En España hay dos tipos de personas, las que respetan a Fernando Simón y los que son basura (De un tuit con el que tropecé ayer tarde).
El Chorrillo, 12 de mayo de 2020
Está mañana mientras bailaba nada más levantarme al ritmo de un tema que repetía eso de tu cuerpo es mi lugar favorito/ Y tu boca mi comida favorita/ Porque tú eres lo que yo necesito,/ porque yo soy lo que tú necesitas, me sonreía recordando los bodrios que andan por ahí sueltos. Me había levantando pensando en la flema que le echan algunos necios, cuando sin saber ya cómo arremeter contra el sentido común se mofaban días atrás de Fernando Simón y, al oír esta canción, intentaba imaginar cómo les podía ir a esta gentecilla en la vida, con su pareja, con sus hijos, cómo sería en ellos las cosas más sencillas de la cotidianidad. Si al tal Camilo, el autor de la canción, le sale de las mientes una letra así imagino que algo habrá de verdad en ello. Lo ensayo de nuevo: tu cuerpo es mi lugar favorito… y me suena de perlas, y entonces pienso en esas bocas llenas de sapos y de mierda que da el país, bastantes, y no me imagino un lugar favorito para ellos que no sea la taza del retrete; siempre cagando a todas horas a través de las portadas de los periódicos… pobre gente.
Ya, ya te oigo, que entiendo que digas que no se pueda tachar así sui generis a tanta gente de ignorantes. Que ya lo sé, pero qué le vamos a hacer si todos los que se recrean viendo esos programas no demuestran otra cosa, ¿eh? Tú imagina a toda esa recua que escucha al tal Inda y lo aplaude, por ejemplo, o al tal Pablo Motos que intenta ridiculizar a Fernando Simón, y que además tienen millares de espectadores que ríen, gilipollas ellos; imagínalos y comprenderás por qué los chimpancés pueden estar en un estado de evolución mucho más avanzado que ellos. ¡Cómo quieres que no me ponga así, coño! Si en este país un grueso volumen de la población está zumbá, por qué no decirlo. Que bueno, allá tú, me dices. Pues claro. Quizás yo debería estar aquí hablando contigo de montañas que es algo que nos gusta a los dos pero es que abro el periódico y me subo por las paredes; si es que la cantidad de ayusos que tenemos es tan formidable que a punto estamos de que en Europa tomen a estos habitantes del sur como desdichados infantes que todavía no hemos tenido tiempo de crecer.
Punto. Ya sabes de mi afición a coleccionar estampitas. Cada vez que encuentro una la cojo y con un chincheta la clavo sobre el encalado de mi cabaña. Hace días le tocó a Julio Anguita, otro coloqué en lugar preferente a Yolanda Díaz, hoy le toca a Fernando Simón. Mira, amigo, si en la vida no tuviéramos gente, una poquita gente, en la que descubriéramos un valor excepcional, una honradez, la delicada sencillez que tanto gustamos algunos, sería terrible. Yo a este señor no lo conozco de nada, pero le miro, su porte, su forma de vestir, el hablar tranquilo que tienen aquellos que saben que pueden equivocarse pero que tienen tras de sí un fenomenal currículum como personas y como profesionales, y me gusta tanto que desearía vivir en un mundo donde todo estuviera fabricado de esa parecida manera. ¿Qué tendrán las personas algo excepcionales para que los necios, estas lúgubres cabecitas quieran reducirlas a la vulgaridad de la condición que ellos detentan?
