El Chorrillo, 31 de diciembre de 2014
"Putocracia", palabra afortunada acuñada por el periodista Miguel Mora, es decir "el poder de unos espabilados que han convertido el sistema en una casa de putas."
Aclaro enseguida que me refiero a una clase de sociedad muy especial, la de aquellos que equivocaron su vida y que adaptando unas orejeras de burro desde muy temprana edad dedicaron su vida o a hacer dinero indiscriminadamente o a joder al prójimo y a aprovecharse de él. Una buena filosofía de la vida que se valga es inconcebible si en ella no cabe el bien común y la mejora de la especie. Lo demás es ir contra natura. Pero ya se sabe, la posibilidad de que uno de los animales del planeta llegara a razonar y burlar, por consiguiente, las leyes de la naturaleza, hizo posible que una minoría pervirtiera la lucha para la mejorar de la especie en un simplón deseo de codicia destinado a someter a los otros, con dinero o de otro modo, en provecho propio.
Esta gente que tan poco aprendió en la vida, que no sabiendo diversificar su personalidad en una amplia gama de actividadaes, humanas, artísticas, de conocimiento de sí mismo, del saber de las muchas bondades que la existencia puede proporcionar a lo largo de nuestra corta vida sin necesidad de extorsionar al prójimo... esta gente.
Confieso de todas maneras que es sumamente mosqueante que haya hechos que en cierto modo ponen en evidencia las tenencias de la gente corriente, eso que sucede, por ejemplo, en torno al premio de la lotería de Navidad. Es mosqueante porque sí, está bien tener algo de dinero para no pasar necesidades y evitar la posibilidad de quedar con el culo al aire, pero repito que me preocupa ese deseo tan generalizado de tanta gente por la pasta, pasta en grandes cantidades. Y me preocupa porque de una manera u otra es lo que persigue toda esa otra gentuza de la putocracia y de la plutocracía. Sospecho que tanto deseo desordenado lo que puede llegar a hacer es justificar en unos pocos los deseos escondidos de unos muchos, por mucho que a estos últimos un sentido de la moral no les haga traspasar esa línea roja de la desfachatez y la codicia que atraviesan todos los días los primeros.
¿Qué hay en nosotros que en vez de aspirar con todas nuestras fuerzas a conseguir un índice de bienestar alto, cosa que se podría conseguir fácilmente con una vida familiar más o menos corriente, unos pocos amigos, una discreta cantidad de dinero, un conocimiento suficiente de nosotros mismos y de la realidad que nos rodea, un desarrollo de actividades, deportes o aficiones, un leve sentimiento de solidaridad, un poco de lectura, una buena relación con la música, un disfrutar con el sol de una mañana de invierno; qué hay en nosotros, repito, para que al margen de todo esto surjan tantos seres psicóticos cuya obsesión por el dinero o por el poder hace que el planeta se convierta en un lugar inhabitable? ¿Qué hay en nosotros? Porque está claro que algo de toda esa mierda que se fabrica en un país de alguna manera está dentro de nosotros de parecida manera a como en un cuerpo vivo habitan millones de bacterias agazapadas en nuestro interior dispuestas a la menor seña de despiste a comerse hasta nuestros higadillos. La similitud es totalmente procedente. Si el cuerpo no opusiera continuamente el trabajo de los anticuerpos y otras sustancias contra las bacterias, la vida sería imposible.
¿Qué sucede en nuestro cuerpo en el instante de nuestra muerte? Es muy simple, en el momento en que el corazón deja de latir, la sangre se estanca, las defensas del cuerpo quedan inertes y en consecuencia, ahora sí, el cuerpo queda a merced de las bacterias, de los gusanos. En apenas pocas horas esa belleza, esos músculos, esos ojos por los que entraba el mundo a nuestra alma, todo eso que tanto amábamos queda convertido en putrefactos deshechos. Algo así parece suceder en el cuerpo social y en nosotros mismos, cuando los anticuerpos dejan de funcionar y dejamos libre paso a la codicia, a los instintos más bajos, cuando admiramos una riqueza desproporcionadas, cuando prestamos apoyo a la soberbia y el despotismos, cuando no somos capaces de saber cuáles son los verdaderos valores humanos que debemos cultivar... sí, cuando pasan estas cosas, ya la estamos cagando. Estamos dejando sin defensas nuestra alma, expuesta a los peores instintos que tanto odiamos en esta gente de la que hablamos.
Amamos a esos personajes que nos sirve la realidad en estos días, gente como Pepe Mugica o sor Lucía la cojonera, por poner un ejemplo, pero de hecho a muchos se les sigue cayendo la baba con la idea de tener unos cuantos millones de euros con los que... ¿con los que qué? Y ahí empieza de nuevo de la noria llevándonos a llenar los cangilones de la imaginación con los atuendos del becerro de oro. Y nunca aprenderemos. La putocracia está en nuestro cuerpo y en nuestra forma de pensar dispuesta a saltar sobre un organismo sin defensa para convertir nuestra discreta felicidad en un puñado de mierda. Parece que no hubiera otra posibilidad que la de estar siempre en guardia contra los peligros que nos acechan. El señor Mugica es uno de los individuos más inteligentes que conozco, él sí entiende en qué consiste la vida y sabe bien cuál es el camino que lleva al bienestar.
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