El
Chorrillo, 13 de junio de 2024
A
cuento de que hace algún mes dedico bastante tiempo a tener el cuerpo en
disposición para hacer lo que se me va ocurriendo, por ejemplo últimamente
recomenzar a subirme por las paredes de roca a modo en que lo hacía Quasimodo
por la fachada de la catedral de Notre Dame; buen escalador, por cierto el Quasimodo,
El
jorobado de Notre Dame, que Víctor Hugo recrea en Nuestra señora de París, en donde se relata una escena memorable en
la que Quasimodo escala la fachada de la catedral, una imagen que subraya su
conexión íntima con la estructura de Notre Dame, que él considera su hogar y
santuario. Más o menos como nosotros cuando nos perdemos por los laberintos de la Pedriza. Es decir, que volver a
hacer de Quasimodo requiere recurrir a las mancuernas, los sacos de arena, las
sentadillas, las planchas, el hangboard, etc., lo cual lleva tiempo y esfuerzo.
A cuento, decía al principio del párrafo, que a poco que me descuide me lío, me
pierdo, de que con tanto ejercicio he disminuido mis horas de lectura… me decía
Victoria que decía Séneca, que se decía en Grecia y se tenía muy en cuenta, que
siendo conveniente estar al plato y a las tajás, aquello de mens sana in corpore sano, convenía
mantener un equilibrio entre el ejercicio de la mente, por ejemplo, la lectura,
y el ejercicio del cuerpo. Una advertencia que me venía bien porque es cierto
que últimamente he descuidado en demasía mis lecturas.
Uno de mis enanitos: ¡Al grano, al grano, déjate de
marear la perdiz; que te pierdes!
Pues sí, es que había tomado a Miguel Ángel Asturias
para seguir mi lectura, no con muchas ganas, la verdad, cuando se me ocurrió
consultar un comentario que me había escrito Julio Gosán y ahí fue el final de ese
intento de leer. Lo que viene a demostrar que efectivamente Séneca tenía razón,
y también, por supuesto, Aristóteles con aquello de Virtus in medio stat, la virtud en el medio está, lo que sugiere
que bien está hacer ejercicio pero sin olvidar el debido entrenamiento del
coco, esa tarea fundamental que cada vez se usa menos en el mundo a juzgar por
cómo éste va de mal en peor, y no sólo por culpa de los enfermos de codicia
sino también por ciertos votantes que poco o nada atienden a las tareas de
mantener el coco con un mínimo de lubricación.
Otro enanito: Joder, tío, que no hay manera de que
dejes de divagar…
Usted perdone, pero es que… En realidad a lo que
realmente iba yo era a glosar algún comentario del amigo Julio Gosan que surgió
a raíz de una fotografía que Fafi había subido ayer a su muro. En la fotografía
que podéis ver más abajo, con la venia del autor, se observa uno de esos
típicos ejercicios de equilibrio que los antepasados de las estatuas de granito
de la Pedriza,
y que a veces me recuerdan las estatuas de sal en que pudieron convertirse la
esposa de Lot y otros cuando desobedeciendo el mandato de Yahvé mirando atrás
mientras huían de Sodoma y Gomorra. Estatuas de sal, estatuas de granito en
nuestro caso, que quizás dioses de tiempos remotos se entretuvieron en esculpir
para nuestro exclusivo deseo, y que forofos pedriceros treparriscos como el
Brujo y Loren poblaron en su tiempo, por entonces ya la Pedriza convertida en el
reino de Loremba, de extraños seres a los cuales se les iba la vida en trepar a
lo Quasimodo por aquel reino de embrujo que se convirtió con el tiempo en el
hogar de apasionados “locos de atar” que tomaban los riscos, las llambrías y
los desplomes como cuerpos de su amada con los que refocilarse.

Yo, viendo esos riscos de la foto de Fafi, lo primero que
se me ocurría era pensar en cómo coño llegó ahí y de qué manera semejante
pedrusco; ese y tantos que existen en la Pedriza en posiciones inverosímiles... con el
añadido de sus formas, sus concavidades, sus retos a la gravedad… y especialmente
esa belleza ruda y a la vez sensual con la que el tiempo las ha vestido. Sería
interesante, escribía yo, reconstruir la historia de cómo fue formándose ese
mundo de magia y piedra. Julio, atendiendo amablemente a mi comentario, había
escrito con pelos y señales un largo relato de la historia de la formación de la Pedriza a lo largo de
millones de años. Historia procedente e interesante para todos los que tenemos
a la Pedra, que
diría el amigo Vinches, como reino de las más felices inspiraciones que
surgieron en nuestra adolescencia o primera juventud; pasión, amor platónico y
adictivo y origen de tantos sueños montanos.
Todo eso que escribes merecería un libro entero, le
decía a Julio, y no me refiero, lógicamente, que para eso están los geólogos, a
los aspectos técnicos ni a la orogenia, sino al aspecto sentimental. Eduardo
(Martínez de Pisón) y Sebas han escrito un magnífico libro, El sentimiento
de la montaña, que desarrolla esto que pretendo decir. Por una parte está
lo que es y su historia, las montañas y su evolución, y por otra lo que habla
de los sentimientos que sugieren, en nuestro caso, esa evolución cuyo resultado
último es ese maravilloso mundo de rocas que es la Pedriza. El
sentimiento surge de muchos y variados aspectos, y por supuesto marcado por
nuestro estado de ánimo, que naturalmente cuenta lo suyo, que hay quien ni se
asombra de nada ni la curiosidad le zarandea por ninguna parte. Yo he tenido
deliciosos momentos de contemplación frente a paisajes montañosos de lugares dispares
del mundo, su transformación a lo largo de millones de años, mi pequeñez frente
a ellos, las sensaciones que produce ese tiempo que es imposible imaginar, esos
millones de años, la soledad, la algarabía de los buitres; todo ello crea en el
contemplador pedricero un estado de ánimo, y no te digo si la contemplación se
produce de noche en remotos rincones donde fantasmas, duendes y sigilosos
gnomos de piedra andan sueltos por las alturas, que ya lo quisiera para sí
Santa Teresa cuando levitaba recitando aquellos versos de Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero.
Porque de cajón es que si Santa Teresa hubiera conocido la Pedriza y sus duendes, ni
de coña habría escrito semejante disparate, que si alta vida cabe esperar, la
mejor manera sin duda ninguna es haber entrado por primera vez en la temprana
juventud por aquel senderillo que corre junto al Manzanares desde Casa Julián
camino del Tolmo; eso o por aquel otro altillo de Quebrantaherraduras del que
días atrás un amigo decía que cada vez que llega allí le brinca el alma de
emoción, tántas aventuras, tánta pasión, tántas historias, tántos amigos, tántas
noches sin igual…
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