El Chorrillo, 17 de noviembre de 2014
En la manifestación que siguió hace tiempo al recibimiento de los mineros asturianos en Moncloa, en una enorme pancarta que cruzaba de parte a parte el centro del paseo de la Castellana, estaba escrito: "Estamos cambiando el mundo, perdonen las molestias". Hoy esto es un enorme barco, cada vez más estable y poderoso, que se mueve en medio de las aguas revueltas de nuestro país despertando a muchos, alertando al personal, alarmando a la mayoría política escandalizada por la acogida de las buenas nuevas que se acercan, y que parece a su paso ir diciendo, perdonen las molestias, vamos a cambiar el mundo. Porque molestias, mucho más que molestias, sí que producen ya a lo largo y ancho del país. Molestia, inquietud, incluso pánico. Una ojeada a la prensa de hoy, por ejemplo, Hacienda recuperando mil trescientos millones de euros de evasores fiscales que bajo el efecto de los chanchullos de Pujol ya habían salido corriendo: ¡que viene el lobo! Muchos van a tener que meter su dinero bajo el forro de alguna profunda capa tectónica.
Uno, que presiente que el zumbido de su propia voz amenaza por saturarle los sentidos de tanto en tanto, sale de sí una mañana, el pasado sábado, y, dándose una vuelta por el mundo, se sorprende desayunando churros en el Maestro churrero de la plaza de Benavente con su amigo Santiago Pino y más tarde paseando por la plaza de Tirso frente al teatro Apolo donde un numeroso grupo de personas se aglutinan; viendo crecer su curiosidad ante lo que allí podía cocerse, se cuela en el teatro, se sienta en primera fila del anfiteatro y desde allí observa. Aquello rebosa entusiasmo desde el patio de butacas hasta la misma coronilla del local. El personal palmea, corea entusiasmado dos palabras: sí, podemos; sí, podemos; sí, podemos. Después oye a una eurodiputada lusa en una medio lengua en donde se mezcla el portugués y el castellano y de repente siente que un hilo de emoción empieza a subirle por el pecho hasta el punto de licuarse en el borde de los ojos. Cosa extraña para un individuo que no leyó la prensa durante años, que vive apartado en el limbo de su cabaña o en ese otro limbo de la naturaleza en la que transcurre una parte importante de su vida. Pero tío, ¿qué te pasa?, le digo a mi yo. Y mientras tanto la gente se pone de pie, aplaude a rabiar. ¿Qué decía esa mujer?, le pregunto a mi yo, pero mi yo no lo recuerda exactamente, sucintamente hace memoria, acaso hablaba de justicia, de cambiar el mundo, de...
Uno, dos, tres, Uno, que en sus años más mozos ha corrido muchas veces delante de los antidisturbios, los grises de nefasta memoria, ha militado en asociaciones de vecinos y participado activamente en los movimientos que impulsaban la amnistía y el alumbramiento de una nueva España, pero que después perdió el interés por la política llegando hasta el punto de ignorar solemnemente su deber cívico de acudir a las urnas evidentemente decepcionado por el paripé de la democracia que se puso en marcha, sentado hoy con el mentón sobre el balcón del anfiteatro del Apolo siente que algo está pasando en su interior mirando y oyendo lo que allí sucede, observa a ese chorro de pura emoción que le sube por dentro y no da crédito a sus ojos.
¡Dios!, ¿por qué se nos humedecen los ojos en tales y cuales circunstancias?, un día que hablas emotivamente con la madre de una alumna con serias dificultades escolares; un día que observas que tu propia madre, que pasó haciendo calceta toda su vida, no es capaz de tricotar la manga de un jersey porque un tumor cerebrar ha empezado a invadir su cerebro; otro que ves con cuánta injusticia alguien a quien quieres está traicionando tu amor, tu afecto; algún momento en que descubres que se está abriendo una brecha en tu enorme escepticismo cuando asistes a manifestaciones multitudinarias en donde la esperanza empieza a caracolear en tu organismo al grito de sí, se puede, que empiezas a ver que no te vas a morir en medio de la extremada miseria de un mundo en donde unos muy pocos lo tienen todo mientras... etc.; vamos, que lo que tenemos delante ya no es un oscuro túnel de tinieblas, sino que al fondo brilla de nuevo la luz de una esperanza.
¿Por qué se nos humedecen los ojos? Benditas emociones que nos humedecen los ojos y así dan testimonio de nuestros más profundos sentimientos, de nuestros anhelos más queridos, de nuestros dolores más íntimos. Benditas porque ellas hablan de lo mejor de nosotros mismos, de lo más auténtico de nuestro yo. Por más cabrones que hayamos sido en algún momento en nuestra vida, un hilo de emoción siempre descubre nuestra vulnerabilidad, nuestro vínculo con el otro, nuestra solidaridad, nuestro deseo de seguir luchando por un mundo mejor.
Uno que, siempre la inseparable visión del mundo a través de esa inevitable autorreferencia del yo. Acaso no pueda ser de otra manera y tengamos que acercarnos a la realidad con esa premisa autorreferente en donde la realidad circundante y el yo no dejan de ser dos entidades necesitadas de integración. Sin embargo, qué sorpresa cuando descubrimos que frente a determinada realidad nuestros ojos comienzan a humedecerse, nuestro cuerpo a bullir por dentro como si fuera recorrido por una corriente de gaseosa.
Lo que siguió después en el teatro en ese sábado que había comenzado con desayunarse con un chocolate con churros, pertenece ya a la confirmación de que, al margen del pensamiento político que uno sostenga, la extremada sensibilidad de nuestra intuición para abrirse paso en asuntos a veces difíciles de interpretar, se está manifestando como una maravillosa herramienta para reconducirnos en el camino de la verdad. Se podrá decir misa de lo que estaba sucediendo allí, pero hay un hecho irrefutable que la emoción y el anhelo confirman, y es que la alegría y la confianza en un futuro casi inmediato están revolucionando las neuronas y las expectativas de millones de ciudadanos estos días.

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