sábado, 22 de febrero de 2025

De la Sur del Aconcagua y mi tarea como deshollinador

 



El Chorrillo, 22 de octubre de 2025

Lo primero que tuve entre manos esta mañana tras sentarme frente a mi mesa de trabajo, fue contestar un mensaje que había recibido de Ivan Reja, un escalador esloveno de mi edad. ¿Quién será Ivan Reja? me dije. Había recibido su mensaje días atrás y se me había ido el santo al cielo de tal manera que me olvidé. Y lo que resultó es que Ivan estaba en la lista de mis amigos y habiendo leído mi post de días atrás dedicado al Aconcagua, me mandaba unas líneas que me sorprendieron. A raíz de la ascensión de Carlos, contaba en ella de su escalada de la pared sur de esa montaña que escalaron en 1982 por una nueva ruta, la vía Yugoslava (o Eslovena, no estoy seguro, 3.000 de desnivel desde la base a la cumbre, una de las paredes más altas y difíciles de los Andes). Ocho días de escalada con siete vivacs. Ivan añoraba el Aconcagua y manifestaba su deseo de volver en algún momento después de esos 43 años que le separan de su ascensión. Relataba que fue en tiempo de la dictadura del general Galtieri y que entonces se podía oler en el aire el miedo entre la población. A su regreso les pararon los militares, tuvieron algunos incidentes, pero al final apareció un oficial de mayor grado, que no sólo les dejó pasar sino que les felicitó por su ascensión. Le decía a Ivan, correspondiendo a su mensaje, que tengo especial admiración por personas como él que desde el anonimato emprenden ese enorme y apasionante trabajo de forzar la capacidad humana hasta límites que están fuera del alcance de la gente común. Una fuerza y una perseverancia que para la actividad modesta de mi persona, representa siempre una referencia. Le comentaba a Ivan que cuando le pregunto a Carlos (Soria) si está satisfecho de su vida y me suelta esta exclamación: ¡Estoy encantado de mi vida y de lo que he hecho!, pienso en personas como él. No conozco personalmente a Ivan, pero el simple hecho de haber vivido la experiencia de siete vivacs en la Sur del Aconcagua, ya lo acredita como uno de esos hombres dignos de admiración. Eso es algo grande, le escribo, poder caminar por la edad madura con un historial de montañas similar y además seguir pisando el monte; me parece algo totalmente determinante para poder marcharte a la cama satisfecho el resto de la vida. Vamos, satisfecho esta mañana de empezar el día intercambiando mensajes de este tipo con personas como Ivan.

Esta mañana me tocó hacer de deshollinador. Llevaba días que la chimenea echaba humo y lo fui dejando hasta que… es que coño, subirte al tejado y ponerte de hollín hasta el culo no es que sea una tarea agradable. Bueno, me dije, al fin al cabo disfrutar todo el invierno de la agradable compañía del fuego, siempre ahí las llamas por encima del libro que estoy leyendo, requiere la atención de ese magnífico trasto que es prolongación de las antiguas fogatas del monte o del ambiente de los westerns cuando los vaqueros a la noche junto al río se preparan su café. Así que allí me fui. Hacía tiempo que no me subía en la escalera, esa misma que antes de mi operación usaba a modo de entrenamiento, pero me fue bien. Un buen cepillo de púas y en media hora la chimenea estaba como los chorros del oro.  

