Por encima de Sospel, 43,88385456°N 07,44412780°E, 18 de junio de 2025
«What is written without effort is in general read without pleasure». No siempre, pero sí. A veces escribir supone un gran esfuerzo, especialmente al final de una jornada matadora como la de hoy. Me sucede además que cuanto más esfuerzo tengo que poner en la escritura –moverse entre las ideas no es un camino fácil– más lejano me veo de quien pueda leerme, la impresión de que expreso un mundo que sólo me interesa a mí.
Está cantado que hasta que no se me adecue el cuerpo, una semana o más, al ritmo de tantas horas de camino con un peso que he logrado disminuir a ocho kilos y medio (sin agua y sin comida), el trabajo va a ser duro. Hoy fueron ocho horas de camino desde la orilla del mar en Mentón, y mañana será algo más para llegar al siguiente refugio. Por medio nada, ni siquiera una gota de agua, lo que va a incrementar el peso de mi impedimenta en algo más de cuatro kilos.
Paso todo el tiempo entre mi casa, el aeropuerto y el vuelo embebido en la lectura de los Diarios de Chirbes. Los termino antes de llegar a Niza. He vivido meses inmerso en esta obsesiva vida del autor, siempre con la mosca tras la oreja de no llegarlo a terminar. Me felicito por hacer resistido hasta el final. Admiración por él, su pasión lectora, su capacidad de análisis, por la brillantez de sus argumentos y su crítica política, pero a la vez la sensación de alguien falto de voluntad que ha dejado al albur de su muy descuidada salud, su vida. Atormentado, solitario se pasa la vida lamentándose por algo que con un poco de voluntad habría convertido su vivir, su extremada sensibilidad en una apacible y fructífera madurez. No fue así, mediados los sesenta su desordenada vida le pasa factura. Cuatro libros antes de terminar los diarios, escribe: “Ya hace meses que estoy pensando lo peor, pero no tengo muchas ganas de vivir que digamos, y calculo que no es mal momento, antes de que empiecen las limitaciones de verdad”. Creo que en ese momento tenía sesenta y tantos años… una pena, la mejor edad para empezar, ya sin las ataduras de trabajo, a hacer lo que te da realmente la gana.
Mi vivac en el aeropuerto fue tranquilo aunque ya a las cinco y media de la mañana un cortés segurata vino a darme los buenos días. Era hora de levantar el campamento. El tren entre el aeropuerto y Menton venía de bote en bote. En él tuve la entera sensación de estar viajando por un país africano o árabe. Una compleja comunidad que hablaba en idiomas distintos en la que se cruzaban continuos choques de mano, saludos, bromas; sí, allí los que parecíamos extranjeros éramos los pocos franceses del vagón y yo. Un elemento de reflexión a niveles diferentes. Si se piensa que los espermatozoides de esta gente parece que son mucho más activos que los de la vieja población europea y que además el control de la natalidad está menos sujeto a control, imagino que dentro de unas pocas generaciones a los franceses habrá que buscarlos con lupa en esta parte del país.
En Menton no dudé en llamar a un Uber para que me dejara al principio del camino. Fue un momento de breve emoción. Sentado al borde del sendero me fui comiendo dos sándwichs mientras recordaba mi primera travesía a los Alpes en el 2023, que empecé precisamente en este lugar. Entonces para mí un hecho inverosímil, con más razón todavía porque unas semanas antes el traumatólogo me había desahuciado para eso de llevar macuto y subir montañas. Entonces, en dos meses y medio, atravesé el entero arco alpino. Lo que en aquel momento me parecía imposible lo repetí varias veces por distintos lugares. Creo que ésta que inicio hoy es la sexta vez. Sentado allí mientras desayunaba miraba el mar a mis pies y me parecía bonito una vez más eso de ir de un mar a otro mar a través de los Alpes o los Pirineos, una viejisima afición de la edad mudura, de los tiempos de la jubilación, que me viene dejando desde muchos años atrás un poso de gusto en el cuerpo que me hace ver la vida con optimismo pese a que de tanto en tanto en tanto un problema de fontanería irrumpa en el camino.
