sábado, 16 de mayo de 2020

14. De la vida simple



El Chorrillo, 16 de mayo de 2020


Un tiempo hubo en que aspiré a vivir una larga temporada en un bosque en compañía tan sólo de las lluvias y los vientos que agitan las ramas de los árboles. Muchas veces me imaginé en el interior de una construcción de madera con dos ventanas en cuyo interior sólo había utensilios elementales, un camastro, un hacha para hacer leña y un abundante puñado de libros. Fue un sueño recurrente durante algún tiempo. Más tarde, después de que compráramos un terreno al que el adjetivo que mejor cuadraba era el de erial, aquello se fue poblando de árboles, de arbustos, de flores. Trabajamos duro toda la familia para convertir aquel páramo desértico en un lugar rodeado de vegetación. El tiempo, las lluvias y la naturaleza fueron alimentando posteriormente nuevas criaturas que nacían de las semillas que traían en el pico los pájaros, que venían como vilanos de otros árboles o que surgían como  renuevos de las raíces de árboles próximos y terminaban dando en primavera nuevas plantas y nuevos árboles; así hasta convertir el primitivo erial en un tupido bosque donde ahora viven multitud de pájaros, alguna culebra, erizos y también peces cuando hubo tiempo para construir un pequeño estanque.

En realidad ya no necesitaba un lejano bosque, el bosque que yo buscaba fue creciendo a mi alrededor con la ayuda de nuestro trabajo y dedicación. En algún momento creí que aquella primera aspiración de vivir en los bosques, que me había perseguido de joven, se había disuelto en el correr de los años, pero no fue así, terminó resucitando. Cuando estuve a las puertas de la jubilación aquella idea volvió a hacerme cosquillas. Nuestro bosque seguía multiplicándose entonces a nuestro alrededor y llegó un momento en que, efectivamente, sentí el impulso de construir una choza al fondo de la parcela, un lugar apartado rodeado de álamos y olmos. Mientras aquella idea daba vueltas en mi cabeza escribí un libro de crónicas que titulé Cartas desde mi choza. Por entonces me refugiaba en una vieja furgoneta que habíamos vaciado por dentro y que el tiempo y la naturaleza habían cubierto completamente de hiedra y allí, mientras escribía día a día mis crónicas,  me imaginé vivir en mi particular Walden. Pero todo fue una aproximación. Mi chica me miraba reticente cuando hablaba de estas cosas; decir que desaparecer por un largo periodo de tiempo, aunque fuera dentro de nuestra parcela y quedar aislado allá abajo sometido al aislamiento, ponía en su rostro un rastro de tristeza y pesar que me llegaba al alma.

Llegué a entender con el tiempo que la vida no da para tanto, que en ella hay ciertas incompatibilidades que no conviene forzar so pena de convertirte en un ególatra donde la realidad de uno es la única realidad posible. Cuando he leído la historia de algún gran alpinista que se ha dedicado por entero a sus montañas, siempre me he encontrado entre las páginas con ese amargo regusto que te viene a la boca cuando no has tenido una buena digestión. La vida de Jerzy Kukuczka o de Kurtyka, esos dos maravillosos alpinistas polacos, por ejemplo, me produce esa sensación. Son muchos los que han hecho una vida similar. Creo que habría que haberse quedado soltero y sin compromisos para ejercer de ermitaño o de alpinista de élite, eso o haber encontrado una pareja para tu vida como la encontraron Casarotto en Goretta y Nives Meroi en Romano Benet. Entonces son dos en la misma cuerda.

De todos modos ahí queda esa idea que se adormece acurrucada dentro de mí como un sueño ya para otra vida pero que despierta de tanto en tanto en medio de una ensoñación como hoy avalada por las páginas de un libro que leo recientemente, La vida simple, de Sylvain Tesón. Sylvain, un hombre en el recorrido medio de su vida. Un día, escribe, uno se cansa de hablar del decrecimiento y del amor a la naturaleza y, dominado por el deseo de poner en sintonía los actos y las ideas, deja la ciudad y decide que es hora de correr sobre los discursos el telón de los bosques. Y entonces este hombre hace acopio de libros, redacta una larga lista de recursos y comida que puede necesitar para vivir en total aislamiento durante medio año y en pleno invierno se va a vivir a la orilla norte del lago Baikal en una cabaña que mide tres por tres metros. Una estufa, leña, libros, comida para seis meses y algunas botellas de vodka. La temperatura el día que llega a su cabaña es de treinta grados bajo cero. Ese es el escenario del libro que he comenzado a leer.

“No instalarse, oscilar siempre de una a otra extremidad del espectro de las sensaciones”, “Quería poner fin a una vieja contienda mía con el tiempo”. “Es asombroso cómo en la soledad el hombre acapara la atención del hombre”. “Equilibrar el placer y el peligro”. Cita a Stendhal: “El arte de la civilización consiste en aliar los placeres más delicados a la presencia constante del peligro”. Mis subrayados no encuentran descanso mientras transcurren los primeros días junto al lago y me voy acomodando al lugar y a las circunstancias del ermitaño. Estoy en mi salsa, son las dos de la madrugada y mis ojos están tremendamente cansados, no puedo continuar la lectura. Opto por echar una rápida partida de ajedrez, pero aquello se prolonga, yo me he quedado con la dama, una torre, un peón y el rey y las blancas disponen de otra torre, un alfil y un caballo; el juego, entre la ofensiva y la retaguardia se hace lento hasta que, finalmente, pasadas las cuatro de la mañana no cabe otra cosa que las tablas.

