lunes, 14 de mayo de 2018

Kafka se da una vuelta por Lanzarote

Chupamieles frente a mi casa enfrentados al oleaje de las cebadas



El Chorrillo, 14 de mayo de 2018


Leo a Saramago en Cuaderno de Lanzarote y esta mañana me da pena este hombre, un diario en el que se da constancia de su hacer diario, entrevistas, conferencias, mesas redondas, siempre de aquí para allá. Me pregunto ¿tendrá este hombre tiempo en algún momento para estar solo, con Pilar, su mujer o con ese caniche que han adoptado?, esas largas temporadas de reflexión, de encuentro con uno mismo en donde las aguas vuelven a su cauce y uno encuentra el reposo de su mismidad junto a la brisa que roza las ramas de los árboles del jardín próximo?

Un ejemplo de su diario:

“23 de octubre
Mañana nos vamos a Alemania: presentación y lecturas del Evangelio en Colonia y Frankfurt. Después Amsterdam, entrevistas, después Amberes, atribución y entrega del Premio Stendhal, después Münster, estreno de la ópera, después Lisboa, operación, Premio Vida Literaria, curso en el Centro Nacional de Cultura, lanzamiento del libro de José Fernandes Fafe, después Roma, Premio Unión Latina. Sólo volveremos a Lanzarote el dia 20 de noviembre. Mientras tanto queda todo a la espera: la conferencia para Sevilla, la novela aún en sus principios, la correspondencia que se va acumulando...”.

Para volverse loco. La vida de algunos personajes públicos me parece demencial. Sin embargo no por ello mi admiración por él sufre un rasguño. Es un personaje que puede ser un referente si desgajamos de su vida esa locura de las editoriales y los compromisos de aquí y de allá. Aprecio especialmente su coherencia y el trabajo social y político que hace desde su privilegiada posición de escritor. Saramago es un ejemplo como otro de tantos que uno puede encontrar. Saramago escribe un diario y yo hace días que recomencé uno propio después de casi una década de quemar todos los papeles que podían merecer ese nombre. Leer un diario de uno que no seas tú mismo ayuda a mirarte a ti mismo a través de la imagen de los demás.

El espejo en que nos vemos en los otros, por semejanza o más bien por contraste, es un buen elemento para poder observarnos a nosotros mismos. Si no tuviéramos a los otros en donde vemos una vida de lástima o un ejemplo a tener en cuenta, sin referencias como un pintor que necesita de los elementos de la perspectiva para obtener una visión de profundidad en el cuadro que está pintando, quizás sería más difícil ordenar nuestra existencia de acuerdo con una armonía que necesita de la buena conjunción de todos sus elementos para resultar grata al entendimiento. Encontrar en los otros, algún otro quiero decir, estos ejemplos de luz y entendimiento es esencial para ayudarnos a desbrozar la realidad de las malas hierbas y la maleza que aturulla la vida y hace que ésta pierda liviandad y claridad, de ahí uno de los inestimable bienes que indirectamente se nos cuela por el corazón cuando leemos un buen libro o vemos una excelente película. No es que ello sea el cometido de la lectura, Dios no libre de ser excesivamente prácticos, sino que cuando la obra de arte no es artera y trata de explorar la realidad o la humanidad de sus personajes y las relaciones entre sí, con la profundidad y el uso sofisticado y preclaro de un oficio excepcional, es de cajón que de ello se derivará un trabajo que, amén de producir un placer estético nos va a enseñar grandes cosas sobre el ser humano. Cójase una de las principales obras de Shakespeare y observemos junto al exultante placer del texto cómo vamos aprendiendo desde el mismo principio de la obra sobre los celos, el poder, el egoísmo, el amor, la perfidia de los hombres; o tomemos el volumen de don Quijote y Sancho para descubrir cuánta música duerme en un soñoliento personaje dedicado a la única función de leer libros de caballería. ¿Quién hubiera dicho de un hombre encerrado en su cuarto a cal y canto que pudiera albergar en sí tan locos y disparatados propósitos, tal amor viéndole por la mirilla absorbido día y noche en un libro?