Y llegado aquí recuerdo un intercambio de comentarios que tuve ayer con Enrique y que vienen al caso. Sucede que a raíz de un post anterior, un servidor, mezclando churras con merinas arriesgó en contra de la admiración de Enrique por las aportaciones de Einstein a la ciencia, y acaso también de Paco, en contra de Einstein, su condición de canallita en relación al trato despreciativo que dio a su mujer, algo que corresponde también a otra eminencia de nuestra cultura occidental, el señor Jean Jacque Rousseau; de lo cual no me apeo. Que en mi consideración por Einstein en mí prime su condición de deleznable misógino tiene que ver, a costa de, ya lo dije, de mezclar churras con merinas, con mis ideas sobre la vida y lo que en esta es importante y lo que no lo es. Dicho esto sin ni siquiera echar mano de las monstruosidades a que dieron lugar los descubrimientos de Einstein, algo que estaba cantado y que Einstein conocía perfectamente. Que él haya desempolvado las cajas de los truenos que pueden hacer desaparecer a toda la humanidad de la faz de la Tierra no me parece en absoluto digno de elogio. Si hoy día temblamos pensando lo que puede desencadenar la guerra con Irán, la de Ucrania y la implicación en los conflictos de países con arsenales nucleares enormes, se lo debemos a Einstein, que obviamente no siendo él otros habrían tarde o temprano llegado a los mismos descubrimientos.
Para no hacer esto muy largo, concreto. Si a algo importante pueden aspirar los miles de millones de habitantes de nuestro planeta, es indudablemente a vivir en paz y a aspirar a una discreta felicidad y bienestar. Si este supuesto es cierto, que lo es, lo que yo entiendo es que en el planeta deberían destinarse enormes presupuestos de dinero destinados a conseguir esos fines y no a las gilipolleces que los nuevos ricos y naciones poderosas se empeñan en desarrollar. Y aquí entra en juego algo que le decía a Enrique, que no compartía yo la valoración tan positiva que hacía por los trabajos de Einstein, y le comentaba que si Sócrates leyera sus argumentos diría, creo, lo mismo que cuando dice que se pasea por el mercado y exclama ah, cuántas cosas existen que no necesito. Yo trataba de expresar en mi escrito que esa cierta perplejidad de ellos ante los conocimientos científicos de que hablababan él y Paco o de otros frente a textos complejos de Heidegger o Hegel, por ejemplo, se saldaba en mi caso poniendo el peso mejor en la remisión a una vida sencilla. Yo he comenzado a hacer de vagabundo durante dos o tres meses a través de las montañas. Desde esa perspectiva de vida simple, que tan importante me parece, los descubrimientos de Einstein digamos que me la traen floja; más, entiendo que han sido descubrimientos perversos, nefastos para la humanidad si nos retrotraemos a Hiroshima y Nagasaki.
Entiendo que los conocimientos científicos no deberían deslumbrarnos. Sí deberían hacerlo todos aquellos conocimientos que contribuyen al bienestar del hombre. Si el Principito hubiera leído el guasap de Enrique, todas esas ojivas nucleares e investigaciones científicas, casi con toda seguridad que hubiera dicho: ¿Y todos esos avances técnicos para qué? Y recordaba yo esas preguntas que hacía el Principito a sesudos científicos dedicados a contar estrellas y a resolver complejas ecuaciones, y a las que ellos no supieron dar respuesta.
Es jodido esto ponerte a escribir al final de una fatigosa jornada, pero una vez hecho, satisfecho.
Como otras veces, ir dejando el mar a mis espaldas con la idea en la cabeza de alcanzar otro mar me corría por dentro como burbujas de champán. Mucho calor y según ascendía más, y más imaginar también el esfuerzo tiránico de alzarse estas montañas, todo el arco alpino, en tiempos remotos. Una parada a la sombra en el Col de Castillon para tomar un tentempié y recobrar fuerzas después de tres horas. Una comida junto a un manantial y un larguísimo descenso hasta Sospel, un pueblito de aspecto medieval. Y de nuevo tras unos postres, porque aquí hasta las siete en ningún lugar te dan algo de comer, y cargar la batería, de nuevo para arriba, hacia el norte en buscar de un lugar para mi tienda.
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