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Vivac en las cercanías del Pico el Lobo / Un refugio en Alpes |
El Chorrillo, 18 de noviembre de 2024
Estoy
en los Alpes Austriacos. Me he encontrado inesperadamente cerca de una cumbre
con el refugio Schiestlhaus, un moderno edificio construido tres años atrás que
todavía no ha tenido tiempo de ubicarse en el mapa que traigo conmigo. Llevo
muchas horas caminando y esa inesperada aparición, como a quien se le aparece
No, no
se piense que es cuestión de ahorro, eso quedó atrás allá en los primeros años
jóvenes de trajinar por Alpes. Es simplemente que el ánimo me tira para allá,
la soledad, el útero materno de mi tienda, esa salvaje necesidad que respira mi
cuerpo de pasar la noche en el regazo de la montaña mientras la lluvia tararea
sobre el techo de mi tienda. No sé si haría falta explicar esto o defender
aquello o lo demás allá. Simplemente me sale de dentro. No hay porqué, es lo
que es. No obstante tengo en mente un post de Glauco Muratti de días atrás que
me sugiere que acaso pueda divertirme un rato hablando de estas cosas. En él
Glauco sugería un interrogante encaminado a poner en entredicho alguna de
nuestras maneras de hacer montaña. En la fotografía que acompañaba al post se
mostraba el interior de un refugio de lujo de grandes ventanales que daban a altas
montañas entre las que se deslizaban los glaciares, una vista como la que
podrían contemplar los dioses del Olimpo desde la altura inaccesible de su
reino. El confort y la comodidad de los montañeros que habitaban ese espacio
del refugio-hotel le cuestionaba a Glauco. “¿Para que vamos a la montaña?,
decía él, seguramente cada uno responde a un llamado interior, una necesidad,
cada uno con la suya. Pero se me ocurre
que muchos buscamos integrarnos con la montaña y estar sujetos a las reglas del
frío, viento y sol de los cerros. Volver a la rusticidad en que la especie
evolucionó, a la incertidumbre y la “incomodidad”. Y entonces ese confort que se ve en la foto,
aunque no lo sepamos, puede estar interponiéndose en ese llamado interior que
buscamos”.
Alguno
dirá que lo uno no quita lo otro. Acaso, posiblemente; depende, como escribía
Glauco, de lo que cada uno busque en la montaña. Pero ahí va un ejemplo
absurdo. Imaginemos que Messner en su solitaria al Everest hubiera dispuesto cada
cien metros de su exhaustiva ascensión de un chiringuito, no digo un gran
hotel, un chiringuito donde tomarse un refrigerio y calentarse un poco el
cuerpo. Ca uno sabrá lo que hace con sus aficiones. Hay para todo, quienes
suben a la montaña en teleférico o, como he visto en algunas montañas de China,
quienes lo hacen transportados en una litera o silla de mano. Ya Aristóteles
escribió aquello de que la virtud está en el medio, pero bueno, como aquí no se
trata de saber quien es más virtuoso o menos, que lo que cuenta es poner de
relieve las muchas posibilidades de hacer y vivir, y que de todos modos… pues
que a quien Dios se la dé San Pedro se la bendiga. Pero que no está bien que la
comodidad y el confort que nos pueda regalar muestra economía y la
proliferación de los refugios de montaña terminen por frustrar nuestro
encuentro con esa naturaleza plena de las noches y las estrellas.
Recuerdo
que una de las cosas que sorprendía a nuestros amigos italianos en nuestras
primeras salidas a Alpes era nuestra afición a vivaquear. Ellos no conocían
eso, sus numerosos refugios mermaban la “excentricidad” de querer dormir a la
intemperie. No saben lo que se pierden, decía Bonatti, o Rebuffat, refiriéndose
a aquellos que escalaban en el día una pared. Probablemente vivir inmersos en
culturas diferentes mediatiza nuestra manera de relacionarnos con la montaña.
Aquí no había refugios y ello nos obligaba a vivaquear; creamos hábitos. En
América Latina donde vive Glauco, tampoco hay muchos y ello les permite conocer
una manera muy diferente de hacer montaña. Todavía recuerdo uno de sus post en
que hacía elogio de esa hoguera que les acompañaba en ocasiones en sus salidas
a los Andes; un grupo de amigos alrededor del fuego compartiendo un café o un
té antes de meterse en el saco de dormir. Idílica estampa que muestra un modo
de integrarse y vivir la montaña que poco o nada tiene que ver con las rutinas
de llegar a un refugio, tantas veces atestados, vivir entre una muchedumbre y
dormir apretados en literas donde los ronquidos, el espeso ambiente y las
ventanas cerradas no sé cómo no ahogan a los partidarios de ese modo de
relacionarse con los montes y la naturaleza.
Un
ejemplo sencillito de cómo el entorno social y los usos del confort pueden
mermar eso que buscamos en las montañas, lo tenemos en el uso que se hace del
refugio de
Y me
suena en este momento el teléfono y resulta que es el amigo Vinches. Y
charlamos como dos cotorras durante media hora, qué gusto hablar con este
hombre, y cuando cuelgo el teléfono me doy cuenta de que ya soy incapaz de
retomar el hilo de lo que estaba escribiendo. Vamos, que se me cortó la leche.
Así que punto final.
Se me
queda en el tintero hablar sobre la higiene en montaña en esas largas caminatas
en que el cuerpo durante días y días acumula el típico olor acre que brota del
continuado esfuerzo. Otro día explico mi litigio con la higiene en mis largos
veranos de caminar por Alpes, algo por demás muy propio de alguien que aspira a
asumir las consecuencias de un preciado salvajismo J.
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