miércoles, 18 de septiembre de 2024

Historia de una escalera

 

Mi encuentro con Noelia

Madrid, 18 de septiembre de 2024

No, no tiene nada que ver esto con la obra de teatro de Buero Vallejo.

Hoy me tocaba consulta en el médico en Madrid. En la puerta de los ascensores había un cartel que rezaba: subir escaleras mejora tu rendimiento cardiovascular. Un aviso que estaba en el orden de la higiene física que me he impuesto desde hace tiempo y que tan buenos resultados me está proporcionando. Es claro que la atención es sumamente selectiva. Si en tiempos en que me encantaban las mujeres embarazadas, a todas horas me cruzaba con embarazadas en la calle, ahora parece que lo que toca es que mi atención quede prendada de este tipo de cosas. Ejemplo al canto ese letrerito en las puertas del ascensor. Otro más, días atrás Julio Gosán sube a su muro una antigua foto en la que van cargados como mulas. Su texto ironizaba diciendo algo así como que subir entonces con aquellas enormes mochilas equivalía a ahorrarte horas de gimnasio. Una idea sugestiva. ¿Quieres entrenar?: echa kilos a tu mochila. No está mal, ¿no? Sumar la idea de entrenamiento a aquella otra del placer de caminar hacia las cumbres puede ayudar a minimizar mentalmente el peso si lo que pretendes con ello es fortalecer tus piernas.

Con la venia de Julio Gosán

La pasada primavera conocí a una de esas mujeres extraordinarias que da la tierra del país. Se llama Noelia. Era un día de tiempo incierto y los Galayos estaban envueltos por una espesa niebla que iba y venía haciendo de ese jardín granítico de potentes tallos y delicadas flores un bello entorno alpino donde al abrirse la niebla las erguidas paredes que tantas veces hemos escalado tiempo ha semejaban rincones de un paraíso sólo posible en sueño. Toti y Pilar se habían adelantado en el descenso después de la Apretura y bajaba yo metido en mis pensamientos bajo el chirimiri de la hora, cuando de repente en una de las zetas me topé con una grandísima mochila andante (érase un hombre a una nariz pegado). En este caso la nariz era el macuto y el hombre, la mujer, era Noelia, la amante de los sextos, séptimos y lo que se tercie, compañera sentimental y de cuerda de Capri, el hermano de mi admirado José Ángel Lucas, a quien los dioses decidieron adormecer eternamente en las nieves de los Grandes Jorasses. La verdad es que no conocía yo a este encanto de criatura, menuda, chiquita, de sonrisa amplia, gran viajera y sobre todo apasionada de la escalada como a pocas he visto. Pues sí, pegué la hebra con esta silvia vidal  enamorada de las montañas al punto de que pese a que en el trayecto dimos la vuelta al mundo visitando países y montañas que ambos habíamos recorrido, ella y Capri escalando todo lo que pillaran por delante, África o América Latina, yo viajando y ascendiendo alguna que otra montaña, pues que llegar al Nogal del Barranco fue una decepción porque dejó a medias nuestra animada conversación. Al caso. Resultaba que el día anterior, cuando ya anochecía, habían bajado de escalar el Torreón y en vez de quedarse a pernoctar en el refugio o sus alrededores se habían llegado hasta el Nogal del Barranco para a la madrugada siguiente volver a subir a Galayos. Ufff… ni en sueños hago yo eso, bajar de noche más de mil metros de desnivel supercargados, y además por la Apretura, para volver a subir de madrugada al día siguiente al pie de alguna otra vía: ¡de locos! Ninguna importancia daba ella a ese subir y bajar, por subir y bajar, con ¿cuántos? ¿veinte kilos a la espalda sobre su cuerpo menudísimo?

En ello estoy, la palabra es entrenamiento, mantenerse en forma. Ese parecía ser el objetivo, echarse al cuerpo cientos y cientos metros de desnivel con una enorme chepa para que el cuerpo te tenga sobre una pared sin demasiados aspavientos. Cosa un tanto mágica cuando descubres que tras ello se abre un pequeño mundo de bienestar, el de sentirte a bien con tu propio cuerpo, bien y preparado para que éste pueda atender a “tus caprichos”, a tus deseos de hacer de la vida algo hermoso.