Saramago me confunde, a veces me le imagino como a un don Quijote abriéndose paso entre el plumón de unos almohadones dando mandobles a diestros y siniestro mientras trata de salir vivo de ese primer capítulo de Ensayo sobre la ceguera en que se ha metido; sus personajes sin nombre, la blancura de la nada cerniéndose sobre ellos, tratando de imaginar al final del último párrafo cuál será la siguiente encrucijada por la que llevar a hombres y mujeres convertidos en fantasmas. Y encontrar un callejón expedito por donde continuar hasta la siguiente fase del sueño, como un Kafka encerrado a cal y canto entre la puertas de la noche fabulando y, descubriendo a la vez en lo pliegues del relato que se va abriendo, esos sueños de la razón que sólo abren sus puertas a la breve genialidad de un momento.

Y como en Kafka querríamos salir del sueño ya mismo, olvidarnos de esa maleta que ha quedado abandonada en algún lugar del barco, no querer saber más de ese castillo de los mil pasillos que nos atrapa persistentemente y en donde toda nuestra voluntad se concentra en encontrar la salida. La expresión de nuestros más recónditos temores, nuestras profundas obsesiones libradas a su propia suerte, para Saramago en la blancura indiscernible, para Kafka en un inextricable laberinto en donde ningún hilo de Ariadna podrá facilitar nunca la salida, sigue siendo la imagen de un subsconciente escurridizo que cada uno intentamos rescatar.

Y Saramago me confunde pese a todo porque alguien que escribe libros como Ensayo sobre la ceguera o aquel otro de Ensayo sobre la lucidez no me cabe que pase los días de acá para allá del mundo dando pabilo a los asuntos del mundo o a los ires y venires de sus libros ya publicados. Y me confunde más porque siendo un ejemplo de humanidad en este estúpido mundo que estamos creando en cuyo cuerpo (el de él) uno podría sentirse bien aunque sólo fuera por la coherencia con la que vive en relación a sus escritos, le veo vivir tan disperso entre personajes, correspondencia, lectores, editores y toda la ralea que rodea a alguien famoso, que a la vez que le admiro quisiera conjugar esas realidades de sus libros y su vida personal y no lo logro. A Kafka, sin embargo sí puedo imaginármelo, un hombre tímido, introspectivo, encerrado en la noche en una pobre y oscura habitación, incapaz de poner en práctica ese lejano amor con Melania; en un hombre así se comprende perfectamente la escritura  de El proceso, La metamorfosis, las secuencias de ese exótico sueño de América.

Mi admirado Saramago, que a la vez de ser expresión de esa coherencia en la que todos tratamos de abrirnos paso, vive tan cerca y tan lejos del mundo, una contradicción física y espacial por otra parte que tiene su reflejo en el hecho de buscarse un lugar remoto para vivir, Lanzarote, mientras que de hecho una parte importante de su vida transcurre en los espacios anónimos de los aviones, los hoteles, los congresos y toda esa especie de diabluras que el mundo inventa para tener a sus autores lejos del cálido espacio en que uno imagina debe transcurrir la labor creadora. García Márquez necesitaba para escribir una habitación determinada a una temperatura constante de veinte grados centígrados; Castilla del Pino escribía sus libros en un sótano, al que se accedía por una escalera que él retiraba una vez abajo, y en cuyas paredes no había ninguna ventana. Los caprichos de Vargas Llosa eran otros, éste necesita escribir sus novelas en un papel especial que le suministraba una papelería de Londres. El entorno de la escritura, como un silencioso cenotafio en donde el escritor y su imaginación y su arte puedan encontrar el reposo suficiente para expresarse no hay manera de encontrarlo en Saramago, que en un tercio ya de sus diarios de Lanzarote ha debido de encontrarse alrededor del mundo con todos lo editores del planeta, los escritores y los entrevistadores de los periódicos más notables. Y menos mal que al hombre le quedó todavía tiempo para escalar la Montaña Blanca que se alza junto a su casa y para adoptar un caniche callejero que un día asomó el ocio por la puerta del salón pidiendo árnica y solicitud de asilo.







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