la inclusión del “yo más que tú” y sus sucedáneos, que nos han metido en la cabeza como referentes y de los cuales es tan difícil escapar; maldita la idea de los derechos, maldito utilitarismo y sentido de los dividendos. No hay derechos en el amor, ese es un metro para los que viven otra vida, otro mundo. Yo no tengo derechos ni sobre personas ni sobre la naturaleza, nada me pertenece, soy como los carboneros que vienen al comedero frente a mi ventana, yo soy su vecino y ellos son mis vecinos, yo te amo, no me perteneces; no me interesan los derechos, me interesa mi amor, mi gozo, la reciprocidad que yo siento con el bosque cuando camino entre la niebla o la lluvia; y que si todo el mundo no lo siente allá ellos, pero que a mí me alimenta.
Y finalmente las palabras con las que termina tu escrito: “Sólo serán innecesarias esas normas el día en que todos tengamos el conocimiento, la cultura y el amor necesarios”. Amigo Daniel, cumplo setenta y dos años dentro de un mes; si yo tuviera que esperar a que eso se cumpla creo que tendría que echarle paciencia hasta el Juicio Final. Y no caerá la breva, porque antes vendrán los mercaderes de la aventura y un mundo ineducado e irresponsable que jamás sabrá respetar debidamente el silencio de nuestras montañas, que con toda seguridad nos traerá también vándalos por parte de
Me llaman a cenar; tengo que dejar esto aquí. Gracias, Daniel, por tus líneas; ha sido un placer. Un abrazo… ah, y queda pendiente esa cerveza.

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