Después me tocó liberar a los árboles de las zarpas de las hiedras, tan voraces siempre que si las dejo se comen el árbol entero. Siempre me recuerdan a los matapalos, unos que contemplamos en un viaje a Latinoamérica, en Bolivia. Acampamos durante días junto al río Beni, en las cercanías de Rurrenabaque y era digno de admirar, que decía Teresa de Jesús, cómo estos matapalos, de parecidas características trepatorias que la hiedra, trepaban por los árboles con tal profusión que pasados los años se tragaban poco a poco el entero árbol. Cuando te paseas por la selva lo que observas es un espectáculo algo espeluznante, metes la cabeza entre el matapalo, que aparenta un gruesísimo tronco de árbol, y lo que te encuentras es puro vacío el interior. El matapalo ha estrangulado la vida del árbol, le ha dejado sin luz ni sustento alrededor y el cadáver del árbol poco a poco se va convirtiendo en serrín hasta desaparecer del todo. Algo de esto temo que suceda a nuestros árboles, así que de tanto en tanto, zas, zas, la guillotina, la guillotina, como dice Javier Gallego en Carne Cruda. Que por cierto, el otro día iba en el bus camino de la consulta del urólogo, cuando date, ahí estaba el amigo Javier Gallego. No pude resistir saludarle, encantado de oírle, le dije. Se bajaba en la siguiente parada y no pude cruzar apenas más que unas pocas palabras con él, cosa que me hubiera gustado, aunque en realidad Victoria es la fan de este hombre que ha sabido llevar la radio hasta cotas tan altísimas pese al rechazo de algunas cadenas amarillas a las que no le gustaban sus verdades.

Desembarazando a algunos moreros de la hiedra estaba, cuando me llamó Victoria para comer. Fue después de la comida que recordé el guasap de Tino Bosquet; recuerdo: el autor de Una aproximación sobre la inteligencia. Otro admirado mío, éste por su capacidad de enfrentarse a un tema en donde especialistas de todos los colores se han adentrado, discutido y perfilado. La noche anterior había leído un puñado de páginas y como leer a Tino es como estar charlando y argumentando con él, le mandé unas líneas prolongación de mis subrayados y anotaciones en los márgenes del libro. Tengo cierta pasión por meter las narices en asuntos de cualquier índole, aunque sean temas que me pillan grandes, y en ese sentido mi admiración por Tino viene por el hecho de haberse metido de pleno en un tema que en principio es totalmente ajeno a sus estudios y quehaceres profesionales. En el mundo de los megustas, del sí o el no, donde la discusión o el análisis parecen ser una carga excesivamente pesada para los usuarios del guasap o de las redes, encontrar personas capaces de elaborar un libro a partir de la idea central de querer redefinir el concepto inteligencia, me parece de una notable valía. Una persona capaz de tenerme delante de su libro durante más de dos horas peleándome con lo que dice, sobre si es arte la pintura de Altamira o no, sobre la diferencia que existe entre capacidad e inteligencia o que hace un largo e interesante desarrollo relacionando la libertad con la inteligencia, y tantos asuntos más, merece que le preste toda la atención del mundo y, especialmente, que le agradezca esa posibilidad que me ofrece su libro de contrastar ideas.

Un guasap más vino después, éste de Pedro Mateo con un mensaje del cual voy a poner el vínculo aquí por si alguno os animáis a contribuir al crowdfunding que propone Pedro para hacer posible la expedición de Carlos y sus compañeros al Manaslú (aquí). Carlos es capaz de mover montañas, pero los bolsillos de los patrocinadores son hueso duro de roer.

Para terminar una cita que me encontré en Chirbes un tanto espeluznantemente gráfica: “La verdadera polémica aborda un libro con el mismo amor con el que un caníbal se cocina un lactante”, y que si me llamó la atención fue precisamente por esa afición mía a discutir y conversar que tan poco eco encuentra en ese tira y afloja de redes o grupos de guasap. Yo no me comería un bebé lactante, pero sí daría mucho por ejercer de tertuliano en muchos asuntos de la realidad. Esa diversión…

Una coda de propina. Ayer volví a encontrarme uno de esos cartelitos que los usuarios de las redes prodigan a sus amigos y que he visto muchas veces. Ese pensamiento de Umberto Eco que dice: “Las redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas”. Mientras me pienso si yo soy uno de ellos o no, echo mano a otra cita suya que acaso matiza, matiza, digo, esa afirmación: “Para sobrevivir uno debe contar historias”. Voy a subir esto y reconsidero lo anterior tranquilamente mientras contemplo el verde campo de cebada tierna que tengo frente a mi ventana.


 

 


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