¿Y? Pues eso, que para hacer de la vida algo guapo no hay mejor manera que despabilar al cuerpo. ¿Cómo? Pues aprovechando cada oportunidad, por ejemplo, subiendo las escaleras del metro corriendo (vaya fijación que tiene este tío con las escaleras del metro…). Eso o subiendo y bajando a los Galayos con un buen macuto, aunque sea cargado de piedras. O como sugería Julio, volver a Gredos como en los tiempos heroicos cargados como mulos.

Y ahora, como esto es un diario, voy a contar hasta donde me está llevado esta convicción. Primero decir que la culpa casi exclusiva de todo esto la tiene Carlos (Soria, por supuesto) y esos sus entrenamientos un tanto salvajes. Bueno él y Noelia y el amigo Vinches o Toti y tantos otros y algún que otro “anciano” o anciana de esos que aparecen en Instagram, de ochenta y muchos, noventa o incluso más de cien a los que ves frescos como una lechuga levantando pesas o corriendo medios maratones o similares, todos ellos dedicados a poner al cuerpo en estado de buena esperanza, la de que los tenga vivitos y coleando en las puertas del éxtasis. Vivir es un éxtasis, escribió una vez Emerson. La culpa hasta el punto de… Bueno pues que Carlos en su entrenamiento parece que todos los días su fuerte es subirse una montaña al lado de su casa a la semicarrera, trescientos metros de desnivel o algo más, y yo que no tengo montañas cerca de mi casa, pues que frustrado estaba ya que no me bastaba la bici estática, que necesitaba cuestas como Carlos a diario para mantener el cuerpo en su lugar. Esto hasta que se me encendió una lucecita en el cerebro. Así que siguiendo este repentino alumbramiento, que alumbramiento era, me fui derecho al fondo de la parcela donde yacía arrumbada una vieja escalera de siete metros de longitud de tramos apilables, busqué un árbol apropiado, la instalé en él y trepé por ella, sólo los tres metros necesarios no fuera a ser que más alto me diera un vahído. Afirmé arriba la escalera con alambres y ya tenía una montaña de tres metros de alto. Hice un cálculo y me salió que para emular de cerca el entrenamiento de Carlos, 3x100, necesitaba subir y bajar por la escalera un centenar de veces. Como aquello quería que se acercara a la realidad, llené una mochila de 11 kilos con arena de río, que es el peso standard cuando marcho a vivaquear a las cumbres, y me dispuse a experimentar aquello. Treinta y tres veces subí y bajé la escalera, es decir, el equivalente a 100 metros de desnivel, sólo que cercano a la vertical. Y, amigo, funcionó. Ahora ya puedo sin moverme de casa subir el símil de la altura de cualquier montaña. Tardé 15 minutos en ello, así que si quiero entrenar para escalar los 300 de Carlos, será subir 100 veces la escalera, tres cuartos de hora, y si fueran 1000 metros de desnivel sólo tengo que subirme la escalera dichosa algo más de 300 veces que serán dos horas y media sí, eso si puedo mantener el mismo ritmo, el equivalente a subir a Cabezas de Hierro desde la parte baja de la Angostura en el río Lozoya, sólo que a cuatro patas y en casi vertical. Como se ve puestos a hacer números será fácil calcular la de veces que tendré que subir mi escalera para llegar a la cima de cualquier montaña del mundo .

Y de conclusiones nada, pura diversión la de especular sobre la de cosas locas que se pueden hacer en la vida. O si se quiere, defender que cuantos más kilos llevemos en la mochila, mejor, más horas de gimnasio nos ahorraremos, que decía Julio. Capri y Noelia pasan la vida escalando un día sí y otro también montañas de todo el mundo; yo les podré emular desde mi casa subiendo y bajando la escalera de nuestra parcela. Y si se quiere más también tengo el rocódromo a mano en al fachada de casa en el que hacer piruetas. El próximo día que me dé la chaladura de escribir calculo las veces que tengo que escalar la fachada de mi casa para asimilar mis ascensiones a, por ejemplo, la Oeste del Naranjo.

Seguro que en las próximas horas recibo un guasap de mi amigo Santiago Pino diciéndome que estoy más zumbao que una cabra.

 

 


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