Victoria y yo nos hemos regalado unos prismáticos que llegaron hace un par de días por mensajería y ahora los tengo permanentemente sobre mi mesa de trabajo. Cada vez que veo saltar la sombra de un pájaro mientras escribo, detengo la escritura y tomo los prismáticos. Sylvain considera que vivir en un lugar y no conocer el nombre de los vecinos, las criaturas que ocupan el mismo espacio que él es un hecho imperdonable, por eso en su biblioteca no falta una guía de aves y de animales salvajes. Nosotros también nos hemos propuesto conocer a los vecinos de la parcela en que vivimos por su nombre y por su canto. De ahí a partir de ahora los prismáticos sobre mi mesa.

Cita Sylvain a Bachelar, que imagina que la idea de frotar dos palitos para encender la estopa le inspiraron las fricciones del amor. De manera parecida me surgían a mí del roce de esos dos mundos, del roce de mi propia vida con una vida solitaria en un invierno de Siberia, la inspiración de una vida simple en donde un hacha, una estufa y un cuchillo podían ser los únicos instrumentos necesarios para continuar viviendo. Aunque quizás habría que añadir otro elemento imprescindible, al que también apunta Sylvain: "Cuando uno desconfía de la pobreza de su vida interior, hay que llevar buenos libros: con ellos siempre se podrá llenar el vacío."

Cuando a la mañana siguiente les mando a unos amigos la referencia del libro y les comento que a mí casi me entran ganas de que este confinamiento se prolongue durante muchos meses porque se me llena las ganas de lecturas que siempre he deseado leer, Antonio me dice que algo parecido le está ocurriendo a él, que ha dejado de echar de menos salir, y que la lectura es lo único que impide que el reloj exista. Mientras, Paco, ya ha echado un vistazo al libro y espera la llegada del mensajero que se lo lleve.

Hoy desde muy temprano mis disposiciones se me llenan de cabaña de bosque, y de carambola también de la compañía de los libros. Y no es raro, hoy mi teléfono está especialmente receptivo a estos mensajes. Así me llega uno que habla de libros igualmente, es de Ramón desde Barcelona, mi querido amigo caballero andante con el que tiempo atrás recorrí media España, yo a modo de escudero siguiendo los pasos de su Rocinante, él, un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín no tan flaco y galgo corredor, y que ahora desde el confinamiento ha encontrado en los libros también su remanso.  Pero, ah, admirado me quedo, porque lo que me dice es que se ha leído enterito un librito mío de ochocientas páginas que contaba mis propias andanzas de años atrás por las tierras de España. Una vuelta a España a pie, es su título. Y mira que me extraña, porque leerse hoy día un tocho extenso como Guerra y paz ya es algo que debe de haber pasado a mejor vida.




Por cierto, Marichu, a ti qué te parecería si, así como quien no quiere la cosa, yo hiciera aquí un poco de propaganda de mi libro. ¿Tú crees que sería meter con calzador decir que es un libro digno de leer, recomendable, etcétera, un libro excelente en la línea de lo mejores viajeros como Bruce Chatwin, Paul Theroux o Rousseau en sus Ensoñaciones de un caminante solitario…? Para, para tío, me dices… ¿que me estoy pasando? ¡Vaya risa de cachondeo que te ha entrado! Bueno, lo dejo, lo dejo, no hace falta que te sigas riendo a mi costa. Ramón me habla también de Sapiens, que está leyendo en este momento y que le está costando un poco. Así que me dedico a animarle, le cuento que lo recomendó un día Fernando Ruiz, el amigo fotógrafo del Navi, en su muro y me propongo releerlo ahora que estamos en dique seco y hay tiempo para todo.

Me temo que, como decía Antonio, estamos todos desde este encierro, o semi según las zonas del país, bajo el signo del qué pasará, de en qué va a consistir nuestra vida a partir de ahora. Esta noche mi sueño apuntaba a lo mismo. Venía andando por una carretera que entraba en un pueblo y había un paso a nivel de tren cerrado. Estaba solo, esperaba, pero cuando me di cuenta aquello empezó a llenarse de gente. Bueno, nos apretamos ante la barrera hasta que alguien desde dentro de otro sueño, o mi inconsciente me alertó, hostia, pero si estamos en pandemia. Me tapé de inmediato boca y nariz con la mano temiendo que algún bichito estuviera tratando de meterse en mi organismo. Todos apretados como en el metro en hora punta y allí nadie llevaba mascarilla; un señor de al lado me había empezado a dar conversación… Ya me imaginaba al bichito corriendo por todo mi cuerpo como si me hubiera rebozado en un enorme hormiguero. Me abrí paso a codazos entre la gente que esperaba que se abriera la barrera y hasta que no estuve lejos de allí no respiré tranquilo. Uf. Creo que en el sueño me entraron unas ganas infinitas de volver a ese mi maravilloso encierro donde el aire no tiene bichitos y nosotros vivimos como en un paraíso fabricado a la medida de nuestros deseos, más ahora que hemos descubierto que Carrefour puede llenarnos la nevera y la despensa con sólo garabatear el pedido sobre el teléfono.

De la vida simple querían hablar estas líneas hoy. Pues sí, hacia la vida simple nos está llevando sin quererlo el bichito de marras. Bienvenido sea en lo que nos está haciendo reflexionar sobre la validez o no de nuestras locas expectativas. Volver a nosotros, a nosotros, al silencio de nuestros pensamientos para encontrar en su regazo un poquito de Luz.

Hasta luego, Marichu, me voy a limpiar el cuarto de baño.


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