¿No te he hablado alguna vez de mi afición de niño a leer libros de vidas ejemplares, las biografías de hombres notables de la ciencia, la historia o la religión? Fue una afición que comenzó siendo alumno de los Salesianos. Allí, como en mi clase yo tenía fama de empollón, esa clase de niños repelentes primeros de la clase a quien los otros niños siempre miran con un poco de recelo, en algunas horas lectivas mi profe, don Vicente, un hombre grueso de mirada bondadosa que vestía rigurosamente durante todo el año un insustituible guardapolvos gris y que lanzaba tizas a los alumnos más díscolos cuando alguno se atrevía a no estar atento en las explicaciones que estaba dando en la pizarra, me encargaba ordenar libros y llevar nota de los prestados y devueltos en el local adyacente de la biblioteca. Así que algunas veces, mientras que mis compañeros seguían la lección yo me daba un empacho de libros. Allí fue donde me convertí a la vocación de voraz lector y, entre todo lo que leía, generalmente libros de aventuras y religiosos, estaban esas vidas ejemplares que, como los libros de aventura, alimentaron mi niñez, ese humus de que te hablaba ayer en donde nuestras raíces van bebiendo la savia que el cuerpo necesita para hacerse persona. Yo no sé qué libros leen los niños últimamente, pero cuando veo, por ejemplo, que mi nieta devora año tras año volúmenes de Harry Potter o cosas así, siempre me produce un ligero malestar, porque pienso que las vitaminas, los nutrientes que necesita el ser humano para crecer deben ser mucho más variados. No le proporciones sólo nitrógeno a las plantas porque le saldrán muchas muchas hojas, pero no veras ni flores ni frutos. Lo mismo a los sapiens. Yo creo que tuve suerte con todo aquel batiburrillo de lecturas. Todavía me recuerdo en el patio del colegio leyendo cosas tan estrambóticas para mi edad como Hambre, de Hamsun, junto a la vida de Domingo Sabio o Julio Verne, o la biografía de Lincoln. Menudo chute me proporcionaba aquella diversidad, y ello junto con la comunión y la misa diaria y mis delirios de devoción frente al altar de María. Todo aquello metido en la cabeza de un niño de diez u once años era un material explosivo que no me extraña posteriormente derivara en la tardía adolescencia en leer cosas tan dispares como Dios y el Estado, de Bakunin o
Bueno, pero que estaba con las biografías a raíz de Fernando Simón. Ya sabes que mucho en la vida es volver a la infancia. Así me pasa a mí estos días cuando me veo coleccionando estampitas de señores de la actualidad. Si leer en la infancia la vida de los santos inducía al niño a llevar una vida ejemplar, recalar de adulto en la vida de las personas que admiras no te lleva a lugar muy diferente a aquel al que te dirigías en la infancia; siempre es un ejercicio que tira de ti y que acaso busca desarrollar en tu mecanismos internos esas facetas de humanismo que observas en las otras personas. Si eso que yo te he citado alguna vez de Celine de que en el fondo de todo hombre hay siempre algo bueno, fuera cierto, aunque mi amigo de Hoyos mantenga que en el fondo de determinados hombres sólo hay un hijo de puta, leer sobra la vida de estos hombres notables y buenos lo que hace es buscar, que decía otro amigo, por los rincones de tu despensa interior esos trozos de bondad, buscar y despertarlos. Encontrar la bondad y la solidaridad en la despensa allí ovillada como si fuera un trozo de tocino olvidado tras un cesto de patatas . ¿Qué cosas verdad? Pues sí, yo creo que algo así debe de suceder entre lo que vemos o leemos y nuestro interior.
Relata el aventurero Marco Pascual, en el Huffington Post de hace días, su encuentro con el doctor Simón en algún remoto lugar de Burundi en diciembre del año 1991. Sus largas jornadas de médico, la construcción de cientos de letrinas, la recuperación de decenas de fuentes de agua, las campañas de vacunación, las jornadas interminables, cuenta de un parto que atendió, una cesárea que cuando el vientre de la mujer estaba abierto el generador dejó de funcionar, lo habían robado. La búsqueda de una vela, la actitud de Simón por mantener la calma, el útero que salía del cuerpo de la mujer como consecuencia de los esfuerzos, la habilidad y la sangre fría del médico para dejar todo en su sitio y salvar a la criatura. La construcción de una granja para los enfermos.
Pinceladas para un cuadro rápido el artículo, pero que pone a uno sobre la pista de qué tipo de persona estamos hablando. Así termina su artículo el periodista aventurero: “Me reafirmo. He encontrado muy buena gente en mis viajes, pero gente que sea muy buena y que entregue su vida tan intensamente para ayudar a los demás, no he conocido a nadie más. Es incontable la cantidad de vidas que ha salvado”.

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